Catanzaro es una ciudad de Italia, capital de la región de Calabria.
Se conoce como la ciudad entre dos mares, pues se ubica en un punto de la península Itálica en el que se juntan el mar Tirreno con el Jónico.
Apenas supera los 90.000 habitantes, siendo sus principales actividades económicas el turismo y la industria textil, famosa por sus terciopelos.
Muchas familias calabresas emigraron desde esa región hacia nuestro país durante las dos guerras mundiales, muchos de ellos se instalaron en el barrio de La Boca.
Chicho, es un inmigrante calabrés afincado en el barrio de Avellaneda.
El año pasado sufrió dos asaltos en su casa.
En uno de ellos permaneció secuestrado por los ladrones durante más de dos horas. En esa ocasión le robaron, entre muchas otras cosas, su alianza de casamiento y un reloj antiguo, regalo de su padre.
Quizás por enfrentarse a tan extremo trauma, lo efímero de la vida en tiempos de inseguridad, lo impulsó a organizar un viaje para visitar aquel lugar en el que había nacido, ese del que con sus padres había partido unos 73 años atrás.
Conservaba tanto la dirección de la casa en la que vivían como las historias que sus abuelos, padres y tíos le relataron, una y otra vez. Recordaba anécdotas de los vecinos y características urbanísticas del que fuera su pueblo.
Finalmente llegó acompañado por su mujer a la puerta de aquella casa abandonada, sin embargo, conservada. Consultó con un vecino si vivía alguien ahí, recibiendo como respuesta que hacía muchos años se habían ido los dueños, que según le había contado su abuela, habían partido para Argentina.
Sin intenciones de tener problemas, Chicho se acercó a la estación de los Carabinieri más cercana (policía italiana) para presentarse y preguntar si habría algún inconveniente si ingresaba a la casa.
Le pidieron un día para verificar si el dominio registrado coincidía con su apellido.
La tarde siguiente recibió un llamado en el que le decían bienvenido a su casa.
Tardó dos días en juntar coraje para entrar nuevamente al lugar en el que había nacido en 1940.
Un cerrajero ayudó a abrir la pesada puerta.
En un abrir y cerrar de ojos viajó en el tiempo 80 años atrás.
Los muebles, las telas gastadas, la vajilla y los cubiertos, las sábanas y fundas de terciopelo bordó, todo estaba intacto, perdido y parado en el tiempo.
Nada ni nadie había entrado.
El tiempo transcurrido respetó al pasado dejándolo intacto.
Esta historia, que es real, es un ejemplo de lo que representa el concepto de propiedad privada.
Nada más claro.
Ni los delincuentes, oportunistas o el estado, en cualquiera de sus formas interfirió con la voluntad y circunstancia de esa familia.
La seguridad jurídica involucra a todas las partes.
Primero, el respeto entre pares, pues los vecinos, conocedores del abandono respetaron la decisión de sus propietarios.
Segundo, la administración pública coherente que lejos de aplicar tributos absurdos y rematar activos en demostración de su poder de expropiación acompañó rápidamente al heredero para que tome posesión de su activo.
Tercero, la legislación y la justicia previsible, que puso desde hace más de 80 años en primer lugar al derecho de propiedad privada por encima de la politiquería barata.
Probablemente por cuestiones como esta los países están como están.
En Argentina especular con soluciones mágicas solo sirve para, por un rato, poner el polvo bajo la alfombra sin tratar las verdaderas cuestiones que nos han postergado como sociedad.
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