En uno de los períodos más difíciles de reconstruir de la historia argentina, el vacío de poder y la violencia guerrillera abrieron paso a la vuelta de los militares como garantes del orden. El golpe militar de marzo de 1976 fue planeado y diagramado durante varios meses mientras se debatía la salida de María Estela Martínez de Perón, sumamente debilitada, de la presidencia.
“Isabelita” asumió el 1 de julio de 1974, luego de la muerte del Presidente, su marido Juan Domingo Perón. Poco capacitada para el cargo, al poco tiempo de su asunción se vería inmersa en una pelea interna dentro de los sectores peronistas y un aumento del protagonismo de las Fuerzas Armadas.
La ruptura entre el peronismo y la organización Montoneros se produjo el Día del Trabajador de 1974. Luego de la muerte de Perón, Montoneros retomó su lucha guerrillera e intensificó la violencia. Es así como la Triple A (y muchas veces la Policía Federal) representó un papel crucial: el control de los subversivos mediante el asesinato y desaparición de personas. Sin embargo, los guerrilleros no eran los únicos blancos de la organización paraestatal, sino también algunos sindicalistas y personalidades intelectuales. La segunda escisión del peronismo fue con los sindicatos, ahorcados entre el ajuste económico y una inflación descontrolada.
1975 fue el año más sangriento en este tercer gobierno peronista, año en el que también se planeó el golpe de Estado del año siguiente. Fue un período en el cual las Fuerzas Armadas volvieron a formar parte de una importante jerarquía institucional, ya que era uno de los únicos instrumentos capaces de controlar a los Montoneros en pos del “bien común”. Y de hecho, Montoneros se ocupó de protagonizar ataques, siendo los más conocidos en Formosa y Tucumán. Podría hasta catalogarse como una guerra civil: un combate entre la guerrilla y el Estado, con un gobierno cada vez más debilitado y un latente vacío de poder y una sociedad que pedía el orden. Dos de los grandes hitos para el creciente accionar de las FFAA fueron la Ley de Seguridad Nacional y la declaración del Estado de sitio, ambas en 1975.
Los grupos políticos y económicos se refugiaban más en su deseo de que María Martínez de Perón salga del poder de una manera u otra, sin importar cómo. Los grandes grupos económicos, en contexto de una situación macroeconómica desastrosa, esperaban a que se termine con el peronismo definitivamente. Tampoco a los gremios les convenía que Perón continúe con su gobierno, no podían seguir con la presión de los trabajadores cuyo poder adquisitivo se deterioraba y los precios se alzaban.
Al fin y al cabo, la única opción de salida eran los militares, nadie esperaba una salida democrática, ya que no pondría fin a la violencia ni a la crisis económica: para el círculo rojo gran parte de la sociedad, se necesitaba orden. Los Montoneros, de manera indirecta o directa, fueron el germen de destrucción del último ápice de democracia en aquél entonces.
Fue desde octubre de 1975 hasta marzo de 1976 en el que todavía dentro de las FFAA se debatía si tomar el poder para desplazar a la Presidenta o continuar con la lucha. Sin embargo, ni la prensa ni la opinión pública veía una salida institucional. De hecho, los diarios hablaban de una “delincuencia subversiva” que había que combatir, y se había instalado un clima generalizado de angustia en el que era inminente restablecer el orden social.
Uno de los mayores debates de la historia argentina fue la participación, o no, del Poder Ejecutivo en el Golpe de Estado de 1976. La historia demuestra que el gobierno de Martínez de Perón tuvo un rol crucial en la participación del Ejército en la represión de todos aquellos catalogados como subversivos, pero es cierto que no se podía seguir dilatando la violencia ejercida por parte de los guerrilleros. Es difuso si fue la propia “Isabelita” la que ordenó tal accionar, pero fue partícipe de los nombramientos y el procedimiento de la Policía Federal contra los subversivos. Una serie de decretos se aprobaron en los que se prohibió la salida del país durante el estado de sitio, se creó el Consejo de Seguridad Interna, y se les designó a las FFAA la facultad de aniquilar a todo lo subversivo dentro del país. También, fue la misma Perón la que en julio designó a Jorge Rafael Videla al mando del Ejército, quien en octubre de 1975 afirmaba:
“Si permanecen los dilemas respecto a los contestatarios del estado como ‘monopolio legítimo de la fuerza’, si los dirigentes vacilan en sus lealtades y si la violencia de izquierda o de derecha persiste, la crisis del Estado abrirá paso al predominio de la fuerza, y en ese caso a la presencia militar a la cabeza del régimen. Entonces será tarde porque la ideología pública vigente será la de seguridad nacional”.
Además, la Cámara de Diputados se solidarizó con las FFAA por la violencia que recibían por parte de los Montoneros. Entonces, ya era una represión legalizada y avalada por, por lo menos, la presidencia y el resto del Poder Ejecutivo. Es cierto que los historiadores nunca coinciden en si el golpe de Estado fue ideada por los militares o por el gobierno (o por ambos en complicidad). No obstante, el gobierno se arrastró a sí mismo a una época oscura, caracterizada por la violencia.
Es difícil comprender qué hubiese pasado si los militares no hubiesen intervenido nunca. Probablemente los Montoneros hubiesen continuado con la violencia guerrillera como en muchos países de América Latina. Se creía que la dictadura del 76 sería como las otras, un mero objetivo de poner el orden por unos años para después llamar a elecciones, en varias ocasiones con el peronismo proscripto; dos de los golpes de Estado (1955 y 1976) fueron para deponer al peronismo, y desde 1955 hasta 1973 y desde 1976 hasta 1983, la fuerza política fue proscripta de la política (y de la sociedad). Es así como por varias décadas del siglo XX, las fuerzas militares se convirtieron en guardianes del orden en ocasiones de vacío de poder civil.
Acompaño esta reflexión con extracto del libro La Política en Suspenso (2000) de Liliana de Riz: “El golpe de Estado no sorprendió a nadie, la mayoría de los argentinos lo imaginaban como una solución. Los militares habían esperado que se profundizara la crisis para legitimar su intervención, considerándose como los más capacitadas para hacerse cargo de un sociedad enferma y para imponer la disciplina por medio del terror.”
La historia y la continuidad del debate en el siglo XXI muestran una clara herida en Argentina a partir de la última dictadura militar, y se sigue buscando algún esclarecimiento de algunos hechos que aún continúan en suspenso.
Comentarios