Por Guido Lanzillotta. Noviembre de 2020.
Argentina conlleva una historia económica y política, la cual nos muestra por qué la sociedad, en gran parte, es reacia al mercado de capitales.
El acuerdo de deuda entre el gobierno y los acreedores, que recientemente se dio a conocer, implica mucho más que el nuevo valor que tendrán los nuevos bonos argentinos una vez que empiecen a cotizar en el mercado secundario. En todo caso, merecería un artículo puntual dicho análisis, y es fundamental poder interpretarlo para una mirada integral.
El objetivo es centrarnos en cuán importante es para un país y su desarrollo tener en claro cómo, a través del riesgo país y las herramientas que el mercado de capitales nos ofrece, se podría transitar de manera eficiente los años por delante.
Argentina conlleva una historia económica y política, la cual nos muestra por qué la sociedad, en gran parte, es reacia al mercado de capitales. Sus ciclos continuados de entradas y salidas a distintas crisis económicas, y la falta de unidad en políticas públicas construyen una desconfianza coyuntural que repercute en los inversores de manera negativa. Esto es causal, en gran medida, de imposibilitar un desarrollo de herramientas eficientes a través del mercado de capitales que puedan ser útiles para las empresas, los inversores y el gobierno.
Las prioridades de Argentina como país son bastantes. Y las urgencias que tenemos aún más. Ni hablar si nos situamos en un contexto de pandemia. Pero debemos tener (aquellos que creemos en el rol positivo del mercado de capitales) la insistencia de plantear ideas y soluciones que puedan contribuir en el mediano y largo plazo.
Si bien aún falta negociar con el FMI, podemos adelantar la necesidad de brindar claridad sobre el terreno fiscal a futuro. Este es el factor estructural que realmente permitirá bajar el riesgo país, o al menos mantenerlo con una tendencia a la baja.
En un mundo de excesiva liquidez y tasas bajas, y puntualmente en una Argentina de alta emisión, no debemos perder de vista el círculo virtuoso que podemos generar luego de este canje de deuda captando los flujos tanto externos como internos en instrumentos bursátiles.
Saber que quedarán en cartera del fondo de garantía sustentable y del BCRA una cantidad de bonos argentinos considerables, podría invitarnos a creer en que el estado puede ser parte de esto y no solo para mostrar poder de fuego y repercutir en las expectativas cambiarias del Dólar MEP y CCL (una solución en el corto plazo), sino también para promover con más énfasis la utilización de títulos públicos como herramientas de trabajo.
La pregunta obvia es quién quisiera recibir un título de deuda con semejantes antecedentes, atado a un cambio en las reglas de juego permanentes. Es allí donde los beneficios fiscales, el endeudamiento accesible para proyectos privados a través de estos bonos y su utilización como medio de pago en las arcas estatales y privadas debieran ser ideas que no tarden en ponerse en práctica.
Entender que la deuda con contrapartidas no es mala, que el estado debe promoverla como mecanismo de inversión y autofinanciamiento, y que, tanto los inversores institucionales como individuales, pueden recurrir a ella (para hacer más eficientes sus impuestos, endeudamiento privado y sus ahorros) tiene que ser una premisa que de cumplirse, generará círculos virtuosos positivos en favor de la argentina.
Si las empresas privadas premian a sus empleados con acciones de la misma compañía: ¿Por qué no podemos pensar que el poder ejecutivo, legislativo y judicial puede a través de escalas hacerlo con sus empleados? ¿Por qué no podemos invitar a las empresas e inversores, sin importar su tamaño, a tener escalas predeterminadas por el gobierno (que no dañen el presupuesto anual del estado ni de los privados) para optar por pagar impuestos o suscribir bonos argentinos, con la condición de ser tenedores hasta el final de la vida de dichos bonos? ¿Por qué no podemos pensar en mecanismos mixtos de financiamiento para las pymes donde los bancos entreguen parte en dinero y parte en bonos para que las mismas los usen de garantía y se financien de manera accesible mediante cauciones bursátiles respetando los cupos necesarios? Son sólo algunas preguntas que me hago y que invito a que las pensemos en voz alta.
La demanda de bonos argentinos y su alternativa de utilización en diferentes ámbitos y como contrapartida de diferentes fines vemos que puede generar un efecto derrame positivo en los siguientes aspectos financieros: Mayor estabilidad cambiaria, mayor absorción de pesos que no necesariamente tengan como fin su conversión a Dólar MEP o CCL, mayor acceso a financiamiento de grandes y medianas empresas, mayor disciplina fiscal y por ende mayor recaudación, mayores recursos de financiamiento para el estado, evitar depender únicamente de un mercado internacional para acceder al crédito, fortalecer el mercado interno y sus mecanismos de financiamiento, por mencionar algunas.
A su vez, vemos que como contrapartida se generará un efecto derrame a nivel sociedad: habrá un pacto social implícito de los actores sociales que tengan en mayor o menor medida estos bonos (objetivo común), se generará mayor cultura del gasto y del ahorro y se podrá poner el foco de atención en urgencias políticas con una alternativa más de financiamiento, saliendo así de la discusión permanente de si nos endeudamos con emisión monetaria o con deuda externa.
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