Hace unos años escribí mi tesina de grado investigando el concepto de consumo y cómo esta actividad desempeña un papel fundamental en nuestra vida. Desde la era del capitalismo hasta la actualidad, la forma en que nos relacionamos con el consumo ha evolucionado significativamente. En el siglo XXI, no podemos pensar en el consumismo sin vincularlo al deseo. No se trata solo de satisfacer una necesidad, si no del goce y de la posibilidad de experimentar reiteradamente las emociones que este provoca en nuestro cuerpo. Esto se intensifica en un presente marcado por un avance tecnológico acelerado, que, si bien trae grandes oportunidades de crecimiento a nivel global, también fomenta la inmediatez del placer y disfrute instantáneo, librando aquellas tensiones de la vida diaria.
Suena complejo escapar del acto de consumir, ya que, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos constantemente consumiendo.
En la era digital, la aparición de las redes sociales y la facilidad de acceso al consumo con un solo clic han cobrado un protagonismo que influye en nuestra manera de pensar, vivir e incluso relacionarnos. Pasamos largas horas frente a pantallas, recibiendo información de diversas fuentes, y hasta comparándonos, muchas veces de manera inconsciente, con selecciones editadas de momentos ajenos. Nos enfrentamos a publicidades diseñadas para impulsarnos a comprar y a personas vendiendo fórmulas automáticas de bienestar, generando un ciclo en el que siempre queremos más y más.
La pregunta ¿Qué buscamos cuando consumimos? nos lleva inevitablemente a otra: ¿Qué emoción sentimos al hacerlo? Como mencioné antes, el consumo y las emociones van de la mano. Bauman, filósofo y sociólogo, ya abordó este fenómeno en su libro Vida de consumo, donde analiza la transición de una sociedad de productores a una de consumidores.
Diversos estudios han demostrado que la sobreestimulación causada por las pantallas está relacionada con problemas de autoestima, depresión y ansiedad. Entonces, ¿Cómo podemos regular el impulso de entrar a una aplicación sin darnos cuenta del tiempo que pasamos en ella?
A muchos nos ha pasado estar en una reunión o salida social en la que, a pesar de compartir el mismo espacio, cada persona está en su celular. Sin embargo, en mi experiencia, los momentos más memorables ocurren cuando dejamos el teléfono a un lado y nos conectamos con el presente.
Hace unos meses, Apple lanzó un iPhone de funcionalidades básicas, diseñado únicamente para realizar y recibir llamadas, con el objetivo de reducir el estrés causado por las notificaciones constantes. También han surgido aplicaciones que transforman el celular en una herramienta minimalista. ¿Será entonces que volvemos unas décadas atrás donde no existía mucho de lo que actualmente hoy nos parece básico para poder hacer una pausa?
No planteo esto desde una percepción negativa de la realidad, sino como una invitación a cuestionarnos qué y cómo elegimos consumir. Esto es especialmente relevante para las generaciones actuales, cuyo mayor desafío es aprender a desconectarse para poder conectar consigo mismas. Vivir hiperconectados nos distrae de identificar cómo nos sentimos, qué queremos y hacia dónde nos proyectamos.
Reconectar con uno mismo en este contexto puede ser complicado, pero cada vez es más necesario implementar estrategias de regulación, como establecer límites en el uso de aplicaciones, practicar ejercicio físico, meditar o realizar cualquier otra actividad que nos ayude a enfocarnos en una sola cosa. A menudo, imagino nuestro cerebro como una computadora con múltiples pestañas abiertas simultáneamente: trabajamos mientras compramos un electrodoméstico, damos "me gusta" a la publicación de un vecino cuando estamos almorzando, y sí todo eso sigue siendo consumo.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Qué pensás cuando consumís? ¿Realmente necesitas lo que crees necesitar, o solo estás distrayéndote con estímulos externos? Nos estamos alejando de lo esencial, disociándonos de la realidad, y de lo importante de la conexión con nosotros mismos y con los demás, de compartir momentos de calidad creando recuerdos significativos,
Apretar el freno y tomarnos un momento para reflexionar sobre esto nos permite salir, aunque sea por un instante, de la rueda del consumismo. Es una oportunidad para cuidarnos, desconectar y encontrar satisfacción en la simpleza de las cosas, valorando lo que ya tenemos en lugar de enfocarnos en lo que creemos que nos falta.
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