Las autoridades afganas y su gobierno de facto buscan convertir a las mujeres en “sombras sin rostro ni voz” mediante nuevas leyes que refuerzan las ya existentes violaciones de derechos humanos en el país asiático.
Desde que los talibanes tomaron el poder en Afganistán en 2021, las mujeres y niñas han sido despojadas de casi todos sus derechos. Cuatro años después, la situación no ha hecho más que empeorar.
En Afganistán, ser mujer es vivir en una cárcel sin muros. Desde la llegada de los talibanes al poder , las niñas tienen prohibido estudiar, condenadas a la ignorancia; las mujeres no pueden trabajar, silenciadas y confinadas al hogar; no pueden practicar deportes; no pueden aparecer en medios públicos, borradas de la sociedad; y no pueden salir a la calle sin cubrir su rostro y su cuerpo, despojadas de su identidad. No pueden asomarse a los balcones ni dejarse ver desde una ventana, como si su mera presencia fuera una amenaza. Se les ha prohibido cantar, y aún más cruel, escuchar la voz de otra mujer. Junto con sus ingresos, han perdido su dignidad.
En la vida, una acción siempre desencadena otra, lo queramos o no. Esta opresión no solo borra a las mujeres de la sociedad , sino que las condena a la dependencia total. Sin educación, sin empleo y sin siquiera la libertad de moverse, muchas familias ven el matrimonio forzado como la única salida para sus hijas, entregándolas a esposos mucho mayores a cambio de una dote o simplemente para reducir la carga económica. Pero una vez casadas, no hay escapatoria: los talibanes han anulado el derecho al divorcio, dejando a miles de mujeres atrapadas en matrimonios abusivos o, peor aún, obligadas a regresar con sus agresores, sin posibilidad de liberarse jamás de la violencia doméstica.
“Nosotras no somos humanos, no tenemos sentimientos, no tenemos más nada, sentimos que ya no somos nada”
Mujer afgana en entrevista británica.
En la Afganistán de los talibanes, las mujeres han sido reducidas a una categoría inferior, consideradas poco mas que posesiones bajo el control de sus padres, esposos o hermanos. Son vistas por una cultura que las considera invisibles e insignificantes ante los hombres. No se les permite salir de casa sin un acompañante masculino, un "mahram"; ni recibir atención medica de doctores hombres; ni gritar de dolor en los hospitales si hay hombres cerca, ya que su voz es considerada una "tentación".
El castigo por desafiar estas reglas es brutal. A las mujeres que son vistas en la calle sin la vestimenta impuesta o sin un tutor masculino se les golpea con látigos en público o incluso se las detiene arbitrariamente. Además, cualquier intento de alzar la voz contra el régimen es reprimido con dureza. El derecho humano a la libertad de expresión ha sido completamente anulado para ellas, ya que las protestas pacificas de mujeres exigiendo su derecho a la educación y al trabajo han sido reprimidas con gases lacrimógenos, disparos al aire y secuestros en los cuales se obligan a las mujeres a grabar "confesiones" en las que retractan sus demandas.
Los talibanes, por su parte, niegan las interminables denuncias de discriminación de género argumentando que actúan conforme a la ley islámica Sharía. Pero esto sumado a la no interferencia por parte de los estados provoca que el lugar de las mujeres, tras puertas, donde la violencia está invisibilizada, sea considerado privado.
Cada día, las mujeres afganas luchan por sobrevivir en un sistema que las oprime y las margina; pero la comunidad internacional empieza a comprender que la indiferencia es el peor daño que se le puede hacer. Mujeres alrededor de todo el mundo están uniendo fuerza y alzando sus voces en defensa de aquellas que han sido silenciadas. El ejemplo más claro de esta solidaridad global es el impactante discurso de la actriz Meryl Streep quien con verdad y crudeza sentenció:
“ Una ardilla tiene más derechos que una niña hoy en Afganistán”

Pero las mujeres afganas no solo necesitan palabras, necesitan acción. Necesitan que el gobierno entienda que los derechos de las mujeres son derechos humanos; no solo son una herencia esencial para la dignidad sino también para el valor de la persona humana. Necesitan que el mundo no las olvide, que la comunidad internacional deje de mirar hacia otro lado y que, junto a ellas, ejerza presión real sobre un régimen que las condena al encierro y la sumisión.
La historia ha demostrado que ningún sistema de opresión y dictatorial es eterno, y aunque hoy el futuro parezca sombrío, la resistencia de estas mujeres sigue latiendo en cada protesta silenciada y en cada esperanza que aún se niega a morir. Porque la lucha por la libertad y los derechos humanos no tiene fronteras y mientras haya voces que aún se levanten por ellas, su causa seguirá viva.
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