El pasado miércoles primero de marzo, conforme al artículo 63 de la Constitución Nacional, se dio inicio al periodo número 161 de sesiones ordinarias del congreso nacional. Allí, el presidente Argentino, Alberto Fernandez, escoltado por las 3 mujeres que conforman la sucesión presidencial, fue recibido por legisladores de ambas cámaras, gobernadores, ministros y miembros de la sociedad civil, entre otros, para plasmar su hoja de ruta del año por venir.
Un año que no resulta ser cualquiera. Este año, los 46 millones de argentinos deberán concurrir a las urnas para elegir al próximo presidente de la nación, gobernadores, intendentes y legisladores. Se respiraba en el recinto un discurso en tono de campaña cuyo objetivo principal era uno: exhibir los exiguos logros de un presidente brutalmente desgastado por quien tenia sentado a su izquierda: su vicepresidenta Cristina Fernandez de Kirchner.
Las Divisiones Dentro del Gobierno
A las afueras del Congreso, a diferencia de los 3 ciclos previos, no se encontraba movilizada la multitudinaria militancia justicialista-kirchnerista. Por el contrario, una plaza semivacía reunía allí a quienes, por voluntad propia, habían ido a apoyar a un presidente sumamente debilitado, producto del fuego amigo constante por parte de aquellos dentro de su misma coalición. En la Plaza del Congreso, se libraban inofensivos enfrentamientos entre quienes pegaban panfletos con la inscripción “Alberto 2023” y quienes defendían a la vicepresidenta acusando al actual presidente de traidor, entre otros calificativos. ¿Qué tienen en común ambas facciones? Que tan solo 3 años atrás ufanaban fervientemente el triunfo de la formula Fernandez- Fernandez. Hoy, parecerían formar parte de la coalición opositora y no del oficialismo.
3 años después, el desgaste de la gestión Fernandez (caballero) desató progresivamente la furia de Fernandez (dama). Una inflación acumulada en el trienio del 300%, un 40% de pobreza (los números ascienden al 52% en la población infantil), un “sinceramiento tarifario” y un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional son tan solo algunos de los dolores de cabeza que persiguen a la coalición oficialista. Una coalición de centroizquierda que asumió en 2019 en el auge de una fuerte recesión económica bajo el mantra “lo mejor está por venir”.
Restando tan solo 5 meses para las elecciones primarias de agosto, el oficialismo no logra encontrar un candidato competitivo que les asegure triunfar, ya no holgadamente en primera vuelta como en el 2019, sino con lo justo en un ballotage, la última bala de plata del peronismo. Alberto Fernández da señales ambiguas sobre su continuidad en la primera magistratura. Consciente de que los números no le sonríen – las ultimas encuestas le dan en la categoría de ´voto seguro´ una intención de voto que apenas orilla los dos dígitos – alude que tomará una decisión sobre el cierre de listas allí por el mes de junio. Sabe que bajarse de la contienda electoral implicaría una pérdida total del (poco) poder que aún conserva frente a un kirchnerismo apabullante. Es por eso por lo que públicamente, sostiene que sólo pasaría de este turno electoral si aparece alguien que mida mejor que él. Esta decisión representa un arma de doble filo para el presidente, ya que fantasea con que de aquí a junio una baja de la inflación y recuperación de la actividad económica le permitan volver a acaparar la epopeya de salvador, a la que recurrió en 2019.
La Posible Candidatura de Sergio Massa
Allí es donde aparece Sergio Massa, actual Ministro de Economía y eterno candidato a presidente. Si la inflación comienza el sendero descendiente y los ciudadanos apremian su labor, desde el massismo y el kirchnerismo más racional, sueñan con ungirlo a él, un moderado capaz de atraer al votante mediano, como candidato presidencial. Una especie de remake de Alberto Fernandez en 2019. De esta forma, con números en mano, intimarían al presidente a respetar su palabra y ceder su lugar en la fórmula. Sin embargo, el ministro parecería desestimar la idea de sacrificarse este año, consciente de la posible derrota electoral. Es por eso, que preferiría estacionar el carro en 2023 para acondicionarlo y lucir competitivo en 2027 frente a un posible gobierno de la actual oposición, que se encontrará muy debilitado por los ajustes económicos que deberá realizar en su turno presidencial.
Dentro de las huestes filo-kirchneristas no les seduce repetir el error de 2019 al posicionar a un ajeno al frente del proyecto. Ya no esconden su malestar con Fernandez, a quien se encargan periódicamente de bajar de la reelección, ya no en off the record, sino públicamente. Es por eso, que instan a Cristina Fernandez a subirse al ring e ir por la tercera (una alegoría referida a un tercer mandato, al igual que la tercer copa del mundo obtenida por Argentina en el mundial de Qatar). Sin embargo, a ella tampoco parecería seducirle la idea de gobernar una argentina que vislumbra años muy complejos social y económicamente. Por eso, alegando que es víctima de un proceso judicial en su contra que busca proscribirla, le ha dado el visto bueno a sus mas cercanos para que salgan del banco de suplentes y comiencen a probarse el traje de candidato.
Posibles Candidatos
Entre ellos encontramos al Ministro del Interior, “Wado” de Pedro, un hombre del riñón de La Cámpora, la asociación juvenil kirchnerista, que parecería cumplir varios requisitos del manual de campaña. Es joven, tiende lazos con el mundo corporativo e internacional, se muestra descontracturado y cuenta con una leve tartamudez que, los mas cercanos a él, reconocen como un recurso a explotar. Leal a la expresidenta, fue quien desencadeno una oleada de renuncias masivas luego de la derrota electoral del oficialismo en las elecciones legislativas de 2021. Si bien el presidente no aceptó su renuncia, lo ha mantenido al margen del gobierno e incluso acusado de traidor. Sin embargo, al ministro le falta tildar una sola casilla del manual de campaña: un alto nivel de conocimiento. Los sondeos muestran un 50% de desconocimiento de su figura. Quizás sea por esto por lo que, tras el fallido intento de fotografiarse con la selección campeona en la madrugada del 20 de diciembre, se lo vio en las últimas horas junto a “Tula”, el hincha argentino que viajo a la ceremonia donde se coronó como representante a la mejor hinchada del mundo. Muchachooos…
Precalentando también se encuentra el más reciente ex jefe de Gabinete y actual gobernador de la provincia de Tucumán, Juan Manzur. Arribó flamantemente al gobierno tras la oleada de renuncias en septiembre del 2021 para darle “volumen político” a un gabinete puramente albertista. Sin embargo, tampoco logró ganarse la confianza del presidente y fue relegado a un segundo plano. Con un ojo en las elecciones a gobernador en mayo, donde será candidato a vicegobernador, el norteño especula con un lanzamiento presidencial si los resultados provinciales salen a su favor.
En las democracias presidencialistas más desarrolladas resulta muy difícil – por no decir imposible – imaginar ministros díscolos que cuestionen las decisiones de la autoridad presidencial y mermen cotidianamente su legitimidad. ¿O acaso hemos visto a la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, insinuarle públicamente a Joe Biden que sus funcionarios “no funcionan”? Sin ir más lejos, ¿acaso hemos oído al ministro del interior de nuestro “hermano menor” del Uruguay, Luis Alberto Heber, calificar a Luis Lacalle Pou como una persona “sin códigos”?
A falta de un liderazgo claro, candidatos competitivos y con internas para alquilar balcones, el peronismo, eternizado como el “partido del poder”, hoy, parecería estar en terapia intensiva. El año electoral se vive fuertemente dentro en los pasillos de la Casa Rosada y del Senado, las dos mecas de poder de la coalición oficialista. Una coalición que mostro ser nada más una excelente alianza electoral, pero no una alianza para gobernar.
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