La información es el recurso geopolítico más importante y más disputado de todo el mundo
El mandatario chino, Xi Jinping, lo tiene muy en claro. Como lo expresa Ross Andersen en el artículo “The Panopticon is Already Here” para The Atlantic, el Presidente de la República Popular China quiere que su país logre la supremacía de la Inteligencia Artificial (IA) para el 2030. Su propósito es usar los increíbles atributos analíticos de esta tecnología para colocar a China en la vanguardia de la vigilancia, construyendo un sistema digital de control social que todo lo vea.
La excusa de la pandemia sirvió de pantalla a este régimen para implementar una atrevida serie de medidas de control. Por ejemplo: el sistema de puntos de riesgo en el que un algoritmo le asignaba a cada ciudadano un color -rojo, amarillo o verde- para determinar sus posibilidades de circulación en la vía pública. La empresa que desarrolló esta aplicación, enviaba datos de los usuarios a la policía en tiempo real. El uso de esta información era discrecional según las necesidades políticas de las autoridades. Herramientas que se presentaron para el cuidado de la salud, pero que fácilmente pueden ser utilizadas para velar por la salud del régimen.
Encontrarme con esta información, que fue publicada en septiembre del 2020, no solo me produjo un gran impacto, sino que también me generó una gran pregunta:
¿Cuántas posibilidades de protesta quedan para los ciudadanos chinos cuando están siendo completa y absolutamente vigilados?
Cuando el Estado maneja un monopolio de los datos, la organización política a gran escala podría resultar imposible. Y, sin embargo, recientemente, los chinos demostraron con astucia y creatividad que ningún sistema logra ser tan absoluto.
El desencadenante de este fenómeno fue el incendio de un edificio residencial en Urumqi en el que murieron 10 residentes. Las restricciones por COVID fueron la excusa que se dio para explicar por qué no se pudo rescatar a los civiles. Los residentes de esta ciudad, que venían tolerando más de 100 días de cuarentena estricta, salieron al espacio público y descargaron su ira. Y la ira se propagó.
En un principio, los manifestantes parecían contentarse con la eliminación de las restricciones pandémicas. Sin embargo, los más jóvenes se sumaron para expresar su frustración con las autoridades. Algunos exigieron mayores libertades políticas, otros condenaron la dictadura y el gobierno eterno, pero el planteo más audaz nació en Shanghái, la ciudad y el centro financiero más grande de China, donde las multitudes pidieron abiertamente a Xi que “dimitiera”.
A medida que la legitimidad de un régimen se sostiene cada vez más en la censura, es evidente que controlar la información es elemental para su sistema. Su hegemonía necesita aislar a sus ciudadanos de la realidad política del resto del mundo. Es por eso que los signos de disidencia organizada tienen poco lugar y probabilidades en el espacio digital.
Sin embargo, en los últimos días, mientras los chinos frustrados por las severas políticas anti- Covid han salido a las calles, los videos de las marchas han proliferado en los sitios chinos. Algunos expertos dicen que el gran volumen de contenido deber haber superado la capacidad de censura del software automatizado. Las protestas también han demostrado que un número creciente de chinos está utilizando algún tipo de software que les permite acceder a sitios como Twitter e Instagram, normalmente bloqueados en China.
Y como estos sitios están fuera del alcance de las autoridades chinas, actúan como repositorio, garantizándoles la supervivencia de la evidencia digital. Otra estrategia de los jóvenes es subir los videos editados de manera superpuesta y expresamente confusa, o con símbolos que el algoritmo no lee, así evitan la identificación y censura. Estos atajos que le van encontrando al sistema, presentan un nuevo desafío para las autoridades, que descubren que sus recursos tecnológicos son obsoletos frente al factor humano.
En el corto plazo, el gobierno tuvo que ceder ante los reclamos del pueblo. Se pudo observar cierta relajación en las políticas anti-COVID. Algunas ciudades eliminaron el requisito de test negativo para la libre circulación pública, e incluso se permitió que los ciudadanos hagan la cuarentena en sus hogares en vez de transportarlos a centros de cuarentena. Pero todavía se mantienen muchas restricciones.
Finalmente, mi planteo inicial estaba mal formulado. La pregunta no debió haber sido cuánto iban a poder, sino cómo iban a hacerlo.
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