La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, reunida con el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida
Cuando el senador estadounidense J.D. Vance se reunió con Volodimir Zelensky el 28 de febrero, los principales líderes europeos salieron en defensa del presidente ucraniano. Sin embargo, hubo un silencio llamativo: Giorgia Meloni, primera ministra de Italia y líder del partido ultraderechista Hermanos de Italia, evitó pronunciarse. No era la primera vez. Días antes, cuando Vance lanzó críticas a los valores europeos en la Conferencia de Seguridad de Múnich, Meloni tampoco dijo una palabra. Y así, mientras Donald Trump tensaba la relación de Estados Unidos con Europa y Ucrania, ella permaneció en una cómoda sombra de silencio.
Pero el mutismo no era indiferencia. Apenas una semana después, el 22 de febrero, Meloni se sumó por videoconferencia a la Convención Republicana en Washington y se alineó con Vance. "Las élites se indignaron porque un norteamericano vino a darles lecciones, pero si hubieran mostrado el mismo orgullo cuando Europa perdió su autonomía estratégica, ahora viviríamos en un continente más fuerte", sentenció, cosechando una ovación.
Meloni está jugando una partida compleja. Mientras en Europa evita chocar de frente con las posturas mayoritarias, en Washington refuerza su rol de aliada estratégica de Trump. Su relación con el expresidente estadounidense va más allá de la política: también mantiene una cercana amistad con Elon Musk. A diferencia de Jordan Bardella, líder de la ultraderecha francesa, que canceló su presencia en la convención republicana tras el saludo nazi de Steve Bannon, Meloni se mantuvo firme. Para ella, el vínculo con Trump es prioritario.

Una interlocutora privilegiada para Trump en la UE
En un contexto de crecientes tensiones entre Washington y Bruselas, Meloni busca posicionarse como un puente entre ambas orillas del Atlántico. No es un rol sencillo. Mientras Trump es visto en Europa como un factor de desestabilización, Meloni ha logrado conservar una buena relación con líderes clave de la UE, incluida la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Desde que asumió el cargo, ha sabido moverse con habilidad en esa delgada línea entre el establishment europeo y la ultraderecha populista.
Pero el equilibrio podría tambalearse pronto. La guerra comercial entre Estados Unidos y Europa ya está en marcha, con los aranceles al acero y aluminio que Washington impuso y la respuesta de la UE con represalias de 26.000 millones de euros. Italia, tras Alemania, es uno de los países más expuestos: el 22,2% de sus exportaciones fuera del bloque van a EE.UU., y el impacto económico podría ser devastador, afectando sectores clave como el vino, el aceite de oliva y la moda de lujo.
Un pie en cada lado del conflicto
Cuando finalmente Meloni se refirió a su encuentro con Trump, dos días después, en la cumbre europea en Londres, su discurso fue calculado: "No podemos caer en el error de dividir a Occidente". Llamó a evitar posturas emocionales y a "razonar de manera estratégica". En otras palabras, cualquier iniciativa sin Trump le parece un error.
Su postura generó molestias en Roma cuando Macron viajó a Washington el 24 de febrero, asumiendo el liderazgo europeo en la relación con Biden. Ya en la cumbre convocada por el francés una semana antes en París, Meloni dejó clara su incomodidad: llegó tarde y evitó la foto de grupo, un gesto que se interpretó como un intento de desmarcarse del frente anti-Trump.
Mientras tanto, en la UE avanza un plan de rearme que Meloni observó con frialdad. En el Parlamento Europeo, sus aliados de Forza Italia lo respaldaron, la Liga de Matteo Salvini lo rechazó y Hermanos de Italia votó a favor, pero con reservas. En Roma, la primera ministra enfrenta presiones internas, especialmente de Salvini, quien busca diferenciarse y mostrarse como la verdadera voz de la ultraderecha pacifista.
Diplomacia o alineamiento ideológico
Meloni insiste en que su acercamiento a Trump es pura estrategia, no ideología. Sin embargo, sus gestos cuentan otra historia. Fue la única jefa de gobierno europea que asistió a su toma de posesión en 2017 y ya está organizando un viaje oficial a Washington. Incluso intentó que el Consejo Europeo incluyera un reconocimiento explícito a Trump por sus "esfuerzos por la paz en Ucrania", aunque sin éxito.
El 24 de febrero, aniversario de la invasión rusa, Italia fue el único país del G7 que no envió representantes a los actos de apoyo en Kiev. Tampoco participó en la reunión del G7 en la capital ucraniana, aunque Meloni finalmente se conectó por videoconferencia. Otro gesto calculado para evitar un choque frontal con la Casa Blanca.
Un tablero geopolítico en transformación
El panorama internacional está en plena reconfiguración. Con las elecciones estadounidenses en el horizonte, el mundo político europeo observa con incertidumbre el posible regreso de Trump. Mientras algunos líderes, como Macron y Scholz, buscan fortalecer la autonomía estratégica europea, otros, como Meloni, apuestan por mantener una relación privilegiada con Washington, incluso a riesgo de tensar los equilibrios internos de la UE.
En este contexto, la postura de Meloni no solo define el rumbo de Italia, sino que también anticipa posibles fracturas dentro del bloque europeo. La creciente influencia de la extrema derecha en países clave, sumada a la presión económica y geopolítica de China y Rusia, convierte a esta era en un momento crucial para la configuración del orden mundial.
En este tablero de alianzas, Meloni se mueve con la frialdad de quien sabe que el equilibrio es temporal. La pregunta es hasta cuándo podrá mantenerlo. En una Europa que se prepara para un posible regreso de Trump a la Casa Blanca, su postura podría convertirse en una ventaja diplomática... o en una apuesta riesgosa que termine por aislarla en ambos frentes.
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