6/6/2024 - politica-y-sociedad

Diálogo y consenso: una utopía necesaria.

Por Catalina Smith Estrada

Diálogo y consenso: una utopía necesaria.

La política en algún punto es como el fútbol, un Boca -  River. La diferencia es el reconocimiento de que, del otro lado, hay alguien valioso. Montiel jugaba en River, pero a la hora de jugar por (la Selección) Argentina, era de todos. Los bosteros también gritaron su penal. Paredes y Julián Álvarez jugaron en equipo. El objetivo era el mismo. En el fútbol los argentinos entendemos que, sos de uno o de otro, pero llegado el momento de jugar por el país, el objetivo es el mismo. En política, seguimos sin gritar el gol. 

En el fondo, todos queremos lo mismo. Terminar con la inflación, con la pobreza, el desempleo, la corrupción, y una lista eterna que enfrentamos hace años. No es trabajo fácil, pero tampoco es trabajo imposible. Nos falta aprender un poco del fútbol. 

Pasamos por todas las opciones, no lograron solucionarlo. Ahora estamos probando una nueva. Todas tienen algo en común, en mayor o en menor medida: la falta de diálogo. La política es un juego de opuestos, es cierto. Hay cosas que no se negocian. No hablo de abandonar los valores. Nos definen. Si a la hora de sentarse en una misma mesa nuestros políticos, en vez de centrarse en sus diferencias, se concentrasen en las coincidencias, llegarían a un punto común. La solución sería más simple, más rápida. Habría diferencias, pero también habría solución. Hoy no la hay.

Si no hay diálogo, no hay reconocimiento de ideas que difieren con las propias. Mucho menos, disposición a admitir los propios errores. Ese es nuestro principal problema, que queda opacado por todas sus consecuencias. Si no hay diálogo, no hay trabajo en conjunto, y si no hay trabajo en conjunto hay choque. Y si hay choque, no hay soluciones.

Creo que llegamos al punto en el que deberíamos preguntarnos: si todos queremos lo mismo ¿no sería más simple llegar a una solución en conjunto?

Chantal Mouffe, politóloga belga, toma una visión de lo político como pluralidad, criticando la idea de llegar a un consenso. Explica que el objetivo de la democracia no implica llegar a un acuerdo común, sino brindar la posibilidad a grupos de opiniones irreconciliables de ponerlos en debate, es decir, activar la confrontación democrática mediante identidades colectivas.

Si bien acepta que el conflicto puede ser antagónico, propone lo que denomina una lucha “agonista”: dos opuestos que reconocen mutuamente su legitimidad mediante instituciones que promueven una esfera pública de lucha entre los distintos proyectos político-hegemónicos. ¿Podríamos aplicar este tipo de lucha en un sistema político tan fuertemente dividido como el argentino?

Esto parece una utopía en sociedades como la nuestra, donde todas las esferas, incluso las que no nacieron siendo intrínsecamente políticas, son politizadas. Nadie está exento de responsabilidad, el conflicto es producto de la suma de los errores y aciertos de los diferentes gobiernos y quienes hemos elegido, puntos que debemos reconocer para poder aprender de ellos.

En su libro Capitalismo o pobrismo, Miguel Ángel Pichetto dice: “El diálogo es la única forma de entenderse de dos personas que piensan distinto. El diálogo es el gran instrumento de la política”.

Nuestra política entró en un juego eterno de niños de jardín, una especie de: “me gusta, pero como lo hizo él, no me gusta más”. El antagonismo del kirchnerismo y el antikirchnerismo, el peronismo y el antiperonismo, la izquierda y la derecha, nublaron la visión de la mayoría, que hoy no le puede reconocer un éxito a ese otro que quiere eliminar. La gente no quiere diálogo, mucho menos consenso. Pero ¿qué consecuencia tiene esa falta?

En algo coincido con Mouffe, al otro no hay que eliminarlo. El consenso es complejo, no imposible. Es inevitable la oposición a ciertos personajes, pero no al conjunto. 

Es inaceptable el daño a la dignidad del otro, la descalificación de sus ideas; tenemos que dejar de lado los discursos de odio, enojos y los rastros irónicos para lograr un diálogo, que no necesariamente va a resultar en un consenso, pero sí en un debate armónico y justo. Las discrepancias no van a desaparecer, pero sí va a generarse una convivencia más pacífica, que facilitará la toma de mejores decisiones, para un mejor país.



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