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¿Estados Unidos invade Venezuela? Trump, Maduro y la guerra anfibia de la legitimidad

Por Uriel Manzo Diaz

¿Estados Unidos invade Venezuela? Trump, Maduro y la guerra anfibia de la legitimidad

Estados Unidos desplegó un escuadrón anfibio frente a Venezuela para enfrentar las amenazas de los cárteles de droga (EUROPA PRESS/ARCHIVO)

La política internacional rara vez ofrece escenas tan teatrales como la actual disputa entre Estados Unidos y el régimen de Nicolás Maduro. La Casa Blanca, bajo el mandato de Donald Trump, ha decidido ir más allá de la retórica: desplegar tres buques destructores frente a las costas del Caribe, acusar a Maduro de narcoterrorismo y ofrecer 50 millones de dólares por información que conduzca a su captura. No son solo gestos, sino una arquitectura estratégica cuyo objetivo explícito es corroer lo poco que queda de legitimidad en un régimen que, en rigor, no gobierna sino que administra la inercia de un país devastado.

Maduro: un dictador enmascarado de presidente

Conviene subrayarlo con precisión: Maduro no es un presidente legítimo. Estados Unidos —junto con buena parte de Occidente— nunca lo reconoció como tal. Las elecciones que le dieron continuidad fueron fraudulentas, y su “poder popular” es un espejismo sostenido por las bayonetas de una élite militar-corporativa y el control represivo de un Estado que funciona como cartel. Resulta casi grotesco que, en respuesta al despliegue naval de Trump, Maduro anunciara la movilización de 4,5 millones de milicianos para “defender a la patria”, cuando las cifras más fidedignas de participación electoral apenas le adjudican 3,3 millones de votos. ¿De dónde surgen esos ejércitos de papel? La matemática política del chavismo hace tiempo que dejó de coincidir con la realidad.

El contraste es brutal: mientras Trump lo retrata como jefe del “Cártel de los Soles”, un narco-Estado parapetado en la retórica bolivariana, Maduro intenta revestirse con el aura de un comandante popular dispuesto a resistir la “provocación imperial”. Lo primero tiene un sustento judicial, lo segundo apenas un sustento propagandístico.

La estrategia de Trump: buques y recompensas

Trump sabe que la palabra “dictador” pierde filo si se la repite en exceso. Por eso le dio una vuelta: no basta con acusar a Maduro de autoritarismo, hay que acusarlo de narcoterrorista. Al hacerlo, lo saca del campo de la política y lo coloca en el terreno del crimen organizado. De este modo, justifica ante su propio electorado y ante el hemisferio una política de hostigamiento que no necesita de la intervención clásica para ser efectiva.

El despliegue de tres destructores navales en el Caribe es un gesto calculado: demasiado fuerte para ser ignorado, demasiado contenido para constituir una invasión. Washington recurre aquí a una estrategia de “coerción anfibia”: mostrar músculo militar como advertencia, condicionar a la cúpula chavista y, de paso, enviar un mensaje a Moscú, La Habana y Teherán.

La respuesta de Caracas: milicias y retórica

Ante la presión, Maduro ensaya su clásico repertorio: denuncia de “provocación imperialista”, amenazas de movilización masiva y un discurso inflamado de resistencia. Sin embargo, su propia narrativa lo traiciona. Proclamar la existencia de millones de milicianos listos para combatir suena más a teatro que a estrategia. Es difícil imaginar que un aparato estatal en ruinas, incapaz de garantizar luz y agua en Caracas, pueda organizar una defensa eficaz contra el poderío naval estadounidense.

La verdadera defensa de Maduro no son sus milicias, sino la red de complicidades internacionales que lo sostienen. Rusia, con Vladimir Putin a la cabeza, emerge como aliado esencial, ofreciendo respaldo diplomático, militar y financiero. No es casual que cada movimiento estadounidense en el Caribe genere ecos inmediatos en el Kremlin. Venezuela es, para Moscú, una ficha de resistencia simbólica contra la hegemonía estadounidense en el hemisferio.

Invasión improbable, asedio permanente

La hipótesis de una invasión estadounidense a gran escala es, por ahora, improbable. Sería costosa, arriesgada y políticamente desgastante. Pero esa improbabilidad no significa tranquilidad: lo que Maduro enfrenta es una forma de asedio permanente, donde los destructores en el mar, la recompensa millonaria y la guerra psicológica de la inteligencia estadounidense socavan día a día la estabilidad del régimen.

Lo que Trump comprendió —y lo que incomoda profundamente a Maduro— es que no hace falta ocupar Caracas para ponerlo contra las cuerdas. Basta con erosionar su legitimidad, aislarlo internacionalmente, sembrar dudas en su círculo militar y recordar a todos los potenciales traidores que su jefe tiene un precio en dólares.

La guerra de legitimidades

La pregunta inicial —¿invade Estados Unidos Venezuela?— debe reformularse. No hay marines marchando hacia Miraflores, pero hay una invasión de otro tipo: una invasión de legitimidad. Trump redefine a Maduro como un narcoterrorista, el Departamento de Justicia lo convierte en fugitivo, la flota naval lo encierra en un cerco simbólico, y el propio pueblo venezolano lo reduce a un dictador que solo se sostiene con votos de cartón y milicias de utilería.

La batalla, en última instancia, no se libra en las playas del Caribe, sino en el terreno resbaladizo de la narrativa internacional. Y allí, Maduro ya está perdiendo. El verdadero interrogante no es si Estados Unidos invadirá Venezuela, sino cuánto tiempo más podrá un dictador mantenerse en pie cuando hasta sus aliados saben que su destino está hipotecado.

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Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



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