Recientemente viene reflotando la discusión respecto a si conviene o no dolarizar la economía. Muchos sostienen que adoptar oficialmente al dólar como nuestra moneda de cambio es la única manera de finalmente anclar las expectativas de inflación, y garantizar un mínimo de estabilidad monetaria. Otros creen que una política de este tipo traería más mal que bien, que perder el peso argentino es en definitiva una manera de perder nuestra soberanía, e incluso que dolarizar es inconstitucional.
Más allá de la discusión, que a esta altura cuenta con incontables argumentos de ambos lados, hay dos cosas que son seguras:
- En los últimos 70 años de mala praxis monetaria y de subordinación del Banco Central a la discrecionalidad de la política fiscal ha llevado a una desconfianza y un repudio por el peso, que convirtió al dólar en la moneda de referencia de los argentinos. Preferimos ahorrar, invertir, y pensar en dólares. Es nuestra unidad de cuenta al final del día, y partiendo de esa base, la estabilidad de precios, de los flujos de capitales, y de la actividad económica, esta intrínsecamente relacionada con la estabilidad cambiaria.
- Dolarizar no significa tocar la macro con una varita mágica. No funciona sola, y no por sacar al peso de circulación la economía argentina va a enderezar el camino y llegar al primer mundo. Puede convenir o no convenir, pero es importante entender que ciertas condiciones son necesarias para que un proyecto de ese tipo tenga oportunidad de ser viable a largo plazo.
Sobre esto va a girar un poco lo que vengo a decir, para dolarizar necesitamos dólares. Suena a una trivialidad, pero igualmente creo que vale la pena detenerse sobre este punto y ahondar un poco. Primero, dolarizar esencialmente significa retirar toda la base monetaria y convertirla en dólares. Esto incluye no solo los billetes y monedas que el público mantiene en su bolsillo, pero por supuesto todos los depósitos a la vista, encajes bancarios y pasivos del banco central. Si realmente vamos a intercambiar todos esos pesos por dólares de nuestras reservas (pues eso haríamos en una dolarización unilateral que no incluye un paquete de asistencia de la FED), lo primero que vamos a tener que establecer es el tipo de cambio que vamos a usar para esa conversión. Hoy por hoy, con las reservas que tenemos disponibles, estaríamos hablando de más de 4.000 pesos por dólar. Si en cambio contamos con un buen respaldo de divisas, ese tipo de cambio puede no ser tan alto, con lo cual el valor en dólares del patrimonio de los argentinos no se vería tan afectado.
A su vez, y yendo más allá de la primera etapa de conversión de los activos y contratos en pesos, hay que considerar que dolarizar implica renunciar totalmente a nuestra capacidad de hacer política monetaria, y consecuentemente de utilizarla para suavizar el ciclo económico. En este punto se podría argumentar que, en nuestra historia reciente, la capacidad de nuestro Banco Central de ejercer algún grado de control sobre la cantidad de dinero en circulación no ha servido demasiado a los fines de estabilizar el ciclo; de los últimos 15 años, 7 han sido de achicamiento y recesión. Sin embargo, no deja de ser válido el punto; cuando un shock golpea a nuestra economía, y deprime nuestros ingresos, esa característica inyección de liquidez a los mercados funciona como una bocanada de oxígeno que ayuda a que los engranajes de la economía no se detengan por completo. El azote de la pandemia, y la subsiguiente asistencia de los bancos centrales del mundo, fue un ejemplo categórico de esto. Con lo cual, si vamos a atarnos de manos con una política como la dolarización, que elimina de cuajo la posibilidad de emitir, vamos a necesitar un buen colchón de dólares para cuando lleguen las épocas de vacas flacas. Es decir, para que dolarizar sea viable en el largo plazo, necesitamos ahorrar divisas cuando se pueda, y formar un fondo contra cíclico de reservas.
En la misma línea, una economía que dolariza pierde naturalmente la posibilidad de devaluar su moneda. Esto implica que se renuncia a una herramienta que permite abaratar en dólares los costos domésticos y desalentar las importaciones cuando necesitamos corregir un déficit comercial con el resto del mundo.
Me parece que vale la pena parar la pelota sobre este punto, y abrir un paréntesis. Pensemos un minuto si en el caso particular de Argentina, la devaluación es el mejor mecanismo de ajuste que podemos tener frente a la necesidad de recuperar competitividad en el exterior. Para nosotros devaluar básicamente se traduce a encarecer las importaciones, reducir actividad económica, y esperar que la inflación que va a disparar esa devaluación no acabe por compensarla completamente. Y si conseguimos abaratarnos en dólares, y esto nos permite tener un ingreso neto de divisas vía comercio, en general lo perdemos por la puerta financiera. En medio de un proceso devaluatorio, la gente se escapa de los activos en pesos, dolariza sus portafolios, y los dólares que ganaste por un lado salen por el otro, en lo que llamamos la famosa "fuga de capitales". Mover el precio del dólar de manera brusca en una economía que lo usa como unidad de cuenta genera este tipo de efectos que no tienen la misma presencia en economías monetariamente “sanas”. Con lo cual, sería bueno que en general asimiláramos la siguiente idea; devaluar no es la única manera de corregir la competitividad. Si el objetivo es reducir los costos laborales unitarios en dólares, bajemos las retenciones y la carga impositiva, incentivemos las inversiones que mejoran la productividad, y reformemos el sistema laboral para flexibilizar los salarios en pesos a la baja. Esto último suena impopular, por supuesto. ¿Pero realmente podemos afirmar que reducir los salarios en pesos nos empobrece más que la inflación que disparan las devaluaciones bruscas?
En cualquier caso, lo anterior meramente resume mecanismos de ajuste alternativos a la devaluación, a los que puede recurrir una economía dolarizada. Este ajuste solamente es necesario en la medida en la que no haya margen para financiar un déficit de cuenta corriente con reservas, mientras esperamos a que las condiciones internacionales mejoren. Un fondo contra cíclico puede eventualmente darte ese margen.
Otro argumento que se suele escuchar cuando se señalan los contras de tener una economía dolarizada, es la vulnerabilidad que tendría nuestro sistema financiero a corridas bancarias. Dolarizar implica en definitiva que el Banco Central tampoco puede actuar como prestamista de última instancia, y rescatar a un banco que enfrenta problemas de liquidez. A menos, claro, que si tenga con que rescatarlo. Me refiero, por supuesto, y por última vez, al bendito fondo contra cíclico. Ahora sí, espero que haya quedado claro; para dolarizar, necesitamos dólares.
Por último, y no por eso menos importante, dolarizar es renunciar también a la posibilidad de que el Banco Central financie con emisión los desequilibrios fiscales del tesoro. Con lo cual, un estado que consistentemente gasta más de lo que recauda tiene dos opciones; o ajustar, sea como sea (claro, sin valerse del impuesto inflacionario), o tomar deuda en dólares, a una tasa ajustada por riesgo de default. Considerando la historia crediticia argentina, la segunda opción no resulta muy convincente.
En resumen, y siempre en mi opinión, una dolarización que se sostiene exitosamente en el tiempo necesariamente viene acompañada por; un sólido fondo contra cíclico de reservas, una reforma laboral y tributaria que fomente la productividad y la flexibilización de los costos laborales a la baja, y disciplina fiscal. Es decir, será viable solo en una Argentina que empieza a hacer las cosas bien. Por lo tanto, vale preguntarse; si logramos eficientizar el gasto público, si reducimos la carga tributaria, y si fortalecemos las reservas… ¿Vamos a seguir repudiando nuestra moneda? ¿Vamos a seguir argumentando que necesitamos dolarizar?
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