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Cuando flotar es hundirse: una reflexión sobre las causas de la economía bimonetaria argentina y sus implicancias en la formulación de políticas

Por Marcos Sami

Cuando flotar es hundirse: una reflexión sobre las causas de la economía bimonetaria argentina y sus implicancias en la formulación de políticas

No es sorpresa para nadie el rol clave que cumple el dólar estadounidense en la economía argentina, y, en especial, en la mente del ciudadano argentino. Este último está constantemente pendiente de la cotización de la divisa norteamericana, y esto sucede por una sencilla razón: Argentina es una economía bimonetaria,“dolarizada de facto”.

Si uno acude a cualquier manual básico de macroeconomía o finanzas, lo primero que se establece al hablar de dinero son las tres funciones esenciales que debería cumplir toda moneda: medio de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor.

La historia económica argentina reciente —y no tan reciente— demuestra que, salvo en breves períodos de estabilidad, el peso argentino no cumple adecuadamente con dos de esas tres funciones. En particular, falla como reserva de valor y como unidad de cuenta. Por el contrario, la única función que mantiene parcialmente es la de medio de cambio, y ello solo porque el Estado impone su uso como moneda de curso forzoso, es decir, de aceptación obligatoria en las transacciones internas, dificultando el uso transaccional de otras divisas.

Si analizamos la capacidad del peso argentino para almacenar valor y, por ende, generar confianza entre los residentes y no residentes, resulta evidente por qué los agentes económicos huyen de dicha moneda. Al intentar evaluar su desempeño, surge un primer problema: la falta de mediciones y estadísticas confiables respecto de la inflación durante el período 2007–2016.

En esos años, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) fue intervenido por el Poder Ejecutivo, que incorporó funcionarios del Ministerio de Economía dentro del organismo. Esto no solo le quitó autonomía técnica, otorgándole al gobierno la posibilidad de adulterar metodologías y datos, sino que también eliminó durante una década la capacidad de los agentes económicos de analizar estadísticas confiables sobre actividad, empleo, pobreza y precios. En otras palabras, el sistema económico perdió por completo su brújula y, por ende, su rumbo.

Falsificar estadísticas nunca es gratis, especialmente en términos de credibilidad y reputación. La medición del nivel de precios es uno de los pilares de toda economía moderna, ya que constituye la referencia clave para:

  • -la formación de expectativas de los agentes,

  • -la medición de la pobreza y del poder adquisitivo,

  • -la negociación de salarios y distintos contratos (causando un acortamiento de plazos en estos ultimos)

  • -las decisiones de consumo, ahorro e inversión.

El ahorro es el combustible que necesita la inversión, y esta última es el motor del investment-led growth en todos los países del mundo. Es la inversión la que impulsa aumentos de productividad, genera nuevos puestos de trabajo y mejores salarios.

Para que ese proceso virtuoso de crecimiento se materialice, es esencial un entorno macroeconómico estable que brinde confianza y previsibilidad. Solo así es posible estimar con precisión los costos y rendimientos de una inversión, a partir de estadísticas clave como el costo de capital y la tasa de interés real. El capital siempre se dirige hacia donde obtiene la mejor rentabilidad ajustada por riesgo, y el contexto argentino desde 2003 hasta hoy no ha hecho más que aumentar la inseguridad y el escepticismo de los inversores, generando falta de crédito y tasas abismales, tanto para el soberano como para los privados.

No debería sorprender, entonces, que la economía argentina, carente de estabilidad y credibilidad, se encuentre profundamente descapitalizada, con un producto per cápita estancado desde 2011. Sin precios ni datos confiables, una economía deja de asignar eficientemente recursos y destruye confianza: el insumo más escaso de la economía argentina.

A todo esto, conviene recordar el rol fundamental de los precios como mecanismos de coordinación intertemporal y de transmisión de información entre los actores económicos, responsables de asignar eficientemente los recursos escasos en toda economía de mercado que aspire a ser exitosa. Salvo durante planes de estabilización que utilicen nominal anchors, existe consenso en la literatura sobre la importancia de que los precios se expresen libremente.

Si dejamos atrás esta etapa oscura y tomamos el período enero 2017–septiembre 2025, es decir, desde la normalización del INDEC hasta el presente, la inflación acumulada medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC) alcanzó aproximadamente 9.280% (INDEC, IPC nivel general, base 2016=100). Esto muestra, de manera inequívoca, la destrucción patrimonial que habría sufrido una persona o empresa que hubiese mantenido una posición líquida en pesos en su activo.

Frente a semejante pérdida de poder adquisitivo, la respuesta racional de los agentes económicos fue refugiarse en una moneda que preservara su valor: el dólar estadounidense. Aquí emerge el fenómeno central de la economía argentina, y que la diferencia de otras economías emergentes: el bimonetarismo. El dólar, que en otras partes del mundo se utiliza meramente para operaciones de comercio exterior, pasó a cumplir las funciones que el peso dejó vacantes. Los precios de bienes durables, inmuebles y alquileres están medidos en dólares, fenómeno que no se da en otras economías en desarrollo de la región.

Este proceso no es la respuesta a una preferencia cultural, como suele afirmarse, sino una reacción racional frente a años de crisis y desestabilización macroeconómica. La raíz de este problema está en uno de los males más persistentes de la economía argentina: el déficit fiscal recurrente y su financiamiento a través de la emisión monetaria. Este fenómeno, típico de un régimen de fiscal dominance, destruye por completo la moneda. Incluso cuando no hubo emisión directa —como durante la convertibilidad—, el financiamiento vía deuda en mercados internacionales o con organismos multilaterales llevó al stock de deuda a una trayectoria no sostenible, careciendo de un plan para generar la capacidad de pago necesaria para cumplir dichos compromisos, llegando al 2001 con un déficit fiscal financiero de 3,2 puntos del producto y con una tendencia ascendente.

Cuando los agentes perciben que el Estado manipula los datos, cambia las reglas y erosiona el valor de la moneda, buscan refugiarse en un activo exógeno que no dependa directamente de la política doméstica. Así, el dólar se convierte en la unidad de cuenta de facto y en la reserva de valor dominante, mientras el peso queda relegado a su función de medio de cambio impuesto por ley.

Esta estructura dual genera consecuencias profundas:

  • -Debilita la política monetaria: el Banco Central emite una moneda que nadie desea, de la cual todo el mundo se deshace apenas la recibe.

  • -Debilita el sistema financiero: los dólares comprados no se canalizan hacia el crédito productivo local, ya que quedan fuera del sistema por miedo, desconfianza y  restricciones regulatorias.

  • -Acentúa la vulnerabilidad macroeconómica: cualquier political or credibility shock se traduce de inmediato en demanda de dólares, presión cambiaria y mayor inflación.

El bimonetarismo argentino no es un fenómeno cultural ni psicológico, sino el resultado lógico de décadas de inestabilidad, inflación crónica y destrucción institucional. Una moneda nacional no se impone por decreto: se gana con credibilidad. Mientras el Estado no logre reconstruirla —a través de disciplina fiscal y monetaria,estabilidad macroeconómica,transparencia estadística y desarrollo institucional—, la sociedad argentina seguirá operando con dos monedas.


El tipo de cambio como variable nominal dominante

La pregunta entonces es: ¿cómo cambia una economía que se rige con dos monedas? ¿Las políticas deben ser las mismas?
Dado que el dólar cumple funciones de unidad de cuenta y reserva de valor, el tipo de cambio se vuelve el principal determinante del nivel de precios. En este contexto, las devaluaciones se trasladan rápidamente a los precios internos mediante el efecto conocido como exchange rate pass-through (traslado a precios), incluso bajo esquemas de monetary tightening. Por eso, controlar la variable nominal que más incide en la inflación —el tipo de cambio— resulta clave para lograr la estabilidad necesaria para crecer y comenzar a desarrollarse.

Las tres herramientas tradicionales de estabilización nominal son el control de los agregados monetarios, la tasa de interés y el tipo de cambio. En una economía donde la moneda doméstica no es un vehículo confiable de ahorro ni de precios, el canal de transmisión monetario se vuelve más débil que en otras economías. El Banco Central puede restringir la base monetaria y/o aumentar la tasa de interés, pero si el tipo de cambio se descontrola —y el dólar continúa siendo la unidad de cuenta—, las expectativas inflacionarias se desanclan y la política pierde gran parte de su efectividad. Es decir, ni siquiera el apretón monetario, que conlleva grandes costos en términos de producto y actividad debido al deterioro en el consumo y la inversión, garantiza la estabilidad de una economía bimonetaria.
Sucumbe frente a escenarios de distress solamente por continuar con la misma idea de siempre: la flotación (ya sea libre o administrada).


La flotación como óptimo teórico, no práctico

Lo que en teoría es el óptimo —una flotación libre o entre bandas— puede ser desestabilizador en economías como la argentina. La volatilidad cambiaria se traduce en inflación, deteriora expectativas y erosiona la credibilidad de los programas económicos. En un país con elevada polarización política, los episodios preelectorales que conllevan el famoso pre-electoral hedging, induciendo situaciones de FX and financial stress, disparan la demanda de dólares incluso bajo condiciones monetarias restrictivas. En esquemas de flotacion administrada, esto genera un doble costo: pérdida de reservas y caída de la actividad económica (o en la tasa de crecimiento de la misma), además de la señal que se envía al mercado de estar constantemente muy cerca —o incluso sobre— la banda cambiaria.

Un ancla cambiaria es necesaria, pero su credibilidad depende del ancla monetaria. Con emisión de dinero, no se puede sostener el tipo de cambio dadas las reservas, ya que cada vez habrá más pesos disponibles para comprar la misma cantidad de dólares, lo que lo torna insostenible. Asimismo, esta monetary anchor depende de que el fisco respete su restricción presupuestaria intertemporal y no recurra a la emisión, que —dada la incapacidad de Argentina de acceder a los mercados internacionales de crédito— es su única fuente de financiamiento.
Con esto, queda claro que el ancla cambiaria necesaria para la estabilidad es tanto creíble como sostenible si y solo si el programa económico cuenta con las otras dos anclas, las cuales la dotan de consistencia teórica.

En adicion a esto, tambien es importante tener en consideracion el impacto que puede tener una devaluacion brusca, causada por panico financiero y/o una reversion subita de los flujos de capitales (sudden stops) sobre la sostenibilidad fiscal. Se debe tener en cuenta que la argentina, en las escasas ocasiones en las que puede colocar deuda en los mercados internacionales, lo hace, en su mayoria bajo legislacion y moneda extranjera, siendo los titulos hard dollar los que tienen mayor aceptacion entre los inversores. Estos ultimos tienen como moneda de denominacion y pago al dolar estadounidense, acreditando los famosos dolares cable o contado con liquidacion en las comitentes de sus acreedores. Esto produce un descalce cambiario entre activos y pasivos para el tesoro, ya que casi toda su recaudacion es en moneda domestica, pero debe enfrentar servicios de deuda (tanto interes como principal) en moneda dura. Dicha situacion causa que el tesoro necesite, en caso de una devaluacion fuerte, un mayor resultado primario en pesos para afrontar dichos compromisos


Conclusión: flotar en una economia bimonetaria es hundirse

Queda claro, entonces, que la flotación puede ser el óptimo teórico, pero no el práctico: mientras el dólar siga siendo unidad de cuenta, Argentina no puede —ni debe— flotar. En estas condiciones, flotar significa hundirse.

Ejemplos como Israel en los años noventa muestran que un país puede pasar de un esquema fijo a uno flexible solo cuando el dólar deja de ser unidad de cuenta, es decir, cuando los precios y las expectativas se estabilizan.
Chile también ofrece un caso ilustrativo: avanzó gradualmente desde un sistema de bandas ampliatorias hacia la flotación libre, pero lo hizo en un contexto donde la moneda local nunca perdió su rol de unidad de cuenta.

Frente a este tipo de situaciones, un regimen cambiario mas propio para una economia con las mencionadas características seria la adopcion de un crawling peg. Este esquema de pequeñas devaluaciones pre anunciadas, tiene como objetivo evitar la sobreapreciacion de la moneda, evitando la volatilidad nominal que tantos efectos adversos puede traer. Dicho ritmo de devaluacion debe ser ajustado a medida que la inflación converga al ritmo de devaluacion, viendose gradualmente reducido.


Economias como la argentina, enfrentan el desafío de reconstruir primero la confianza en su propia moneda antes de poder liberalizar su tipo de cambio.

La estabilidad nominal no es un lujo ni una obsesión: es la condición previa para cualquier desarrollo sostenible.


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