Soñé que el corredor verde de mi barrio recibía abiertamente a sus habitantes con espacios para permanecer cómodamente durante una tarde de domingo.
Espacios con características vitales como el contacto con el aire, la luz y la naturaleza.
Soñé que ya nadie se preguntaba “cuánto tiempo puedo aguantar sin que me den ganas de hacer pis?”. Y nadie se privaba de tomar mate porque “si me dan ganas de ir al baño voy a tener que irme”. Dejé de escuchar personas, limitarse diciendo “nos quedamos un ratito y vamos, porque no hay baño y no tengo donde cambiar al nene”. No había nietos preocupados por sus abuelos "Acá podés sentarte o te es muy incómodo?". Nunca más se oyeron abuelos ni abuelas quejarse porque “el banco es un poco incómodo y me hace doler el cuerpo!”. Mágicamente, se silenciaron las voces de decepción que solían decir “¡¿Ahora dónde nos sentamos?! No me acordé que acá no hay bancos”. “Estos espacios ya no son para nosotros, antes aguantaba, ahora ya no y necesito un baño cerca”. “Está un poco embarrado y creo que se te van a clavar las ruedas, mejor nos quedamos por acá, un ratito nomás y nos volvemos”. “Porque ya soy grande, porque soy anciana, porque mi vejiga no resiste, porque simplemente soy usuaria de silla de ruedas”…
Mil voces hay en esas plazas. Desde adentro quienes pueden disfrutar y desde afuera quienes miran deseando ser recibidos. Las plazas en mi barrio se abarrotan de gente cada fin de semana, sobre todo en este contexto de pandemia, de reclutamiento, de estar en casa y esperar. Las plazas eran y siguen siendo lugar de reunión para relajarse, correr, compartir un desayuno, una merienda, un pícnic, una cervecita, una larga charla.
Mate, facturas, galletitas, jugo, leche, chocolatada, cafecito recién hecho del bar de enfrente, fila en la panadería, servilletas, bolsas, envoltorios de todos los colores, restos de comida, pañuelos descartables…
No hay baños, nunca los hubo. Es curioso cómo el espacio invita y da la espalda al mismo tiempo. Pis y caca, algo tan simple, humano y necesario, está vedado en el espacio público.
Hemos aprendido a diseñar en automático, sin mirar hacia otro lado, sin entender que la arquitectura es para las personas, para vivirla y no para ser contemplada.
La palabra “personas” contiene una diversidad de realidades que parecen nunca ser vistas por la arquitectura. Una arquitectura gestada, curiosamente, por personas.
Y cuando hablamos de personas, ¿De quiénes hablamos? ¿Para quiénes pensamos, diseñamos y gestamos esos espacios? ¿Qué ciudad elegimos generar?
Comentarios