Cuenta un cuento que un muchacho extremadamente pobre encontró una salida laboral viajando, haciendo dedo, desde el pueblo en el que vivía hacia el mercado de frutas, verduras y hortalizas de una zona rural cercana.
Comenzó llevando de fiado un cajón de tomates que vendía por kilo a los vecinos.
En verdad, era muy bueno eligiendo tomates y al poco tiempo, la calidad de sus productos cobraron fama y todos querían comer sus tomates.
De aquel primer cajón fiado llegó a comprar dos. Luego amplió la oferta de productos, incorporando cebollas, papas, y algunas frutas.
Con esfuerzo y dedicación pudo comprar su primera camioneta y así, luego, extendió sus puntos de venta, pasando de la venta ambulante a un primer y humilde local.
Años después consiguió formar una empresa con varios locales propios y un centro de distribución.
Junto con la expansión comercial también creció su familia, se había casado con su compañera y socia y juntos tuvieron a un hijo al que criaron con las posibilidades que ellos habían carecido. En este sentido, asistió a los mejores colegios hasta obtener una maestría internacional en economía.
Fuente de consulta permanente, el padre se apoyaba en los comentarios que su hijo profesional le hacía.
Un día, el hijo le comenta al padre: “se acerca un ciclo recesivo, las ventas van a disminuir, la mercadería se va a pudrir por la falta de rotación y los sueldos de los empleados acabarán con nuestro ahorros, es hora de cerrar algunos de los locales y despedir a parte de la nómina”.
Con fé ciega, el padre aceptó la sugerencia, para algo el jóven había estudiado.
Cerró locales, vendió camiones, dejó de comprar mercadería y desvinculó a muchos de sus antiguos colaboradores.
Al cabo de unos pocos meses pudo verificar que, efectivamente, vendía menos.
El hijo había acertado el ciclo recesivo, con tal precisión que las ventas bajaron en idéntica proporción con la desinversión que habían realizado.
Este cuento, un poco gracioso y otro tanto preocupante, nos pone en evidencia que, muchas veces, somos nosotros quienes creamos nuestras circunstancias.
Probablemente, durante los 40 años en los que el padre había trabajado, antes de la intervención de su hijo, existieron ciclos recesivos y crisis económicas. Sin embargo, la austeridad, dedicación y empeño sortearon sin notar esas circunstancias. Es más, en esos momentos críticos, el negocio funcionaba mejor, pues la gente hacía compras diarias menores en comercios de cercanía, tal cual como los que él ofrecía.
Como en muchos cuentos, en este también existe una moraleja.
Muchas veces, anticiparse a situaciones temidas termina colaborando con volverlas realidad.
Las profecías autocumplidas son decretos que predicen lo que va a suceder, en ocasiones, fundadas en una definición falsa de la situación, que despierta un nuevo comportamiento que hace que la falsa concepción original de la situación se vuelva verdadera.
En estos tiempos de cambios, turbulentos y extremos, revisar nuestras decisiones, tanto de inversión como de salida, demandan consideraciones excepcionales. Actuar con cautela, sin pánico ni emociones podría significar sobrevivir y crecer frente a los que actúan por inercia o tomados por el oportunismo.
Mucha suerte para todos en esta etapa que se inicia.
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