Fuente: UPI
El dominio narrativo de Estados Unidos y sus retos históricos
Históricamente, Estados Unidos ha demostrado una notable habilidad para moldear la percepción pública, ya sea demonizando a sus enemigos o exaltando a sus aliados, según sus intereses estratégicos del momento. Un claro ejemplo de ello es el Terror Rojo de principios del siglo XX, cuando se promovió un fuerte sentimiento anticomunista entre la población. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, ocurrió el sorprendente lavado de imagen de Stalin, quien pasó de ser considerado un adversario a ser apodado “Uncle Joe” (Tío Joe) como símbolo de un aliado necesario.
Un caso similar se dio en los años 80 con los muyahidines durante la intervención soviética en Afganistán. En aquel entonces, estos grupos fueron presentados como “luchadores por la libertad”, una narrativa que llegó incluso al cine, con la película Rambo III dedicada a ellos. Estos ejemplos reflejan cómo Estados Unidos ha utilizado la propaganda y los medios de comunicación para alinear a su población con sus objetivos políticos y militares, redefiniendo aliados y enemigos según las circunstancias.
TikTok y la resistencia de los usuarios estadounidenses
Sin embargo, TikTok parece ser un hueso particularmente duro de roer en la lucha por el soft power estadounidense. Esta aplicación ha logrado una profunda penetración en la economía norteamericana, convirtiéndose en un pilar clave para muchas empresas. Paradójicamente, Donald Trump, quien inició el proceso para buscar la desaparición de TikTok en Estados Unidos, reconoció en sus propias palabras haber ganado relevancia entre los votantes jóvenes gracias a la plataforma.
Según un artículo de The Economic Times, el impacto económico de un posible veto sería considerable. Más de 7 millones de negocios en Estados Unidos utilizan TikTok para llegar a sus clientes, y el 69 % de estas empresas reporta un aumento en sus ventas gracias a la aplicación. Además, el 39 % de los negocios asegura que TikTok es fundamental para su supervivencia. Estos datos subrayan la influencia y el valor estratégico de la plataforma, tanto para la economía estadounidense como para el equilibrio de poder cultural en el ámbito global.
Durante años, legisladores y funcionarios estadounidenses han advertido sobre los supuestos riesgos que representan los vínculos de TikTok con China para la seguridad nacional. En respuesta, el Congreso promulgó una ley que obligaba a ByteDance, la empresa matriz china de TikTok, a vender su participación en la aplicación o enfrentarse a una prohibición en el mercado estadounidense. La ley estableció como fecha límite el 19 de enero, un día antes de que asumiera el cargo un nuevo presidente, marcando un intento claro de resolver el asunto antes de la transición de poder. Sin embargo, con la venta aún fuera de vista, TikTok presentó un desafío legal de último recurso, el cual fracasó cuando la Corte Suprema dictaminó que la ley no viola la Primera Enmienda.
Durante los dos días en que TikTok estuvo prohibida en los Estados Unidos, la reacción de los ciudadanos estadounidenses fue sorprendente y, para su gobierno, desconcertante. En lugar de respaldar la decisión oficial, muchos usuarios migraron masivamente a otra aplicación de origen chino, Xiaohongshu (小红书), conocida como "Pequeño Libro Rojo". Este nombre, una referencia simbólica al icónico Libro Rojo de Mao Zedong, resultó una derrota retórica significativa, aunque la aplicación en sí no tenga un carácter político explícito.
Para agravar la situación, Xiaohongshu opera en un entorno donde el Partido Comunista Chino efectivamente ejerce acciones de vigilancia masiva y censura de contenidos, prácticas que Washington buscaba evitar con el veto a TikTok. Esta migración masiva resaltó un desacoplamiento entre la narrativa oficial y las preferencias del público, subrayando las dificultades para implementar restricciones tecnológicas en un entorno globalizado y altamente interconectado.
Durante los días en que TikTok estuvo prohibida en los Estados Unidos, miles de videos se volvieron virales en plataformas digitales, mostrando a ciudadanos estadounidenses expresando su oposición a la censura de su propio gobierno. En estos videos, muchos manifestaban una actitud desafiante, declarando abiertamente que no les importaba que el gobierno chino tuviera acceso a su información personal. Este rechazo colectivo no solo mostró una clara desconexión entre las autoridades y la población, sino que también evidenció un cambio en la narrativa tradicional de los Estados Unidos sobre sus enemigos.
La perdida de soberanía digital
Además, por primera vez en el siglo XXI, Estados Unidos se encontró en la inédita posición de ceder parte de su soberanía digital debido a la impopularidad de censurar una aplicación. Generalmente, son los países en vías de desarrollo los que se ven forzados a tomar este tipo de decisiones, ya que medidas como prohibir plataformas populares pueden generar un descontento masivo que comprometa seriamente la estabilidad de un gobierno. Por ejemplo, si WhatsApp fuera prohibido en Argentina, es probable que la reacción social destrozara la popularidad de las autoridades responsables.
Un caso similar se observó con Lula da Silva en Brasil, quien enfrentó una difícil disputa con Elon Musk respecto a Twitter, evidenciando cómo los países más débiles suelen tener que ceder ante la presión de grandes plataformas tecnológicas. Sin embargo, en esta ocasión, Estados Unidos se encontró por primera vez en una situación comparable, ocupando el lugar del perdedor en una batalla simbólica y cultural dentro de su propio territorio.
Este episodio expone no solo la dificultad de imponer decisiones contrarias al sentir popular en el ámbito digital, sino también la creciente incapacidad de la Casa Blanca para controlar la narrativa dentro de su propio país. Lo que tradicionalmente ha sido una fortaleza del soft power estadounidense se mostró debilitado frente a una población desconfiada y resistente a las imposiciones gubernamentales, marcando un punto de inflexión en su capacidad para gestionar conflictos tecnológicos y culturales.
Comentarios