¿Quién inventó los símbolos de estatus?
Hace miles de años, el éxito se demostraba cazando o ganando guerras. Si matabas más animales o vencías más enemigos, todos lo sabían. - Las comunidades eran pequeñas.
Pero las sociedades crecieron.
Ya no todos presenciaban tus victorias, ni podías platicarlas una por una. Entonces nacieron los símbolos: capaces por concentrar el éxito en un solo gesto u objeto.
Un símbolo no es solo objeto o gesto. Es una forma de comunicar sin hablar. Resume una historia, una posición, un poder. En él se concentra lo que hiciste para que los demás lo entiendan con solo verlo.
Un símbolo permite que el éxito viaje, incluso cuando tú no estás presente.
Así, pues, el éxito que alguna vez fue cazar o ganar guerras pasó a concentrarse en los símbolos. Ya no era necesario explicitar el estatus: señales visibles —como la ropa limpia— cumplían esa función.
Como observa Veblen en “The Theory of the Leisure Class”, la limpieza sugería que no trabajabas, ni habías tenido que hacerlo. Solo alguien exitoso podía vivir así.
La ropa incomoda también lo comunicaba: No estás trabajando, ni vas a hacerlo.
Cuanto más te limitan el movimiento más eficazmente comunican que se pertenece a la clase ociosa.
Aprender un idioma, viajar o tocar un instrumento se convirtieron en nuevas formas de decir que tienes tiempo libre, y que solo quien tiene éxito puede permitírselo.
Todos esos símbolos convergen en lo mismo: el tiempo libre, la prueba silenciosa del éxito.
Este fenómeno se manifestó también en los gestos, y terminó codificándose en los modales.
Comer con cubiertos, por porciones y, precisamente por tiempos, o sugiere algo más que educación: sugiere tiempo libre.
Como apunta Health y Potter en “The Rebel Sell”: los modales no solo consisten en saber comer, sino en dar la sensación de no tener hambre.
Es el cuerpo diciendo lo mismo que la ropa limpia: “tengo tiempo, y no tengo urgencias”.
Miles de años después, seguimos usando los símbolos como brújula del éxito.Ya no cazamos animales ni mostramos trofeos: publicamos viajes, practicamos pilates, consumimos matcha o meditamos.
Aun cuando el contenido sea tenue, la forma mantiene su eficacia como señal.
Porque el símbolo- incluso vacío- sigue funcionando.
Así que no existe una persona que “inventara” los símbolos de estatus: son una respuesta a la presión de demostrar éxito en sociedades cada vez más grandes.
Para Norbert Elias, los símbolos civilizan: regulan impulsos y marcan quienes pertenece al centro y quién a la periferia. Para Veblen, los símbolos exhiben: muestran ocio, consumo y poder. Para Bourdieu, los símbolos clasifican: son el lenguaje con el que la sociedad traduce la diferencia en jerarquía.
Al final, los símbolos no solo comunican quién parece exitoso; también moldean incentivos. Funcionan como señales costosas: prácticas cuyo valor radica en que no cualquiera puede asumirlas. Pero no son una verdad absoluta. Las señales pueden exagerarse, simularse o financiarse a crédito. El símbolo muestra intención, no necesariamente solvencia.
Del ocio visible que describía Veblen al capital cultural de Bourdieu, cada gesto opera como una inversión estratégica en reputación. Ese proceso genera un pequeño mercado del reconocimiento, donde el precio se paga en tiempo, consumo conspicuo o refinamiento. Y como en todo mercado, produce sus propias externalidades: lo que uno exhibe redefine lo que los demás deben mostrar.
Por eso los símbolos sobreviven incluso cuando parecen vacíos. Porque más que adornos, son mecanismos con los que las sociedades distribuyen prestigio, aspiración y jerarquía. Cambian los objetos, cambian las modas, pero no la lógica: en la economía del estatus, los símbolos siguen siendo la moneda más estable, aunque no siempre la más verídica.
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