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Rafael Grossi y la batalla por el futuro: la apuesta argentina para conducir la ONU en tiempos de desorden mundial

Por Uriel Manzo Diaz

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La candidatura de Rafael Mariano Grossi para la Secretaría General de Naciones Unidas no es simplemente un movimiento diplomático: es un gesto político que revela, en clave silenciosa pero firme, cómo Argentina intenta reinsertarse en el tablero global a través de un perfil técnico capaz de hablar de tú a tú con las grandes potencias en el único idioma que todas respetan: el de la seguridad estratégica.

Grossi, figura mayor del multilateralismo nuclear, emerge como una anomalía atractiva en un mundo plagado de liderazgos erráticos. A diferencia de los secretarios generales que llegaron a Nueva York impulsados por coyunturas regionales o equilibrios diplomáticos circunstanciales, él representa otro tipo de liderazgo: el que se forja no en la retórica, sino en la pericia. Esa combinación —sobriedad, inteligencia fría y una trayectoria que literalmente lidia con la posibilidad del fin del mundo— es parte del magnetismo que lo convierte en favorito rumbo a 2026.

La candidatura argentina: técnica, simbólica y geopolítica

El comunicado oficial que presentó su candidatura exhibe una narrativa clásica del multilateralismo: Argentina como país fundador de la ONU, comprometido con la paz y el diálogo, sosteniendo una tradición diplomática reconocida. Pero bajo esa superficie institucional late otra historia, menos declamada y más estratégica.

En un mundo donde el sistema multilateral agoniza entre presiones revisionistas, guerras de alta intensidad y una fractura persistente entre Occidente y los emergentes, postular a un experto en seguridad nuclear —el terreno donde la cooperación es literalmente existencial— es un mensaje potente. Argentina no se limita a "estar": intenta "incidir".

Grossi encarna una suerte de contrapeso racional a la creciente pulsión de desorden global. Desde el OIEA se lo vio operar como un equilibrista sofisticado entre Washington, Moscú, Bruselas, Teherán y Pyongyang; un negociador capaz de combinar tecnicidad, paciencia y autoridad moral sin caer en el moralismo vacío. Fue esa habilidad la que lo proyectó como actor imprescindible en momentos de tensión máxima: desde la supervisión de instalaciones nucleares en zonas de conflicto hasta su diplomacia quirúrgica en escenarios donde un error puede escalar hacia consecuencias irreversibles.

La figura Grossi: un tecnócrata con épica política

Hay, sin embargo, algo casi literario en la idea de que quien busca evitar el fin del mundo ahora aspire a conducir el organismo creado para evitarlo. Grossi fue construyendo un liderazgo global que desborda la categoría de “experto”: es una de esas raras figuras que se vuelven indispensables por la combinación de expertise, claridad y sentido del deber.

Mientras otros aspiran a la ONU para tener una tribuna, Grossi llega con una hoja de ruta. Su visión del sistema internacional no es romántica: es quirúrgica. Entiende que el orden global no colapsa de golpe, sino por microfracturas sucesivas; que la paz se mantiene cuando la técnica acompaña a la diplomacia; que la ONU, para no extinguirse, necesita menos solemnidad y más resultados.

En un sistema donde la autoridad del Secretario General depende tanto de su legitimidad como de su capacidad para incomodar a los poderosos sin antagonizarlos, el perfil de Grossi aparece como una síntesis difícil de replicar: conocimiento profundo, ascendencia transversal y un estilo que combina prudencia con una determinación sin estridencias.

Un liderazgo para tiempos impredecibles

Su candidatura interpela a una pregunta mayor: ¿qué tipo de liderazgo requiere el siglo XXI?
No el paternalismo moralista ni el activismo superficial. Sino la sofisticación estratégica que permite amortiguar crisis que ya no son regionales, sino sistémicas. Desde guerras híbridas hasta la inteligencia artificial militar, desde la proliferación nuclear hasta el colapso del clima, el mundo enfrenta desafíos que requieren algo más que funcionarios bienintencionados.

Grossi simboliza una idea distinta de poder: la del experto que entiende la complejidad, pero que no se esconde detrás de ella. Si algo demostró al frente del OIEA es que la neutralidad no es indiferencia, sino precisión. Que la técnica puede ser más política que cualquier discurso inflamado. Y que el multilateralismo todavía puede ofrecer resultados cuando deja de ser una escenografía y vuelve a ser una herramienta.

¿Por qué Grossi importa para Argentina?

Porque proyecta una identidad internacional que el país rara vez logra convertir en capital político: la de nación con diplomáticos de excelencia, instituciones técnicas sólidas y capacidad para producir liderazgos globales.
Una Argentina condicionada por crisis cíclicas suele olvidar que su diplomacia profesional es una de sus fortalezas más constantes. Y Grossi es la prueba viviente de que la influencia no siempre se mide en PIB, sino en credibilidad.

Su eventual elección no solo revalorizaría la presencia argentina en la ONU. También volvería a situar al país en debates críticos, desde la gobernanza nuclear hasta los dilemas globales de seguridad. Sería, en algún sentido, un reingreso simbólico al núcleo del multilateralismo en un momento en el que la mayoría de los Estados compiten por mostrar relevancia.

El futuro bajo la luz azul del multilateralismo

La candidatura de Grossi no garantiza una revolución en la ONU —ningún Secretario General tiene ese poder—, pero sí introduce una posibilidad. La posibilidad de un liderazgo más técnico, menos declamatorio y más consciente de que el mundo navega entre amenazas que no conceden margen al error.

Quizás el dilema no sea si Grossi puede convertirse en Secretario General, sino si el sistema internacional está dispuesto a ser conducido por alguien que no promete épica, sino precisión; que no vende ilusiones, sino gobernanza; que no busca protagonismo, sino resultados.

Y, en última instancia, si estamos preparados para que un argentino lidere la institución encargada de evitar que el mundo se desintegre.

El futuro, al fin y al cabo, no se construye con grandilocuencia: se construye con lucidez. Y Grossi, por ahora, parece tenerla en abundancia.

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Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



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