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Monterrey: Paraíso y Oscuridad

Por Poder & Dinero

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“Monterrey es una ciudad hermosa en la superficie, un paraíso.
Es en la oscuridad que yace debajo donde acechan los monstruos.”

Monterrey brilla como un espejismo al pie de la Sierra Madre. Sus torres de vidrio atrapan el sol como cuchillas de plata. Vista desde lejos, seduce: avenidas bulliciosas, música escapando de los cafés, el zumbido incesante de la industria prometiendo fortuna y progreso. Para el forastero, es un paraíso, una ciudad tallada en piedra y luz.

Pero su belleza era solo superficial. Debajo se extendía un laberinto oculto donde las sombras se movían con intención. Allí habitaban los monstruos, no criaturas del folclore, sino hombres de carne y hueso, envueltos en ambición y armados con violencia. De día vestían camisas bien planchadas y cargaban portafolios; de noche revelaban su verdadero rostro en llamadas susurradas, convoyes blindados y estallidos repentinos de fuego. Monterrey sonreía bajo el sol, pero mostraba los colmillos después del anochecer.

Como agente destinado en la ciudad, aprendí a caminar entre esos dos Monterreyes: el de las postales y el de las pesadillas. Podía conducir junto a familias disfrutando la tarde en el Parque Fundidora, observando a los niños correr libres bajo las antiguas acerías convertidas en símbolos de progreso. Sin embargo, dentro de mi portafolio descansaban expedientes cargados de realidades sombrías: secuestros planeados en salas de juntas, asesinatos ordenados con la misma eficiencia que una transacción comercial, rutas abiertas entre montañas para traficar drogas, armas y vidas.

Era una doble vida extraña. Por las mañanas me reunía con empresarios que hablaban con orgullo del papel de Monterrey como corazón industrial de México. Por las tardes, podía estar sentado frente a un informante que, en voz baja, describía cargamentos de cocaína avanzando por las mismas carreteras que esos empresarios usaban para exportar acero y cemento. La fortaleza de Monterrey —sus arterias de comercio y progreso— era también el sistema que los cárteles explotaban para inyectar veneno hacia el norte.

Lo que más me marcó fue lo delgada que era la frontera entre ambos mundos. Una parrillada familiar en San Pedro, el distrito más acomodado de la ciudad, podía estar a solo unas cuadras de una casa de seguridad repleta de rifles y dinero en efectivo. Un político cortando el listón de una nueva autopista podía, más tarde, recibir sobornos de los mismos hombres a quienes esa carretera beneficiaba. En la superficie: paraíso. Debajo: monstruos.

La violencia nunca fue abstracta. Se anunciaba en destellos súbitos: el tableteo de armas automáticas rompiendo la quietud de una calle; los restos calcinados de vehículos dejados como advertencia; los desaparecidos que nunca regresaban. Hubo noches en que Monterrey parecía contener la respiración, mientras las montañas guardaban silencio y camionetas blindadas recorrían los barrios. Y hubo mañanas en que la ciudad despertaba como si nada hubiera ocurrido, la superficie alisada una vez más, el paraíso restaurado.

Trabajar los casos allí significaba cargar esa dualidad por dentro. Me sentaba en mi escritorio leyendo informes de inteligencia, sabiendo que, más allá de la ventana, la vida seguía su curso normal: estudiantes rumbo a clases, vendedores ofreciendo tacos en la esquina, el aroma del elote asado flotando en el aire. Y aun así, en las sombras, se cerraban acuerdos capaces de decidir el destino de miles. Nunca podía olvidarlo.

Monterrey me enseñó que la belleza y la amenaza no son opuestas. Son compañeras. Coexisten en las mismas calles, las mismas familias, incluso en las mismas personas. La paradoja de la ciudad era su verdad más profunda: un paraíso construido sobre terreno fracturado, donde la promesa de progreso era acechada por el hambre de quienes vivían en la oscuridad.

Y con el tiempo comprendí que Monterrey no era una excepción. Era simplemente un espejo de un México más amplio: un país en la superficie… y otro muy distinto, oculto debajo.

Leo Silva es un ex agente de la DEA, con años de experiencia trabajando y viviendo en México. A lo largo de su carrera fue testigo directo de las complejas realidades sociales, culturales y humanas que conviven bajo la superficie de la violencia y el poder.

Hoy escribe ensayos narrativos y crónicas reflexivas que exploran la memoria, la identidad y las contradicciones del México contemporáneo. Su trabajo busca preservar las historias humanas que rara vez aparecen en los titulares.

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