“Se meten en todo” o “Policía mundial” son expresiones que varios habrán escuchado respecto a la doctrina de política exterior llevada a cabo por, principalmente, los Estados Unidos. Es una realidad innegable—El intervencionismo en general es un gran componente de la presencia de EEUU en el mundo, generalmente acompañado de otras naciones de occidente, desde cosas menores y cotidianas; como el control de que se mantenga la navegación libre de las aguas internacionales en el Mar Chino del Sur o el Golfo Pérsico, o los rutinarios asesinatos a lideres de organizaciones paramilitares principalmente en medio oriente; hasta casos más extremos como la infame “Guerra contra el terrorismo” principalmente marcada por la intervención militar en Afganistán e Irak, entre varios otros.
Claro; para la mente racional de una persona que ha vivido en un país con un permanente estado de catástrofe interna a resolver, poco sentido tiene andarse preocupando demasiado por lo que hacen el resto de los vecinos que integran la comunidad internacional. Y dado que nuestra única aventura con una iniciativa militar fue una de motivos cuestionables que además brindó un resultado pésimo, es aún más natural que tengamos un rechazo a este modo de pensar, y por ende surgen las preguntas: ¿Por qué meterse en asuntos internacionales que no involucran? ¿Cuál es la virtud de sacrificar recursos—económicos, militares y humanos— para dilemas de otras naciones? ¿Qué interés se satisface al hacer esto?
Con las naturales complejidades de la política en general, intento ser pragmático y utilitario; considero que es esencial intentar olvidarse del porqué y enfocarse en los resultados. La realidad, es que la historia de la humanidad es una historia de guerras, y ahora al igual que siempre desde su surgimiento, nuestro modo de vida occidental—aquel marcado por la libertad de ser, la libertad de expresión, la libertad de votar a nuestros lideres, la de alabar al dios que queramos alabar, vestir lo que queramos vestir—se encuentra amenazada por organismos externos que conocen lo debilitadora que sería para su tiranía una sociedad libre. Mientras que en el Distrito de Columbia los pilares de la Casa Blanca se iluminan ceremonialmente con los colores de la bandera que porta la comunidad LGBT, en Rusia estos mismos han sido declarados una “organización terrorista”, denominación que traspasa la barrera de ser una simple etiqueta, ya que tendrá, y ya ha tenido, fuertes consecuencias para cualquiera que allí se atreva a simplemente estar con una pareja del mismo sexo. Mientras de este lado del mundo somos libres de opinar lo que queramos respecto a esto, en China seríamos enviados a “campos de reeducación” por pronunciarnos en contra de una medida estatal; y mientras aquí uno se viste como quiere y el máximo castigo que se puede recibir es una mirada; en oriente medio una mujer es apedreada hasta la muerte por no taparse la cara y aquel que la defiende también es condenado a la muerte.
Los actos de estas naciones no solo portan una tragedia para sus residentes, sino también para los habitantes del mundo libre, ya que la influencia militar, económica y cultural que tienen también es poderosa, especialmente a través del uso de la desinformación y cuentas de propaganda política disfrazadas de usuarios corrientes en las redes sociales, que siempre tienen una tendencia ideológica clara: no por nada ahora cualquier movimiento político de
extrema derecha se pronuncia fuertemente en contra de grupos como la Unión Europea o la OTAN, en contra de la ayuda a Ucrania, y en contra de las libertades civiles básicas que desafortunadamente damos por hechas en occidente (véase Reform UK, Agrupación Nacional en Francia o la rama más paleo-conservadora del partido Republicano).
Suficiente evidencia histórica tenemos para saber que el pacifismo y el apaciguamiento no funcionan y solo alimentan a estos poderes. El ejemplo más claro que tenemos de este error fue como se le permitió a Hitler violar la totalidad del tratado de Versalles, luego anexar Austria, luego los Sudetes, seguido del resto de Checoslovaquia, terminando cada uno de esos pasos con la promesa del Führer de que hasta ahí llegaban sus deseos y de que no quería más; un error que nos costó la guerra más mortal de la historia y el genocidio de seis millones de personas. Hoy vemos rasgos de que se están cometiendo los mismos errores: en la fecha en la que escribo esto, Rusia ha bombardeado a un hospital de niños sin motivo aparente en Ucrania, pero las fuerzas armadas de este país tienen prohibido el uso de armamento proveído por EEUU y países europeos para atacar objetivos militares dentro de Rusia
Es por esto que hoy al igual que siempre es importante pronunciarse a favor de la libertad. Esto significa tomar una posición fuerte y clara en contra de la autoridad y la tiranía. Cuando esto se pueda hacer por medios diplomáticos, excelente. Si se deben tomar medidas económicas, es lo que toca, y si con eso no alcanza y se requiere un desembarco de tropas y un bombardeo estratégico, que se haga. No voy a protestar que se intente brindar democracia y libertad a gente reprimida, y mucho menos protestaré si además corro riesgo de que se pierda donde ya está.
Desafortunadamente, en cualquier gran organización debe haber un líder que se impone por sobre los demás para marcar el rumbo y las reglas. Lo mismo aplica para la comunidad internacional. Actualmente, la hegemonía dominante es la occidental liderada por EEUU y— como creo que he podido argumentar—eso es, aunque tenga sus defectos, netamente positivo. Que siga así. Procuremos ser guiados por cincuenta estrellas blancas y no por cuatro amarillas o una roja.
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