3/5/2024 - politica-y-sociedad

Nadie quería política “light” pero los 280 carácteres ya no alcanzan.

Por Catalina Smith Estrada

Nadie quería política “light” pero los 280 carácteres ya no alcanzan.

El Presidente de la Nación, Javier Milei.

Casi 15 años de déficit, de estancamiento económico, de deterioro de los indicadores sociales por la velocidad inflacionaria, de desencanto y de bronca con los políticos (¿o la política?). Esos fueron algunos de los factores que generaron un cambio rotundo de nuestro sistema de partidos surgido después de la crisis del 2001.

Hasta el 2021, nuestro sistema rondaba dentro de lo que sería un bipartidismo entre el Pro y el kirchnerismo. La mayoría de las victorias presidenciales se las llevó el segundo, junto a Néstor Kirchner, Cristina Fernandez y Alberto Fernández que, juntos, sumaron 17 años en el poder.

El kirchnerismo devaluó el peso, las instituciones, convirtió lo público en un aguantadero y rompió las bases del diálogo. Pero como dicen, todo vuelve. Y así fue. Llegamos al 2023, y la desconfianza y el enojo eran moneda corriente, pero esta vez para el otro lado. Por eso Milei ganó. El presidente creció en la tele, pero también en Twitter. Fue el candidato “anti-política”. Buscó deslegitimarla, denostarla. Así, logró que toda una generación enojada se interesase en la política. Razones para el enojo sobraban: nos encerraron un año, nos robaron, nos mintieron y nos hundieron económicamente. El enojo preexistente, y este nuevo personaje que echaba más leña al fuego endurecieron al electorado. Todo era blanco y negro, sos esto o lo otro. Nadie quería política “light”.

El presidente forjó su personaje sin un partido (supongamos) y sin experiencia en la política. Encontró su retórica y supo entender el momento. La casta, el “no hay plata” y el ajuste se convirtieron en slogans de campaña y, ahora, de gobierno.

Tuvimos elecciones de tercios, las dos fuerzas “clásicas” y una nueva: los “libertarios”. Javier Milei logró ser el candidato más votado en las PASO, entró al ballotage dejando en tercer lugar la que, hasta ahora, había sido la principal fuerza opositora al kirchnerismo. El 19 de noviembre de 2023, le ganó a Sergio Massa con el 56% de los votos.

Hoy, la inflación bajó, “tenemos déficit 0” y se realizó un fuerte recorte estatal, la macroeconomía crece, mientras, la microeconomía se derrumba. El ajuste es necesario, de eso no cabe duda. Pero el malestar económico individual empieza a generar malestar social y Javier Milei presenta una batalla difícil de luchar.

Sus votantes, orgullosos, repiten “para esto lo voté”, y tienen razón. Lo que el gobierno no parecería tener en cuenta es que si bien ganaron con el 56% de los votos, el presidente presenta una increíble debilidad en términos de gobernabilidad. Su núcleo duro de votantes es simplemente un tercio del electorado, es decir, ganó con votos “no tan convencidos” pero sí opositores a la fuerza que había acaparado el poder los últimos 4 años. Y, no menos importante, su fuerza cuenta solamente con un 15% de las bancas de Diputados y un 10% de las del Senado.

Todos estos puntos son conocidos. Hay crisis económica, en camino a ser solucionada (o eso nos quieren hacer creer), y hay crisis política y legislativa. De la única crisis de la que parece haber un silencio ensordecedor es la crisis social.


Hoy, Milei enfrenta una realidad que creó con su campaña: un país extremadamente dividido y violento, con una mitad que no está dispuesta a negociar, y dentro de esa mitad, muchos de sus votantes. El clima de caos, de destrucción, enemistad y gritos, ya existía, pero se terminó de despertar con su aparición en la escena pública. No solo se despertó, sino que creció. El problema es que hoy le toca gobernar y su principal desafío es comprender que ya no está en Twitter, y que insultar en 280 carácteres tiene sus consecuencias (y los likes también). La política es más compleja y Milei, aunque no lo quiera aceptar, es político.

Los líderes mesiánicos no existen. No hay fuerzas del cielo en la política. Simplemente supieron vender una idea y un sentimiento bastante similar a lo que muchos sentían, pero que hoy les complica el gobierno. Ahora toca aceptar que la política es ecléctica, no es una discusión de redes y que decir que hay buenos y malos es una visión simplista e inocente.

Para construir un país vamos a tener que abandonar ese simplismo conservador y aceptar que del otro lado también hay gente valiosa. Que la política no es dicotómica. Que insultar y gritar solo complica las cosas porque hasta los “parásitos” tienen ideas para aportar. No sos zurdo por no ser partidario del gobierno, ni apoyas la dictadura por hacerlo. Porque la intolerancia viene de ambos lados, no solamente de un presidente que insulta por twitter. Porque para la oposición, de repente, todo es dictadura; claro, es que ellos no lo votaron, pero así fue los últimos cuatro años, y los 12 previos al gobierno de Mauricio Macri. El único pueblo democrático parecería ser el peronista, mientras el resto es antipueblo.

Así, ambos lados, lograron que la palabra “dictadura” pierda peso y que a 40 años de la restauración democrática, la democracia genere dudas. Hoy la sociedad (y con esto me refiero a cuanta ideología exista, si es que existe alguna y no es simplemente un juego de amigos y enemigos) quiere sangre, la intolerancia se nutre de esos gritos y de la violencia. Hay una crisis social. El electorado quiere plazas quemadas y políticos (o artistas, periodistas y twitteros) perseguidos.

Hay una crisis económica, notable, innegable, pero tampoco podemos negar lo que nos está pasando como sociedad. Hoy, sos pro gobierno o anti gobierno. Sos pueblo o anti pueblo. Patria o anti patria. Ñoqui o trabajador. Pero ¿quién especifica los límites de esas definiciones? Se perdieron los grises y ganó la violencia. La culpa no es sólo del gobierno, es de todos. La dirigencia rompió a la sociedad. La crisis ya no es económica y política, también es social y cultural.

Nos falta conversación y escucha. Nos falta paciencia. Lo distinto no es enemigo, lo distinto nutre. La crisis social no se puede negar, y si realmente “son patria” (como se hace llamar el kirchnerismo) o si realmente lo dan todo por argentina (como dice la vicepresidente), hagan un esfuerzo y dialoguen, porque la sociedad no da para más, y unir también es hacer patria.


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