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Un general en Defensa: la política argentina ante sus propios espejos deformantes

Por Uriel Manzo Diaz

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La designación del teniente general Carlos Alberto Presti como ministro de Defensa —el primero de su rango en ocupar la cartera desde 1983— reactivó en Argentina una maquinaria reflexiva que oscila entre la memoria traumática y la hipervigilancia política. Lo llamativo no es el debate, sino su intensidad: la reacción pareciera sugerir que el país enfrenta un parteaguas histórico, cuando en realidad se trata de la elección de un funcionario para un área cuya complejidad técnica suele exigir una experticia que la política, por sí sola, no siempre provee.

En rigor, los debates sobre la frontera entre lo civil y lo militar son un clásico de la teoría democrática. Desde Huntington a Janowitz, pasando por la experiencia comparada de Turquía, Chile o Indonesia, la cuestión no radica en la presencia o ausencia de uniformados en la estructura estatal, sino en su subordinación efectiva al poder civil, algo que Argentina consolidó durante décadas con un nivel de institucionalidad que, paradójicamente, parece olvidado en el fragor del comentario reaccionario.

La discusión en curso se ha vuelto más emocional que analítica, más litúrgica que estratégica. Y cuando el dramatismo reemplaza a la razón, la política pierde perspectiva.

El ruido de los símbolos y el silencio de los hechos

La narrativa pública se desató con la velocidad habitual: comunicados, repudiadores profesionales, teorías maximalistas sobre “retrocesos democráticos”. Pero la designación de Presti carece de cualquier movimiento subterráneo que sugiera desviaciones institucionales. Ninguna norma fue vulnerada. Ninguna cadena de mando fue alterada. Ninguna competencia del Congreso fue usurpada. Ningún indicio, siquiera tenue, apunta a un ensanchamiento indebido del poder castrense.

La reacción, más que un análisis del presente, parece un reflejo condicionado.

Argentina carga con una historia donde las Fuerzas Armadas fueron protagonistas de la tragedia nacional. Ese pasado no debe archivarse jamás. Pero tampoco debería convertirse en un prisma incapacitante que impide evaluar al Estado contemporáneo por lo que hace, no por lo que tememos que haga.

La política argentina funciona, a veces, como una caja de resonancias que amplifica sombras hasta convertirlas en amenazas existenciales. Es un problema antropológico antes que institucional: la persistencia de una imaginación política construida alrededor del trauma.

Presti como síntoma y no como causa

La figura del nuevo ministro condensa elementos que en cualquier país despertarían análisis serios, no alarmas automáticas: una carrera extensa, experiencia en misiones internacionales, antecedente diplomático, formación doctrinal tradicional y una línea de mando respetada. Todo esto puede ser discutido e incluso criticado, pero difícilmente pueda interpretarse como un factor desestabilizador.

El verdadero nudo del asunto no es Presti, sino la genealogía política argentina, donde la figura del militar quedó encapsulada en un mito negativo que inhibe cualquier conversación racional.

La presencia de un militar activo en Defensa no “politiza” a las Fuerzas Armadas. Tampoco las acerca mágicamente al poder. No las regresa a 1976 ni las habilita a intervenir en el juego institucional. Simplemente pone a un profesional con recorrido en un área donde la técnica no es un detalle marginal, sino la arquitectura misma de la gestión.

Si algo preocupa, debería preocupar otra cosa: la incapacidad para admitir que, en democracia, las instituciones maduras no tiemblan ante los cargos, sino ante las prácticas. Y aquí no hay práctica ilegal, irregular o anómala.

La geopolítica del miedo: Argentina frente a su propio laberinto

En un mundo caracterizado por un rearme global, conflictos abiertos en Eurasia, y tensiones crecientes en los márgenes estratégicos del sistema internacional, la discusión doméstica parece encapsulada en una cápsula temporal. Mientras potencias medias y países vecinos reforman sus estructuras de defensa para adaptarse a un entorno crecientemente volátil, Argentina sigue debatiendo si permitir o no que un militar, formado durante décadas para comprender estos escenarios, ocupe una silla ministerial.

Las grandes tendencias globales —el deterioro del orden liberal, la expansión tecnológica del campo militar, la militarización del espacio exterior, la regionalización de los conflictos híbridos— exigen debates sofisticados, no reflejos pavlovianos.

La pregunta incómoda es otra:

¿Puede un país que teme tanto a sus Fuerzas Armadas diseñar una política de defensa medianamente adecuada al siglo XXI?

Memoria sí; parálisis no

Los organismos de derechos humanos cumplen un rol fundamental en la preservación de la memoria y la justicia. Pero confundir esa misión con la administración del presente estatal es un error que inmoviliza. Las instituciones democráticas no se sostienen sobre la sospecha perpetua, sino sobre la capacidad de distinguir entre pasado y presente, entre hechos y evocaciones.

El país tiene mecanismos de control civil robustos, leyes claras, supervisión parlamentaria, un poder judicial que en materia de crímenes de lesa humanidad ha sido ejemplar a nivel global. Nada de eso cambia por la figura de un ministro.

La democracia argentina es hoy infinitamente más fuerte que sus fantasmas. El problema es que no siempre lo sabe.

Cuando el miedo es más político que institucional

La designación de Presti no inaugura una era ni cierra ninguna. No anticipa golpes ni sugiere regresiones. No es una amenaza. Es, sencillamente, una decisión administrativa dentro de un sistema democrático que sigue funcionando.

La épica del pánico revela más sobre la psicología política argentina que sobre las Fuerzas Armadas: persiste una identidad democrática construida desde la negación, en lugar de la autoconfianza. Quizá la pregunta que deberíamos hacernos es menos dramática y mucho más adulta:

¿Podrá Argentina, alguna vez, discutir Defensa sin discutir fantasmagorías?

El futuro, si quiere serlo, exige madurez institucional. Y esa madurez empieza por admitir algo simple, casi obvio, pero sorprendentemente difícil de decir:

no hay peligro donde solo hay un funcionario cumpliendo un rol para el que está preparado.

El resto es ruido, y el ruido nunca gobernó nada.

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Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



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