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El secreto del perfume

Por ethel rosso

El secreto del perfume

El secreto en sí mismo es mucho más hermoso que su revelación, al menos en el caso del perfume. Un aura misteriosa y de aroma placentero se desprende de glamorosos frascos de vidrio cuyo contenido rociamos en nuestros cuellos, pero también un halo secreto de contradicción y complejidad. Es que si indagamos en la composición de los perfumes más refinados del mundo a lo largo de la historia, no sólo encontraremos flores de resplandecientes colores y deliciosas fragancias, sino también rastros de compuestos químicos no del todo agradables que funcionan como fijadores y conservantes de la sustancia aromática, volviéndola más duradera. 

Ninguna publicidad en blanco y negro con súper modelos arrastrando el vestido por el piso osaría aclararnos que parte de la composición del perfume que anuncian incluye bilis, heces y aceites provenientes de animales silvestres (o sus imitaciones sintéticas). Desagradables olores, disueltos en alcohol, constituyen el ingrediente necesario de cualquier perfume que pretenda perdurar en el cuello rociado de su dueño y, con ello, nos encontramos frente al enigmático secreto de cualquier perfumista: el atractivo de una fragancia radica en la tensión entre lo repugnante y lo placentero, lo horrible y lo bello. Después de todo, ¿acaso pueden estos calificativos excluirse el uno al otro?

Tan contradictoria como los componentes del perfume resulta Perséfone, reina del inframundo en la mitología griega y, a su vez, doncella hecha de flores. Cuenta un antiguo mito que la joven, hija de Zeus y Deméter, fue secuestrada por Hades y llevada al inframundo tras ser seducida con un perfume de narcisos. El asunto fue que, a pesar de ser prontamente rescatada y volver a su hogar con sus padres, Perséfone había probado unas semillas del inframundo que la hacían volver a este lugar durante algunos meses, creando así las estaciones del año (otoño-invierno cuando estaba en el inframundo, primavera-verano al regresar al Olimpo). Y tan contradictorio como suene vivir aquí y allá en polos opuestos, es esa contradicción lo que hace a Perséfone quien es: a pesar de su cautiverio, ella continúa siendo la diosa de las flores vivas, dando cuenta así de la interconexión necesaria e inevitable entre la vida y la muerte, vínculo inquebrantable que marca el ciclo eterno de la naturaleza.

El rapto de Proserpina (Perséfone) - Rubens Pedro Pablo 1636

A menudo, en las tragedias griegas, Perséfone es retratada con un perfume floral, que sirve como recordatorio constante de su papel como diosa de la primavera y reina del inframundo. Resulta imposible, entonces, pensar la cuestión del perfume por fuera de su intrínseca dualidad: un aroma delicioso y vivo se halla inmerso en un vínculo eterno con su duración limitada, con una eventual muerte de la fragancia escapándose de nuestras narices, tal como Perséfone lo hacía al volver al inframundo. Un perfume que vive y muere, y que a su vez está hecho de vida y también de muerte. Después de todo, tal vez por esa razón a la doncella se la conocía como "la que lleva la muerte".

Volvamos al principio: el perfume contiene ingredientes desagradables que funcionan como fijadores para volverlo más duradero. Aunque en la actualidad la mayoría de las fragancias no contienen bilis de ballena o secreciones de ciervos y de civetas como en algún tiempo no muy lejano lo hicieron, aún se utilizan imitaciones sintéticas para que el perfume perdure, al menos unos instantes extra. Y entonces se configura la misteriosa y sensual atmósfera de la que hablábamos, un perfume invisible pero no por ello desapercibido; efímero, pero no por ello ausente. Merleau-Ponty, fenomenólogo francés, inventó un concepto que nos viene como anillo al dedo para aquellos momentos en los que nos vemos atrapados en dualismos metafísicos: "quiasmo", una noción que desarticula las distinciones rígidas entre opuestos (adentro o afuera, propio o ajeno, entre otros ejemplos), para pensar en expresiones simultáneas y lugares de cruce. En este caso, nuestro perfumado quiasmo resultaría ser un componente agradable y otro desagradable girando uno en torno al otro, lo vivo y lo muerto girando uno en torno al otro, todas las contradicciones que nos proponen los perfumes y sus antiguos mitos girando unas en torno de las otras. Todo continuo, todo inseparable.                                    

¿Qué es lo más gracioso de todo esto? Sin importar que tanto lo analicemos, no tenemos palabras para describir un perfume. De verdad no las tenemos y las pocas que lo intentan ni siquiera alcanzan. ¿Es penetrante? ¿Insípido? ¿Floral? ¿Acaso aromático? Sí, por supuesto que podemos clasificar una fragancia, pero ¿describirla en su totalidad? El lenguaje parece quedarnos chico frente a la inconmensurable naturaleza de un perfume (y en última instancia, del universo). En todo caso y otorgándole al fenómeno proustiano la importancia que merece en este perfumado escrito, podríamos decir que no podemos evocar palabras, más sí vivencias (el perfume siempre huele a recuerdo y siempre está puesto al servicio de nuestra poética memoria). 

                                   

¿Cómo prolongar la duración de un perfume? Aceptando su misterio. Las más de las veces subestimamos el poder de nuestro olfato, pero no por ello podemos negar que el aroma contradictorio del perfume resulta un componente, entre tantos, del ecosistema con el cual inevitablemente interactuamos. Nos hallamos arrojados en un mundo perfumado de misterio y paradoja, y sólo integrando esta fragancia paradójica, embriagada de repugnancia y belleza a la vez, es que apreciaremos el paisaje completo de eso que tan frecuentemente y con total desparpajo llamamos "mundo". Quizá, si queremos conocer algo en su totalidad, debamos aceptar su misterio: hay muerte en la vida y asquerosidad en el placer, hay permanencia en lo efímero y ausencia en la presencia. Hay componentes que permanecen ahí, misteriosos y escurridizos, para hacer del perfume lo que es. Hay secretos que permanecen secretos, porque de lo contrario pierden su atractivo. 

"Olvidado el alfabeto del olfato que elaboraba otros tantos vocablos de un léxico precioso, los perfumes permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles” (Italo Calvino).

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ethel rosso

Psicóloga (MN 81203). Buenos Aires.
Me gusta hacer yoga, leer y pasear mucho. A veces escribo, porque soy demasiado curiosa.
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