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Krasznahorkai, premio a la melancolía

Por María Delle Donne

Krasznahorkai, premio a la melancolía

Hoy, 9 de octubre, se anunció el ganador del Premio Nobel de Literatura. Personalmente, yo esperaba —al igual que tantos otros lectores— que este año el Nobel fuera para el japonés Haruki Murakami, escritor que figura entre los principales candidatos para el galardón desde hace años. Aunque no pudo ser, la noticia del ganador me sorprendió de igual manera: el húngaro László Krasznahorkai, autor de novelas como «Tango satánico» (1985), «Melancolía de la resistencia» (1989) y «Guerra y guerra» (1999), todas editadas en castellano por Acantilado, con geniales traducciones del chileno Adan Kovacsics.

Krasznahorkai nació el 5 de enero de 1954 en Gyula, un pueblo situado en la frontera oriental de Hungría, lindante con Rumania. Entre 1978 y 1983 estudió Lengua y Literatura Húngaras en la Facultad de Humanidades de la Universidad Eötvös Loránd (ELTE). Su tesis se centró en la obra y las experiencias del escritor húngaro Sándor Márai tras su exilio luego de la toma comunista en 1948.

Desde muy temprano en su carrera, Krasznahorkai colaboró con su compatriota y amigo Béla Tarr como guionista de varias películas, que incluyen adaptaciones de sus propias obras: «La condena» (1988); «El último bote» (1989); «Tango satánico» (1994), que tiene una duración de siete horas y doce minutos; «Las armonías de Werckmeister» (1997-2001); «El hombre de Londres» (2007); y «El caballo de Turín» (2011).

 László Krasznahorkai. Fuente: El Mundo

«Tango Satánico», la novela con la que debutó como escritor, fue un éxito inmediato y hoy sigue siendo su título más famoso. Esta obra posmodernista está compuesta por dos partes; cada una, por seis capítulos que son un largo párrafo sin saltos de línea. En la primera parte, los capítulos están numerados del uno al seis; y en la segunda, del seis al uno. Esta estructura se asemeja a la de un tango. Pese a que por su organización pueda resultar una lectura al comienzo algo dura, esta misma extraña disposición empuja al lector hacia adelante y hacia atrás, como en el tango, en busca de las referencias y las ideas que logren esclarecer los puntos que van quedando sueltos en la historia.

Krasznahorkai detalló con una precisión fotorrealista los vaivenes del colapso y del abandono de una granja colectiva de finales del régimen de la República Popular Húngara. La mayor parte de la acción ocurre en una aldea en ruinas, deteriorada, de suelos yermos, donde la tierra ya no se trabaja y las chozas de los campesinos están venidas a menos. Llueve siempre y todo tiene humedad. Los habitantes son pocos y estrafalarios: unas pocas familias; un posadero; un director de escuela —sin escuela que funcione—; unos pastores y sus mujeres adúlteras, como la insatisfecha señora Schmidt; y el Doctor, un borracho culto, aunque ermitaño, que observa los hechos y los documenta. Todos se resienten y se engañan. El Doctor solo sale al pueblo después de quedarse sin bebida, pero pronto se enfrenta al tenso clima en el que está sumida la aldea.

Fotograma de la adaptación cinematográfica de Tango satánico: la niña Estike (Erika Bók). Fuente: Bela Tarr

Futaki, uno de estos campesinos, se despierta una mañana al escuchar campanadas de Iglesia. Descubre que dos paisanos planean escapar a la ciudad, en busca de progreso, con lo recaudado de la venta de ganado. Es en este escenario postapocalíptico que aparece Irimiás, un falso profeta que ejerce una influencia casi divina sobre los demás. Regresa a la aldea luego de haber sido dado por muerto, tras ser condenado por corrupción, y finalmente la conspiración de los campesinos queda trunca. Irimiás enciende una chispa de esperanza en los habitantes de la aldea, a quienes logra extorsionar echándoles la culpa del suicidio de una niña, la pequeña Estike, para que le den el dinero que ganaron en la granja. Acaba por convencerlos de mudarse a otra nueva comunidad desolada. En la fonda de mala muerte de su pueblo en ruinas, los habitantes continúan bailando un tango en el que no pueden dar un paso en falso. Cuando los aldeanos comprenden la realidad de las intenciones de Irimiás, este termina dispersándolos por todo el país por un tiempo indeterminado.

Las señales de alerta son pocas y parece que no bastan: la inquietud general que produce la desconfianza que todos se tienen; el temor que infunde la acción de Irimiás; un ruido de campanas que no se sabe bien de dónde proviene, porque la Iglesia está en ruinas; el balbuceo sin sentido de un loco, una alerta. El Doctor es el único que queda en la aldea abandonada. Al final de la obra, el círculo se cierra y la historia comienza nuevamente; ni el lector ni los personajes logran escapar.

La obra de Krasznahorkai ha tenido gran reconocimiento crítico. La escritora estadounidense Susan Sontag lo llamó «el maestro contemporáneo húngaro del apocalipsis que inspira comparaciones con Gógol y Melville», y el alemán W. G. Sebald escribió que «la universalidad de la visión de Krasznahorkai rivaliza con Almas muertas de Gógol y supera con creces todas las preocupaciones menores de la escritura contemporánea». Sin dudas, László Krasznahorkai ahonda con destreza y cercanía en las particularidades del alma y en un apocalipsis que toma la forma de un ciclo que no concluye. Su obra trasciende la representación documental de la vida bajo el socialismo húngaro, ya que explora el miedo, el engaño, las contradicciones, los deseos, las ambiciones y los límites del egoísmo, realidades que son universales a todos los tiempos y a todos los hombres.

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