En 1992, campaña presidencial para Bill Clinton, el estratega James Carville colgó en la sede de campaña un cartel que llevaba escrito una frase que haría historia: “It’s the economy, stupid.” Un mensaje simple y directo para no perder el foco de la campaña: había que enfocarse solo en la economía. Treinta años más tarde, en la Argentina, esa máxima merece una adaptación criolla: hoy no es —solo— la economía, “es la confianza, estúpido.” La confianza en las instituciones, en las reglas y en la palabra del Estado.
En la política argentina, hablar de deuda increíblemente sigue siendo tabú. Es un tema que divide porque se lo encara de manera ideológica y que rara vez con la serenidad técnica que merece. Sin embargo, en el mundo real —el de los bancos, los fondos y grandes fondos de inversión— la deuda no es mala palabra: es una herramienta. Y como toda herramienta, se usa bien o se usa mal.
El presidente Javier Milei parece haber comprendido ese punto. Al sostener una política de cumplimiento estricto con organismos internacionales y mostrar voluntad de honrar vencimientos, el gobierno no busca “agradar al mercado”, sino reconstruir el activo más dañado que tiene la Argentina: la confianza.
El valor de cumplir
Mientras en Argentina un sector de la política considera el “default” como alternativa, en los foros financieros globales, esta palabra no genera solo pérdidas económicas: destruye credibilidad. Cada vez que Argentina rompe un acuerdo o posterga pagos sin una estrategia clara, pierde algo más que acceso al crédito; pierde reputación. Y en economía, la reputación se traduce en tasas más altas, menos inversión y mayor vulnerabilidad.
Honrar los compromisos no significa pagar todo de inmediato —algo materialmente imposible—, sino mostrar voluntad, consistencia y capacidad para refinanciar de manera ordenada. En el sistema financiero global, las deudas rara vez se cancelan: se patean hacia adelante, pero de forma previsible, negociada y creíble.
Cuando hablamos de “patear deuda” básicamente estamos hablando de considerar esta acción como una herramienta legítima que implica refinanciar en mejores condiciones, con tasas razonables y plazos claros. “Reperfilar” o reestructurar de manera improvisada, en cambio, equivale a admitir que se perdió el control y simplemente estamos improvisando. Los países serios renegocian; los que improvisan reperfilan.
El mercado global no vota, evalúa
Mientras vivimos horas de nerviosismo por las próximas legislativas, los bancos internacionales, como JP Morgan o Citi, analizan más el lunes 27. Lo que les importa no es quién gana, sino cómo reacciona el país al día siguiente: si hay coherencia en el gabinete, si se envían señales de continuidad institucional, si el Banco Central puede sostener el tipo de cambio y, sobre todo, si el Tesoro puede cumplir con su calendario de pagos.
En ese sentido, la reunión del presidente Milei con el directorio de JP Morgan y el reciente acuerdo de swap por 20 mil millones de dólares con el Tesoro de Estados Unidos no son solo hechos económicos: son señales de confianza. Indican que, pese a la fragilidad de las reservas, la Argentina tiene interlocutores internacionales dispuestos a darle margen, siempre y cuando mantenga disciplina fiscal y previsibilidad política.
La política piensa en ganar elecciones mientra posterga el largo plazo
Llevamos décadas invertidas en discutir quien tomó deuda, a que tasas, a que entidad o país aliado, esperando que si logramos cambiar el nombre de la deuda por el de un político la misma desaparecerá. Error en el cuál llevamos muchos años invertidos sin llegar a ningún lado.
Javier Milei asumió la presidencia con una Argentina que tenía su riesgo país en casi 2000 puntos, y logró en cuestión de meses bajarlo a 800 y hoy está en 1000. Eso también desde el mercado se celebra. El desafío para los próximos años será transformar la política de deuda en una política de Estado. Esto implica: Unificar criterios sobre qué tipo de deuda queremos emitir, promover un mercado de capitales nacional que reduzca la dependencia del financiamiento externo y generar previsibilidad institucional para que las reestructuraciones sean la excepción y no la norma.
Con el RIGI ya en marcha y con inversiones en solo dos años estimadas en más de US$ 100 mil millones, el país nuevamente está ante una oportunidad clave. El escenario actual nos ofrece el mantener un rumbo claro y definido con visión en recibir inversiones que sigan potenciando a la Argentina, o volver a una lucha inutil como lo fue el combatir al capital. Cuánta confianza se logrará ante el mundo post elecciones la comenzaremos a ver este domingo por la noche.

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