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Myanmar: fractura interna, indiferencia internacional y el desdibujamiento del orden regional

Por Uriel Manzo Diaz

Myanmar: fractura interna, indiferencia internacional y el desdibujamiento del orden regional

El conflicto armado en Myanmar, agravado tras el golpe militar de 2021, ha devenido en una guerra civil prolongada, multiforme y profundamente arraigada en tensiones históricas étnicas, sociales y políticas. Este artículo explora la naturaleza compleja del conflicto, la grave crisis humanitaria resultante, el posicionamiento geopolítico de actores externos —en particular China y Rusia— y el déficit de acción eficaz por parte de la comunidad internacional. En este marco, se argumenta que Myanmar constituye un punto ciego de la arquitectura regional de seguridad del sudeste asiático y un caso paradigmático del fracaso del multilateralismo frente a conflictos prolongados y asimétricos.

Cuando los reflectores de la política internacional apuntan a Israel, Irán, Ucrania, Gaza o Taiwán, Myanmar permanece en penumbras. Lejos de estar en calma, el país vive una guerra civil compleja, persistente y multiforme, donde convergen disputas étnicas no resueltas, una resistencia civil feroz, una junta militar atrincherada..

Una guerra civil que excede la dicotomía política

Reducir la situación a una confrontación entre el régimen militar y el antiguo gobierno democrático encabezado por Aung San Suu Kyi es tan tentador como incompleto. Myanmar es un país de más de 50 millones de habitantes, fragmentado en una veintena de grupos étnicos con identidades políticas, culturales y armadas propias. Algunos de ellos —como los kachin, los karen, los shan o los rakhine— han sostenido conflictos con el Estado central desde mucho antes del golpe de 2021.

La actual resistencia no es homogénea: se compone tanto de las PDF (People’s Defence Forces), milicias surgidas tras el golpe, como de organizaciones armadas étnicas (EAOs), algunas con décadas de combate a cuestas. Esta convergencia inusual ha dado lugar a una guerra de múltiples frentes, en la que el Estado central ya no controla extensas zonas del país. La lógica no es la de una rebelión lineal, sino la de una guerra de posiciones, sin una salida clara ni un actor dominante.

El conflicto en Myanmar como mencionamos antes,  no puede comprenderse desde una dicotomía simplista entre autoritarismo militar y democracia representativa. Si bien el golpe de Estado desencadenó la confrontación actual, las raíces del conflicto son estructurales y se remontan al proceso de construcción del Estado birmano en el siglo XX.

La emergencia humanitaria invisible

La prolongación del conflicto ha producido una crisis humanitaria de enorme escala. Se estima que más de tres millones de personas se encuentran desplazadas internamente, mientras que cientos de miles han buscado refugio en países limítrofes como Tailandia, India y Bangladesh. La infraestructura sanitaria y educativa ha colapsado en amplias zonas rurales, y el acceso a alimentos, agua potable y medicamentos está severamente restringido.

A la ausencia de asistencia eficaz se suma el bloqueo sistemático de corredores humanitarios por parte de la junta militar. La ayuda internacional, cuando logra ingresar, suele ser insuficiente, tardía o directamente manipulada por los actores del conflicto. Mientras tanto, organizaciones internacionales denuncian el uso sistemático de la violencia sexual, el reclutamiento forzado y los bombardeos en zonas civiles.

El ajedrez geopolítico: el rol ambivalente de China, Rusia y ASEAN

A pesar del relativo aislamiento diplomático del régimen militar, Myanmar no es un actor periférico en el tablero geopolítico asiático. Por el contrario, su ubicación estratégica lo convierte en un punto neurálgico para las ambiciones de potencias regionales como China e India.

China ha adoptado una postura ambigua: si bien ha evitado condenar abiertamente el golpe de Estado, ha mantenido vínculos comerciales, financieros y diplomáticos con la junta. A través del Corredor Económico China–Myanmar, Beijing busca asegurar acceso terrestre al Océano Índico y proteger sus inversiones en infraestructura energética, transporte y telecomunicaciones. Esta relación se basa en una lógica de estabilización pragmática y en la necesidad de evitar un colapso estatal en su frontera sudoeste.

Rusia, por su parte, ha intensificado la cooperación militar y tecnológica con la junta, en línea con su estrategia de diversificación de alianzas en Asia. Moscú encuentra en Naypyidaw un socio no condicionado por los valores democráticos y un cliente estratégico para su industria de defensa.

En contraposición, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) ha fracasado en articular una respuesta eficaz. Las limitaciones estructurales del bloque —especialmente su principio de no injerencia— han impedido implementar mecanismos de presión o mediación con capacidad real de incidir sobre el conflicto.

La batalla por el relato

A medida que los enfrentamientos se intensifican, también lo hace el control de la información. El gobierno militar ha restringido el acceso a internet, ha clausurado medios de comunicación independientes y ha criminalizado la disidencia. Al mismo tiempo, la diáspora y los activistas digitales han logrado sostener una contranarrativa en redes sociales, filtrando videos, testimonios y reportes que documentan abusos y violaciones a los derechos humanos.

¿Por qué Myanmar parece “demasiado difícil”?

La falta de voluntad política internacional para intervenir en Myanmar se explica, en parte, por la complejidad del conflicto. No hay una oposición unificada, ni una fuerza capaz de negociar con credibilidad en nombre del conjunto. Tampoco hay garantías mínimas de que una eventual transición política conduzca a una democracia estable. La experiencia pasada, en la que Aung San Suu Kyi fue símbolo global pero luego defendió pasivamente el genocidio contra los rohingya, dejó un sabor amargo en Occidente.

A esto se suma el temor de que una intervención mal calibrada provoque una fragmentación aún mayor, con efectos desestabilizadores en una región que ya enfrenta presiones migratorias, amenazas climáticas y tensiones geopolíticas.

Proyecciones y posibilidades

En el corto plazo, la perspectiva más probable es la prolongación del conflicto. La junta no muestra señales de ceder poder, y la resistencia —si bien creciente— carece de una estrategia nacional unificada. La única salida viable parece ser un proceso de negociación internacionalmente mediado, con garantías de representación plural, presión real a la junta y compromisos de largo plazo.

Pero para que eso suceda, es necesario que Myanmar vuelva a estar en el radar internacional. Que se entienda que su destino no es un asunto exclusivamente local, sino una pieza clave en la arquitectura de la estabilidad asiática.

Mientras tanto, cada día de silencio se traduce en más vidas truncadas, más derechos pisoteados y más distancia entre Myanmar y un futuro posible.

La situación en Myanmar constituye una amenaza no solo para la población local, sino para la estabilidad del sudeste asiático en su conjunto. La fragmentación del territorio, el colapso del Estado, la radicalización de actores armados y la proliferación de actores externos no estatales configuran un escenario de riesgo sistémico. Sin una estrategia internacional articulada —que combine presión diplomática, ayuda humanitaria y mecanismos efectivos de rendición de cuentas— el país continuará hundiéndose en un ciclo de violencia, impunidad y devastación silenciosa.

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Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



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