Harvard bajo fuego: de símbolo de excelencia a objetivo político
Harvard fue durante décadas sinónimo de excelencia. Fundada en 1636, formó a ocho presidentes estadounidenses y a decenas de premios Nobel. Sin embargo recientemente Trump se refirió a la misma como “una broma”. En un mensaje publicado en abril en su red social Truth Social, el presidente acusó a la universidad de enseñar “odio y estupidez” y de estar en manos de “idiotas radicales de izquierda”. Su conclusión: Harvard ya no debería recibir fondos federales.
Lejos de ser una medida aislada, el ataque de Trump refleja una estrategia política más amplia: cuestionar a las élites académicas y culturales que, según el relato, traicionaron los valores fundacionales de Estados Unidos. Las agencias gubernamentales actuaron inmediatamente congelando 2.200 millones de dólares que estaban destinados a la universidad. En mayo, otra agencia gubernamental informó a las autoridades de Harvard que otros 450 millones en fondos también serían recortados.
Esta semana, Trump llevó el conflicto aún más lejos. La secretaría de Seguridad Nacional, Kristi Noem, mandó una carta en la que revocó la licencia de la universidad para inscribir estudiantes extranjeros. Si Harvard quería recuperarla, tendría que entregar en un plazo de 72 horas información detallada sobre sus alumnos internacionales.
Harvard demandó al estado, y obtuvo una primera victoria legal al día siguiente, cuando la jueza federal Allison D. Burroughs falló a favor de la universidad. La Jueza aceptó el argumento de que la orden del gobierno causaría un “daño inmediato e irreparable” a la institución, y suspendió temporalmente la medida en espera de una audiencia posterior.
Trump y su entorno afirman que, desde su perspectiva, la enseñanza y la investigación en Harvard están dominadas por contenidos e ideologías de izquierda o el famoso “wokismo”. En Abril, más de 100 universidades estadounidenses firmaron una carta abierta en la que, citando la Constitución, denunciaron “una injerencia política sin precedentes y un abuso del poder gubernamental”.
El rol de los estudiantes chinos en la tensión
Pero el problema no se limitaba únicamente al llamado “wokismo”. Mientras Kristi Noem enviaba la revocación de la licencia de la universidad para inscribir estudiantes extranjeros, acusó a Harvard de “fomentar la violencia, el antisemitismo y coordinarse con el Partido Comunista Chino dentro de su campus”.
Y es que, durante los últimos 20 años, los estudiantes chinos han constituido el mayor grupo de alumnos extranjeros en Estados Unidos, alcanzando casi 290.000 en el año académico 2022/23. La cuestión de los estudiantes chinos que estudian en el extranjero ha sido durante mucho tiempo un punto de tensión en la relación con Estados Unidos. Durante el primer mandato de Trump, el Ministerio de Educación de China advirtió a los estudiantes sobre el aumento de las tasas de rechazo y la reducción de la duración de las visas en Estados Unidos.
Después de esta embestida y en respuesta al gobierno del republicano, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Mao Ning, declaró que esta decisión afecta negativamente la imagen y credibilidad de Estados Unidos. “La cooperación educativa entre China y Estados Unidos es mutuamente beneficiosa”, afirmó Mao Ning, y recalcó que Pekín “se opone firmemente a la politización de los intercambios educativos” y “rechaza los ataques infundados y difamaciones contra China”.
Mientras Trump atacaba a los estudiantes internacionales, la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong (ciudad intervenida por el gobierno chino en 2020) lanzó una invitación abierta a los estudiantes internacionales que ya están en Harvard, así como a aquellos que han sido admitidos. La institución publicó un comunicado anunciando que ofrecería admisiones incondicionales, procesos de ingreso simplificados y apoyo académico para facilitar una transición sin dificultades.
Harvard, una de las universidades más prestigiosas a nivel mundial, alberga alrededor de 7.000 estudiantes internacionales. De no transferirse a otra institución, estos alumnos podrían perder su estatus de residentes en Estados Unidos. Se estima que cerca del 20 % de ellos son ciudadanos chinos.
La apuesta de Pekín por el capital humano
La reacción de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong no fue un simple gesto aislado. La región autónoma de Macao hizo también lo suyo, invitando a los marginados por la administración Trump. Forma parte de una estrategia más amplia de Pekín: posicionarse como un nuevo polo global de atracción para el talento académico en medio de la disputa con Occidente. La guerra de Trump contra Harvard y otras instituciones estadounidenses no solo debilita la imagen de Estados Unidos como destino académico confiable, sino que le entrega a China una oportunidad histórica.
Mientras Washington politiza sus campus, endurece requisitos migratorios y siembra incertidumbre entre los jóvenes investigadores del mundo, Pekín acelera sus inversiones en ciencia, tecnología e innovación. El capital humano se volvió el nuevo terreno de disputa entre potencias, y en esa carrera, China corre con ventaja. No por imponer, sino por ofrecer: estabilidad, recursos y, cada vez más, prestigio. En un mundo definido por la inteligencia artificial, la biotecnología y la transición energética, el país que sepa atraer y retener a los cerebros mejor preparados tendrá la ventaja decisiva. Y China lo sabe.
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