Type here...Mario Vargas Llosa y la defensa de la libertad
En el panorama, intelectual, político e intelectual, de los últimos años pocos actores pocos autores han mantenido una defensa tan coherente, sostenida y valiente de la libertad como Mario Vargas Llosa. Su origen proveniente de la ferviente sociedad intelectual peruana, donde el marxismo latinoamericano influenciaba las bases ideológicas previas a la revolución cubana, con Víctor Raúl Haya de la Torre, había sentado las bases ideológicas más influyentes que marcaron la historia. América Latina era terreno fértil para las ideas de igualdad, desarrollo y justicia social. El impulso hacia la modernización, el ingreso de capitales iniciales y sobre todo, la creación de una clase trabajadora moderna -organizable en sindicatos y capaz de movilizarse- fueron elementos claves para el surgimiento del pensamiento de izquierda y la expansión del comunismo en la región. Estos primeros movimientos generaron resonancias profundas que llegaron a desafiar directamente el poder de Estados Unidos.
Pero volvamos a nuestro novelista, ensayista, pensador y figura política; Vargas Llosa hace público que la libertad no sólo es un principio abstracto, es eje rector de la vida intelectual y del compromiso con la sociedad. No obstante, él lo comentó en repetidas ocasiones, fue de los autores del Boom Latinoamericano que se vio seducido por la Revolución Cubana, esa que acabaría con el régimen funesto de Fulgencio Batista. Era época en que las dictaduras se desvanecían; un año antes había caído Pérez Jiménez en Venezuela, también el General Rojas Pinilla en Colombia, mientras la CIA confabulaba contra Trujillo en Ciudad Trujillo, de acuerdo con recientes documentos desclasificados de la CIA (2025).
Esta situación llevó a los intelectuales y escritores que se encontraban tras sus pequeñas y añejadas máquinas de escribir, a trasmitir historias de igualdad y equidad, a plasmar la venganza de la muerte de Gaitán, la lucha de clases; la revolución cubana trajo el idealismo del buen camarada de surgimiento natural, de un hombre nuevo, que en realidad no seria nuevo en lo absoluto, sería un nuevo salvaje, titulado bajo otro malabar, como hizo Carlos Rangel (1976), reprimido por civilizaciones y que ahora sería emancipado bajo una nueva directriz.
Sin embargo, como me lo confió Huber Matos (2001), a inicios de los pasados años sesenta, se veían destellos de perpetuidad y una libertad tutelada bajo los intereses de la revolución. Las prometidas elecciones no llegaron, esto comenzó a alejar a los intelectuales de la isla, al menos los de las letras.
La libertad como destino personal e histórico
El compromiso de Vargas Llosa con la libertad es fruto de una evolución ideológica y personal. Como tantos intelectuales latinoamericanos de mediados del siglo XX, Don Mario se dejó seducir por las promesas de justicia del socialismo; admiró la Revolución Cubana, cuyo principio le parecía un modelo alternativo al imperialismo y a la desigualdad de la región. Sin embargo, un acontecimiento marcó de forma decisiva su ruptura con ese entusiasmo revolucionario: el Caso Padilla, ocurrido en 1971. Era un atentado contra la libertad de las ideas.
Heberto Padilla, poeta cubano inicialmente cercano a la revolución, fue encarcelado y obligado a realizar una autoinculpación pública, tras haber escrito versos contra el régimen de Fidel Castro. La reacción del gobierno cubano reveló una cara autoritaria que muchos intelectuales, hasta ese momento aliados de la revolución, no podían seguir justificando. Vargas Llosa, quien había sido amigo y defensor del proceso cubano, vivió ese episodio como una traición a los ideales que, supuestamente, sostenían la revolución; muchos se sumaron a esta posición.
A partir del Caso Padilla, Vargas Llosa comenzó a distanciarse definitivamente del proyecto político que sacrificaba la libertad individual, en nombre de una supuesta causa superior. Comprende cabalmente que sin libertad de expresión, sin pluralismo, sin derecho al disenso, cualquier causa política —por bienintencionada que parezca— termina convirtiéndose en una maquinaria de opresión. Así inició su tránsito hacia el pensamiento liberal, no como una moda o estrategia, sino como una reafirmación ética: la libertad es un valor irrenunciable, y su defensa no admite ambigüedades.
El intelectual frente al poder
A diferencia de muchos escritores que han preferido refugiarse en la torre de marfil del arte, Vargas Llosa asume el rol del intelectual comprometido, dispuesto a intervenir en los debates públicos de su tiempo.
Su defensa de la libertad no ha sido cómoda ni neutral: ha enfrentado gobiernos autoritarios, ha criticado regímenes populares entre sus pares, ha denunciado la corrupción del poder en la izquierda y en la derecha. En este sentido, su aporte a la libertad no es sólo teórico, sino también moral: ha mostrado que la función del escritor no es agradar al poder, sino incomodarlo; que la responsabilidad del pensamiento es decir la verdad, incluso cuando esta es impopular.
Este coraje cívico lo llevó incluso a postularse a la presidencia de su país en 1990, enfrentando al entonces candidato populista Alberto Fujimori. Aunque derrotada su candidatura, esta simbolizó su compromiso político con una visión liberal de la sociedad, basada en el Estado de Derecho, el respeto a las instituciones y una economía abierta pero regulada. Para Vargas Llosa el intelectual no puede ser espectador indiferente de la historia, debe actuar, intervenir y asumir los riesgos que implica estar del lado de la libertad. Con esta acción, volviendo a las letras, cerro su actuación política directa.
La libertad como destino personal e histórico
Con el transcurrir del tiempo y el desencanto que produjo la deriva autoritaria de los regímenes revolucionarios, comenzó a tomar distancia de toda ideología que, en nombre del pueblo o de la igualdad, sacrifica las libertades fundamentales.
Vargas Llosa comprendió, no sólo desde la teoría, sino desde la experiencia, que no hay justicia sin libertad, que las utopías que exigen someter al individuo a una verdad colectiva inapelable, terminan en la opresión. Su paso del entusiasmo revolucionario al liberalismo no fue una traición a ideales, sino una reafirmación crítica y madura de los valores fundamentales de la civilización democrática. Frente al culto al líder, defendió el pluralismo; frente a la censura, la libre expresión; frente al colectivismo, la autonomía del individuo.
La libertad como principio ético y cultural
Más allá del terreno político, Vargas Llosa defendió la libertad como un principio ético y cultural profundamente ligado a la dignidad humana. En sus ensayos y discursos insistió en que la libertad no se reduce al derecho al voto o a la existencia de un mercado: es una forma de vida que implica respeto por el otro, tolerancia hacia la diferencia y la posibilidad de elegir el propio camino. Su liberalismo no es de economicista ni tecnocrático, sino humanista; cree en la capacidad del individuo de pensar por sí mismo, de disentir, de crear, de imaginar mundos distintos.
Leer, escribir e imaginar son actos de libertad. La cultura, entendida así, no es un adorno ni un privilegio elitista, sino una necesidad vital para la formación de ciudadanos libres. Por eso fue un defensor constante de la educación crítica, de la lectura como antídoto contra el dogma y de la prensa libre como garantía de transparencia en las democracias.
Contra las nuevas formas de servidumbre
El pensamiento de Vargas Llosa también destacó por su capacidad de advertir las nuevas amenazas contra la libertad. Fue esa voz incomoda que denunciaba el avance del populismo que manipula la voluntad individual para destruir la institucionalidad. No creyó en nacionalidades, creyó qué donde uno florecía, personal e intelectualmente, era a donde uno pertenecía.
Vargas Llosa insistió en que la libertad debe ser defendida permanentemente, porque nunca está garantizada. Es frágil, molesta, compleja. La libertad es el único camino que permite la convivencia pacífica, el desarrollo sostenible y la dignidad humana. Propuso la defensa abierta de la autonomía, del juicio crítico y del derecho a disentir.
Un legado de libertad para América Latina
El pensamiento de Vargas Llosa sobre la libertad tiene relevancia para la democracia, particularmente en la América Latina, donde ha sido intermitente y el personalismo político ha sustituido, a menudo, la institucionalidad y la pobreza ha sido utilizada como excusa para el autoritarismo.
Vargas Llosa sostuvo desde lo más alto de la intelectualidad y sin ambigüedades, que no hay desarrollo sin libertad y que no se puede combatir la injusticia instaurando nuevas formas de opresión. Que no existen dictaduras buenas o malas, el bien está en la libertad.
Comentarios