8/7/2025 - politica-y-sociedad

En medio de su mayor crisis desde el Período Especial, Cuba llama al IX Congreso del PCC

Por Tobias

Imagen de portada
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Miguel Diaz Canel y Raul Castro. Fuente: Infobae.

La revolución Cubana: un procesos de marchas y contramarchas:

Desde el 1 de enero de 1959, Cuba se ha convertido en el único experimento comunista pleno de América. Lo que nació como una utopía humanista y, en varios aspectos, incluso “liberal” en lo institucional, terminó derivando en un ejemplo de autocracia latinoamericana de manual.

Económicamente, el proyecto fue mucho menos estable de lo que fue políticamente. Entre 1959 y 1961, Fidel Castro fue desmontando los mecanismos de mercado, sobre todo en el sector azucarero e industrial, dominado por capitales estadounidenses. La nacionalización de esos activos desató la ira de Washington y desencadenó las primeras sanciones económicas contra la isla. El fiasco de la invasión de Bahía de Cochinos (abril de 1961) selló definitivamente el alejamiento de EE. UU. y empujó a La Habana a los brazos de Moscú, acelerando la implantación de un modelo comunista que, pese al paraguas soviético, terminó pareciéndose más al “Gran Salto Adelante” de Mao, tanto en su épica como en sus resultados catastróficos.

El clímax de aquella deriva fue la célebre “Zafra de los Diez Millones” de 1970. El gobierno movilizó al Ejército y a prácticamente toda la sociedad con el objetivo de cosechar 10 millones de toneladas de azúcar en una sola campaña. Fidel Castro enfatizó la meta con una frase contundente: “Si nos quedamos en 9 millones 999 mil toneladas, será un fracaso”. Al final, la producción se quedó en torno a 8,5 millones de toneladas, un revés que, en términos castristas, marcó el fracaso de la épica productivista y abrió paso a una nueva etapa económica en la isla.

El Gris Politburo Cubano:

El cambio de régimen supuso un giro drástico hacia los modelos de administración pública vigentes en Europa del Este: del maoísmo voluntarista se pasó a la grisácea burocratización brezhneviana. 

Ese viraje trajo consigo la aparición de un mercado negro sin subsidios (ya habitual en muchas economías planificadas, incluso hoy en día), la introducción de incentivos económicos, mayores diferencias salariales e incluso la ampliación de los permisos de autoempleo en varios sectores. 

Además, las reformas no se limitaron al ámbito económico; también transformaron la esfera política. Según Levitsky, hasta 1970 la economía y la política se regían bajo el paraguas del liderazgo carismático de Fidel Castro, quien tomaba las decisiones en ambos frentes. El Partido Comunista existía, pero apenas funcionaba y casi nunca se reunía. Con la importación del modelo burocrático completo, el partido se convirtió en una auténtica herramienta política, al igual que en los países situados tras la Cortina de Hierro.

Durante ese período, Cuba profundizó su dependencia comercial de la URSS: exportaba azúcar a precios inflados y recibía petróleo subsidiado, recreando la lógica del monocultivo azucarero de Batista que el fallido intento de industrialización guevarista había buscado superar.

Todo ello se tradujo en un repunte de la desigualdad, pese a la mejora de los indicadores macroeconómicos. Al mismo tiempo, surgió una nueva “casta” de tecnócratas que empezó a manejar los resortes económicos y a ganar poder, erosionando a la generación veterana de la Revolución.

Fidel, por supuesto, puso freno al auge de esa “casta” y, entre 1985 y 1991, en claro rechazo a la perestroika y la glasnost soviéticas, impulsó de nuevo un período de mayor intensificación socialista, decidido a convertir la sociedad en plenamente comunista. La purga interna tuvo ecos de la Revolución Cultural de Mao, cuando el liderazgo carismático del Gran Timonel se lanzó contra la burocracia del Partido.

Del “periodo especial” a la aparición del “sugar daddy” venezolano

El resultado no pudo ser más desfavorable: con el colapso de la URSS y la ola de neoliberalización mundial, Cuba quedó en una situación económica crítica. La desaparición del esquema de subsidios soviéticos desmanteló toda la estructura productiva de la isla. La crisis social fue dramática y, de forma masiva, apareció la figura del balsero que huía rumbo a Miami.

Tras un colapso económico total que implicó un brutal ajuste y un éxodo masivo, surgió una luz de esperanza para el régimen castrista: Hugo Chávez, la nueva estrella de la izquierda latinoamericana. Más que la afinidad ideológica, lo que entusiasmó a La Habana fue la llegada de un nuevo mecenas. Venezuela, potencia petrolera, firmó con Cuba acuerdos parecidos a los que en su día había suscrito la URSS. Esta vez, en lugar de azúcar, la isla enviaba médicos y asesores de inteligencia para el programa Barrio Adentro y para la capacitación del SEBIN, a cambio de barriles de petróleo subsidiado que después se re-exportaba, quedándose con las divisas. Ese combustible, en sentido literal y figurado, alimentó el último impulso socialista cubano, que empezó a desmoronarse tras la muerte de Chávez en 2013, el triunfo de Trump en 2016 y el endurecimiento de las sanciones posteriores al efímero deshielo impulsado por Obama.

La muerte de Fidel y la muerte del carisma.

Con la muerte de Fidel Castro en 2016 se abrió una nueva etapa en la isla que, además, se aceleró en los años siguientes. La vieja guardia revolucionaria se retiró por razones biológicas o edad de jubilación, y el propio Raúl dio un paso al costado, dejando el poder en manos de un burócrata histórico del Partido que, tanto en sus gestos como en su estética, parece un funcionario recién salido de un politburó de la Europa oriental de los años ochenta.

Miguel Diaz Canel. Fuente: Agencia Anadolu.

Tras la pandemia y el regreso de Trump a la Casa Blanca, la elección del nuevo líder parece todo menos casual. La economía cubana lleva años crujiendo, sobre todo en la post pandemia: el salario promedio apenas roza los 17 dólares mensuales, los apagones son más frecuentes que nunca y, en 2021, Díaz-Canel encaró su primer estallido de protestas masivas. El éxodo de los jóvenes es dramático: en menos de tres años, más de 850.000 jóvenes escaparon a Estados Unidos, una sangría demográfica que ya ha reducido la población de la isla en torno a un 18 %.

En este limbo entre la inercia de un pasado épico en un presente que se desmorona, el IX Congreso del PCC aparece menos como un ritual ideológico que como un parte de defunción aplazado. Con el carisma agotado, el petróleo barato evaporado y los jóvenes votando con los pies, la Revolución enfrenta el dilema de mutar o petrificarse, pero, a diferencia de otras encrucijadas, ya no dispone ni del colchón soviético ni del salvavidas venezolano. Lo que quede de Cuba después de esta crisis, si es que emerge algo nuevo, dependerá de su capacidad para reconciliar libertad y equidad en un mundo que, paradójicamente, hoy le exige ambas cosas a la vez.


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Tobias

Tobias

Soy Tobías Belgrano, analista político y consultor especializado en América Latina y el Sur Global. En Austral Education Group diseño programas académicos internacionales junto a universidades de todo el mundo. Me apasiona construir puentes entre culturas y contextos: he trabajado en Argentina, Taiwán, Italia y Estados Unidos, y colaboro regularmente con medios y think tanks internacionales.
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