¿A dónde van a parar los deseos olvidados?
Raíces, follajes, rayos astrales, cabellos, pelos de la barba, espirales del sonido: hilos de muerte, hilos de vida, hilos de tiempo.La trama se teje y desteje: irreal lo que llamamos vida, irreal lo que llamamos muerte (Octavio Paz, 1983).
Aquí hablaremos de la relación entre lo que es y lo que está por ser, o de las cosas que son y serán al mismo tiempo. Supongo que en algún punto es posible relacionar lo que es con lo visible y lo que aún no es, pero será, con aquello que no se ve; en el medio, entonces, nos quedaría esa misteriosa "visión de lo no visible" que adquiere quien está creando algo, esa intuición creativa de lo que está por suceder o acaso ya venía sucediendo en silencio. Tantísimas expresiones dando vueltas entre nosotros: "de los laberintos se sale por arriba", "una vuelta de tuerca", "redoblar la apuesta", todas ellas haciendo referencia a pensar lo no pensado, subrayando la urgencia de desautomatizar nuestra percepción ordinaria de las cosas para dar lugar a lo novedoso (algunas veces invitados cordialmente a ello, otras violentamente empujados hacia allí).
Lo conocido y lo desconocido, dos dimensiones se sugieren y con ellas una pregunta: ¿es posible que puedan convivir, entre ellas y con nosotros? Remedios Varo puede ayudarnos a ensayar un intento de respuesta. La pintora surrealista concibió tantos universos mágicos como atmósferas repletas de símbolos, y en cada una de sus obras han de convivir astros con científicos, hechiceras con sueños y arquetipos, alquimistas que enlazan materia y espíritu, magos de los consciente y lo inconsciente, todo en un mismo lugar. Sin embargo y a propósito de la pregunta que aquí nos convoca, nos quedaremos con una de sus últimas obras, Fenómeno de ingravidez (1963). En ella, la tierra se ha movido de su eje, y con ello las paredes de la habitación. Intentando hacer equilibrio en un piso desfasado e ingrávido, un astrónomo desconcertado intenta conservar el pie izquierdo en una dimensión y el derecho en otra, tal como nosotros lo hacemos cuando pretendemos pensar lo no pensado, desde lo pensado.
Fenómeno de ingravidez, Remedios Varo, 1963
Tal vez lo que nos propone Remedios Varo es entregarnos a la pérdida de equilibrio. Es decir, a no pensar a lo no pensado en referencia a lo pensado, sino a dar a lo no-pensado una identidad propia que escape a cualquier tipo de referencia conocida. ¿Cuál es, entonces, la potencia de lo no pensado? ¿Cómo darle a esta dimensión un nombre que ni siquiera pueda definirse por la negación a otra cosa? Pese a tantas preguntas, lo importante aquí es que la ingravidez de la obra es algo que acontece o, más bien, algo que ya está aconteciendo más allá de nuestras desesperadas explicaciones y nuestro anhelo de equilibrio. Lo que no se ve está aconteciendo aquí y allá, a pesar de ser invisible. Después de todo, ¿no es eso lo que dice la frase que todos repetimos?: "la magia existe donde elegimos encontrarla". Lo invisible ya está aconteciendo y depende de nosotros hacerle caso omiso o prestarle la suficiente atención para que aquello que no se ve pueda vehiculizar e incluso precipitar nuevos y desconocidos devenires. Ver o no ver la cuota de magia es, al fin y al cabo, la elección más mundana y real de todas: ¿cómo harían, sino, los niños para inventar sus universos? Esos en los que una taza puede ser una mesa y donde los osos pueden volar, o donde lo imposible es a su vez posible. ¿Por qué jugar no sería lo suficientemente serio para darle la entidad de acontecimiento? ¿Por qué nuestros sueños más bizarros y dignos de un cuento serían tan ajenos como para no ser considerados reales?
Convivimos con lo invisible todo el tiempo y es desde allí que intuimos posibilidades. Remedios Varo se adelanta al no solamente ver más de lo que se ve, sino también al explorar y darle vida en su obra a los universos de posibilidad ocultos en lo invisible. Dicho esto, sucede que esos universos son a veces pasados por alto en el automatismo rígido de aquello que vemos; pensar lo no pensado supone sumergirnos en un espacio y en un tiempo diferentes, como quien grita ¡eureka! cuando algo se ilumina para comprender lo que no comprende o como quien siente una corazonada misteriosa que le indica por dónde proseguir. Es desde ese lugar en que nos inspiramos o descubrimos el sentido oculto de las cosas: acariciar las texturas de lo invisible depende de la manera en que elijamos nutrir nuestra intuición, sabiendo que aquello que está por vislumbrarse ya está aconteciendo en y para nosotros todo el tiempo, en todos lados, sin envejecer y sin diluirse.
Visible e invisible, uno dentro de otro, replegados entre sí y en ocasiones indivisibles. Hay que mirar aquello que emerge de la materia sin ser material: incluso un mueble en la esquina de casa tiene una cuota de invisible, pues a pesar de sus contornos de madera definidos, se alojan en él recuerdos, registros de anécdotas, deseos de venderlo o colocarlo en otro lado, significados y sentidos invisibles acerca de él, pero en él. En ocasiones no hay necesidad de anteojos o de una lámpara para ver mejor, sólo ver más allá de lo que se ve: lo invisible es la atmósfera de una época o de una interacción con alguien más, el color invisible de cada momento, la "forma de dar forma" a la vida sin líneas ni contornos. Nuestros miedos y nuestros deseos, lo que recordamos y lo que olvidamos, el porvenir y la posibilidad, todo allí flotando en un universo invisible que convive de forma permanente con aquello que podemos ver. Es en ese universo que se guarda lo impensado, es allí donde conviven las posibilidades más remotas y es también ese lugar en donde podemos sorprender a los demás, pero también a nosotros mismos.
Una cosa más
Ver más allá de lo que se ve, encontrar los deseos olvidados o pensar lo no pensado: todo eso se encuentra donde se resuena y uno puede resonar con muchas cosas, pero en especial con símbolos. Son los símbolos los encargados de materializar lo invisible y representarlo, para que podamos percibir aquello que no puede verse. En ese lugar, desde la apertura a esa imagen o símbolo, podemos ser transformados y transportados a sensaciones lejanas, intuiciones, valores, ideas perdidas. Los símbolos nos encuentran y producen resonancia, porque después de todo, nosotros no somos más que antenas captando señales del entorno. Pensar lo no pensado no significaría, entonces, aparecer con la más original de las ideas, sino embarcarse en la aventura de encontrar y producir resonancia, prestando especial atención a eso invisible que siempre está allí con nosotros, para darle forma. A mi criterio, tres preguntas quedarían pendientes por responder: La primera, ¿a qué símbolos estamos acostumbrados? La segunda, ¿de qué manera podríamos desafiar esa costumbre accediendo a nuevos y diferentes símbolos? La tercera y última, ¿qué tan abiertos estamos a ello?
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