11/9/2024 - politica-y-sociedad

El agotamiento del orden globalista y el avance de la Nueva Derecha del Siglo XXI.

Por Valentino Miceli Sarkissian

El agotamiento del orden globalista y el avance de la Nueva Derecha del Siglo XXI.

El presidente argentino Javier Milei pronunciando su histórico discurso en el Foro Económico Mundial de Davos.

La (geo)política en occidente vive momentos de suma tensión y cambios. Considerando los grandes conflictos en curso, como la nueva “Guerra Fría” económica entre la República Popular China y los Estados Unidos, el conflicto bélico en Ucrania luego de la invasión de su territorio por Rusia en febrero del año 2022 que desencadenó una guerra abierta en Europa, al igual que los recurrentes y variados recrudecimientos militares en Asia, con foco especial en Medio Oriente y África, con presencia de la OTAN, así como también ciertos fenómenos transnacionales que ocurren tanto en Europa como en América, como son las crisis migratorias, el acecho del narcotráfico y el ascenso del terrorismo internacional.

Estos acontecimientos dan la cuenta de un claro proceso de reconfiguración de poderes en un orden mundial de posguerra fría que hace rato comenzaba a mostrar grietas y signos de agotamiento, no solo en el ámbito del concierto de las naciones, con la emergencia y contrabalanceo por parte de nuevas potencias como China, India, Arabia Saudita o Indonesia, sino también hacia adentro. Las consecuencias visibles del proceso de cambios producto del deterioro del orden globalista pueden observarse en los resultados electorales recientes en las principales democracias occidentales, que muestran un claro y progresivo giro hacia la derecha, pudiendo esta encarnar la forma conservadora, nacionalista, liberal, o incluso libertaria. El “giro” surge en reacción a las consecuencias políticas, económicas y sociales de los gobiernos “progresistas” o “socialdemócratas” alineados a la ideología globalista fielmente representada en las principales instituciones y organismos del orden (como la Organización de las Naciones Unidas) siendo ellos, junto con sus agendas, los protagonistas de lo que se denuncia como la decadencia del sistema de valores occidental.

Con un discurso en defensa de las libertades básicas, la tradición y las identidades nacionales, la Nueva Derecha del siglo XXI está sabiendo captar de forma eficaz el voto del ciudadano de a pie desencantado con una clase política que ha sostenido al globalismo y sus instituciones nucleares, en detrimento de la soberanía, junto a sus aliados en la burocracia estatal profunda, los grandes poderes económicos ligados a los estados y, muchas veces, con la corrupción. Hay una sensación de agotamiento de este orden, y en respuesta a ello la Nueva Derecha se encuentra en carrera para gobernar y reformar las instituciones que resultaron degradadas durante las últimas tres décadas. Allí, cuando el sólo esbozar términos como “conservador” o “liberal” (en el sentido hispano del término, orientado a la derecha) era considerado una blasfemia para la discusión pública, debido a calamitosas experiencias “neoliberales” que tuvieron lugar entre los años 1970 y 1990, que ha conducido a un exceso de corrección política en donde la derecha ha sido afectada en su imagen y representación. De esta forma, a partir del post-comunismo, la izquierda supo reinventarse de manera democrática y liberal (ahora sí en el sentido anglosajón, orientado al progresismo) por medio de expresiones como la “socialdemocracia” o el progresismo de centro-izquierda, logrando la hegemonía cultural y política en representación de occidente y plegandose en última instancia al globalismo. En esto, no hay duda que obras de gran calibre para la el pensamiento político como “Teoría de la Justicia” de John Rawls (1971), con sus argumentos deontológicos a favor de la intervención estatal mediante la justicia distributiva sin perder de vista la lógica liberal-contractualista democrática ni la protección universal de los derechos individuales de antaño, ha contribuido a los desarrollos de la cultura política liberal en Estados Unidos, siendo sus ideas sostenidas fundamentalmente por el Partido Demócrata. 

A diferencia de aquellas épocas, en la dinámica y pensamiento político actual, pareciera ser que la Nueva Derecha ejerce el mismo rol que supo tener la izquierda romántica durante la segunda mitad del siglo XX, previo a su conversión democrática. Actualmente, identificarse como “de derecha”, en cualquiera de sus corrientes, significa ocupar una postura revolucionaria e incluso anti-sistema, en un statu quo global orientado hacia el pensamiento de la izquierda posmoderna. Se asume esto, porque desde su lógica ocupar dicho lugar implica una batalla política y cultural por la liberación del individuo o la nación (dependiendo de cómo se posicione cada “derecha”) de un orden político opresor, representado en estados hipertrofiados e ineficientes y sus aliados prebendarios, los lobbies e instituciones globales asociadas a minorías poderosas que influyen en el diseño de políticas públicas afectando el ejercicio pleno de la soberanía nacional, al igual que el siempre señalado poder discrecional de las burocracias. Todo ello ha contribuido a conformar una cultura política global que degrada los valores históricos y característicos de occidente como la misma soberanía, el patriotismo y el civismo republicano, los valores históricos asociados a la libertad individual, la dignidad e inviolabilidad del ser humano y la propiedad privada.


Haciendo referencia al contexto de triunfo y predominio de los Estados Unidos en el escenario internacional luego de la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética en los años 1989 y 1991 respectivamente, el llamado “momento unipolar” por el internacionalista Charles Krauthammer, fue sufriendo fracturas por la emergencia de potencias como las anteriormente mencionadas que fueron ascendiendo al ring entre los años 2000 y 2010, pero también por causas que obedecen a acciones propias de las administraciones demócratas y neoconservadoras en sus campañas militares en África, Medio Oriente (tanto en los años 1990 como en los 2000) y en Europa del Este, desde Yugoslavia a Ucrania. En lo referente a las consecuencias de sus cruzadas foráneas, la imagen de Estados Unidos ligada al “fin de la historia” (término que el Francis Fukuyama acuñó para describir el triunfo de la democracia liberal por sobre el resto de las ideologías) ha sufrido una erosión notable. Esto debido a sus fracasos intervencionistas, siendo el más reciente la desastrosa retirada militar de Afganistán en 2021 y también lo relacionado al actual conflicto en Ucrania, que bajo la administración Biden, en carácter de líder de la OTAN, ha destinado cientos de miles de millones de dólares e incuantificables recursos militares al gobierno de Volodímir Zelensky. Esto ha generado una creciente disconformidad en los taxpayers estadounidenses, que nuevamente se encuentran financiando (como a partir de 1991 y 2001/2003) una guerra subsidiaria, esta vez frente a la Rusia de Vladimir Putin, “en defensa de la democracia de Ucrania y contra el autoritarismo”. Esto, sin dudas, pesará en el último tramo de la campaña presidencial con vistas al 5 de noviembre, cuando el ex presidente republicano Donald Trump se enfrente a la actual vicepresidente demócrata Kamala Harris en las elecciones presidenciales.


El clima ideológico de las décadas de 1990 y 2000 se plasmó también en Europa occidental, que bajo la hegemonía norteamericana se consolidó como el centro institucional del progresismo, especialmente con la oficialización de la Unión Europea en 1993. En el contexto del auge posmoderno, en el viejo continente se han empujado las principales agendas de corte globalista, coherentes con la narrativa fundante del orden de posguerra fría, pero que dejaría a graves consecuencias sociales y políticas que la Nueva Derecha se encarga de denunciar con fuerza, como lo son el deterioro de la soberanía y los principios y valores propios de las por la profundización de los lazos interdependientes que han desdibujado las fronteras nacionales. Sin embargo, con el correr de los años, el afán globalista logró avanzar influyendo enormemente en el desarrollo de políticas públicas en las democracias europeas, en donde bajo la Agenda 2030 (un programa oficial de la ONU) se empujan directrices orientadas, por ejemplo, a la inclusión forzosa de las minorías en diferentes espacios, la especial laxitud con la inmigración sin control en el contexto de conflictos sangrientos en las zonas originarias de los flujos y el gran poder de lobby del medioambientalismo, que llegó a organizar su plataforma partidaria en varios países (y en el Parlamento europeo) con los partidos “Verdes”, yendo más allá de los esfuerzos de Greenpeace y sus pares en el tercer sector e impulsando reformas que afectaron, por ejemplo, a los históricamente poderosos sectores agroindustriales europeos. 

Este nuevo “movimiento”, con su euroescepticismo característico, desprecia y denuncia la agenda globalista. Esto debido a que, en su progresiva imposición, las naciones de Europa han perdido su esencia y valores, resultando degradadas sus identidades e intereses históricos. El tono de denuncia tomó fuerza en los últimos años a partir de la crisis generalizada por la pandemia del COVID-19 en 2020 y las sucesivas cuarentenas impuestas por consejo de la Organización Mundial de la Salud, que despertaron críticas debido a la implícita violación de las libertades individuales en los países que aplicaron el aislamiento de manera prolongada, además de las variadas consecuencias económicas del confinamiento. Pero el reclamo aumentó especialmente a partir del reciente estallido del conflicto en Ucrania, que desde entonces empuja a los miembros de la Unión a un choque cada vez más directo con Rusia, debido al apoyo de la OTAN y sus aliados más fuertes en Europa a Zelensky, bajo la retórica empujada desde Bruselas de defender la democracia ucraniana atacada por el autoritarismo ruso. Como sucedió con las problemáticas expuestas (en especial con la crisis migratoria), relatos como este agotaron su credibilidad en la ciudadanía de a pie, que padece la guerra con las consecuentes políticas fiscales expansivas y el endeudamiento de sus gobiernos mientras lo financia mediante impuestos cada vez más altos. Ante esto, la Nueva Derecha europea, en sus expresiones más conservadoras y/o nacionalistas, está sabiendo articular un discurso que apunta con fuerza hacia una clase política apátrida, ajena al llano de la realidad ciudadana y alineada con poderes globales con los que se beneficiaron durante décadas. 


En cuanto a algunas de las caras que protagonizan el fenómeno ascendente, y como se esbozó al principio, se debe tener en cuenta que no presenta homogeneidad total en el pensamiento, pudiendo variar según si las agendas de sus representantes se encasillan en las corrientes de derecha nacionalista, conservadora, liberal, o incluso, liberal-libertaria. Así, afloran las diferencias en opiniones sobre cuestiones como la confección y rumbo de la política económica, la existencia y alcance de los derechos individuales o la moral del ciudadano en relación a la comunidad.

En primer lugar, podemos identificar al ala nacionalista. Esta se caracteriza por su desesperación en volver a las bases y rescatar las identidades nacionales frente a la degradación provocada por el globalismo y el multiculturalismo, siendo incluso algunos de sus referentes críticos con el liberalismo, adoptando el populismo como estrategia de acceso y ejercicio del poder. Esta corriente es liderada por personajes como la líder del partido Agrupación Nacional Marine Le Pen, que logró asentarse como segunda fuerza electoral en Francia, y el aún más duro primer ministro húngaro Viktor Orbán, quien además de poseer buenas relaciones con Vladímir Putin siendo la cabeza de un estado miembro de la Unión Europea y la OTAN, se define a sí mismo como “iliberal”. Manifestaciones de la derecha nacionalista española de la mano de partidos como VOX y su líder Santiago Abascal son tambien dignas de rescatar, debido al paulatino ascenso electoral en medio del fuerte clima cultural progresista que caracteriza al mandato del presidente socialista Pedro Sanchez. Por último, en los Países Bajos se encuentra el flamante caso del Geert Wilders: el referente neerlandés del Partido por la Libertad hizo historia recientemente al duplicar los escaños de su partido en las elecciones para la cámara baja del Parlamento con una campaña dura contra el islamismo radical, la inmigración ilegal y su relación con el alza del crímen en las grandes ciudades, en línea con sus pares derechistas europeos. 

En cuanto a los conservadores, resaltan en Europa figuras como Giorgia Meloni. La premier italiana, que lleva una política pragmática que mezcla algo de intervención en los mercados con privatizaciones y liberalismo económico, parece mostrarse más laxa en temas que tanto preocupan a los derechistas más extremos, como el apoyo de la Unión Europea a Ucrania o las críticas soberanistas a la propia Unión. Sin embargo, como Le Pen y Wilders, es tajante con la inmigración, dado que Italia sufre de frecuentes crisis de refugiados en sus costas mediterráneas, dando pie a una política migratoria más rígida en relación a sus pares europeos. 

Cruzando el Atlántico, se puede afirmar que el liderazgo conservador lo ocupa Donald Trump, quien a pesar de encarar una política proteccionista y pro-industria nacional bajo el lema “America First” que marcó el inicio de la guerra arancelaria con China, supo atender a asuntos que conciernen a los enfáticos derechistas norteamericanos. Entre estos se observan la fuerte oposición a la inmigración sin control, el repudio al progresismo y la cultura woke en defensa de los valores y las libertades fundacionales, los recortes en el gasto público, el enfriamiento de las relaciones con la OTAN y el histórico abandono de los acuerdos climáticos de París en 2016.

Contemporáneo a Trump, y en Sudamérica, el ex-militar brasileño Jair Bolsonaro supo imponerse momentáneamente como referente en América Latina con su período presidencial que se extendió entre 2019 y 2022, con una impronta lapidaria contra sus antecesores izquierdistas Rousseff y da Silva, el feminismo, la ideología de género y la situación criminal en Brasil, a la cual llegó a atender intensamente por medio de elementos militares en las favelas de Río de Janeiro, siempre acechadas por grupos criminales.

Siempre que se habla de Argentina se afirma que sus desarrollos políticos se caracterizan por escapar a los patrones globales y crear excepciones a la regla, y el caso del ascenso a la presidencia del economista liberal-libertario Javier Milei respalda la leyenda a la perfección. Apoyándose en las redes sociales y los medios de comunicación, Milei ha protagonizado una verdadera batalla cultural en un lapso de tiempo sorprendente, siendo quizás el más revolucionario de todos los referentes de la Nueva Derecha. Políticamente incorrecto y anti-sistema a tal punto de considerar al Estado como una “organización criminal”, citando al anarco-capitalista Murray Rothbard sobre la naturaleza coactiva del cobro de los impuestos, el líder de La Libertad Avanza logró un triunfo histórico en el ballotage frente a Sergio Massa en noviembre del 2023. Además de la irrupción del pensamiento libertario, la victoria significó la expresión ciudadana del cansancio y repudio absoluto hacia una clase política inmoral, cómplice del empobrecimiento sostenido y la corrupción e identificada con el colectivismo progresista, dado que en cuarenta años de democracia la mayoría de los gobiernos, tanto radicales (sumando a Cambiemos y la Alianza) como justicialistas, concluyeron con escándalos en materia económica, de corrupción o con casos de crisis intra-gobierno que provocaron su derrumbe. Así, los votantes observaron que la “casta política” que el economista denunció desde sus inicios como diputado existe y ejerce el poder, que el “que se vayan todos” del 2001 no se cumplió y que había que “sacar a patadas” a los que sostuvieron el orden vigente, encontrando en un outsider con argumentos económicos ultra-liberales un significante capaz de retirar a los argentinos del yugo de la “casta”. Esto último, para muchos, podría identificarse como rasgo característico de un populismo de derecha, al hacer especial énfasis en la división de la sociedad en dos: la casta y los ciudadanos, configurándose así la clásica dicotomía “pueblo/anti-pueblo”.

En el aspecto social, Milei aparenta ser mas conservador, oponiendose firmemente a cuestiones como el aborto, el lobby LGBTQ+ y la Agenda 2030. Sin embargo, a diferencia de muchos de los anteriormente mencionados, el argentino se ha posicionado a favor de elementos ligados al globalismo, como se ve claramente en su política exterior con el “alineamiento natural con los Estados Unidos, independientemente de si la administración fuera demócrata o republicana”, prestando incondicional apoyo a causas respaldadas desde el estado profundo de Washington como Israel o Ucrania. Dicho esto, y continuando con la línea inicial referente a las diferencias entre las corrientes de la Nueva Derecha, como también al hecho de que Argentina suele escapar a las tendencias globales debido a su heterogeneidad, se puede observar lo mencionado dentro de la fórmula gobernante, en donde la vicepresidente Victoria Villarruel polariza con el libertario al representar a sectores cercanos al nacionalismo y conservadurismo, sosteniendo lazos fuertes con la Iglesia católica, las fuerzas armadas y espacios defensores de la soberanía nacional y la dignidad humana frente a la amenaza globalista. Dicha polarización se encuentra a la orden del día y, como históricamente sucede en el Poder Ejecutivo en Argentina, las tensiones entre el mandatario y la vice parecen acrecentarse a medida que avanza la gestión.

Finalizando, podemos concluir en el efectivo ascenso de la denominada Nueva Derecha del siglo XXI, a partir de lo que ellos mismos identifican como el deterioro del sistema de valores occidental provocado por la aplicación de la ideología globalista por las clases políticas nacionales durante las últimas décadas, yendo en detrimento de los principios y prácticas tradicionales de las naciones occidentales. Se trata de un “movimiento” aparentemente heterogéneo en su orientación filosófica, pero que a ritmo uniforme gana terreno en las elecciones legislativas y ejecutivas de sus respectivos países, al igual que en el campo de la opinión pública y las ideas políticas. Es en el marco de esta permanente batalla donde pasó de ser marginalizada y “cancelada” en el discurso oficial ante el reinante globalismo (encarnado por los sectores de centro-izquierda, progresistas y socialdemócratas) a comenzar a conformar alternativas políticas serias y pujantes, significando hoy en día una oferta electoral anti-statu quo. 

La Nueva Derecha hoy tiene como principal desafío el difícil arte de gobernar y construir mayor poder dentro del sistema, luego de exitosas campañas políticas e intervenciones en redes sociales y medios de comunicación alternativos, donde comienzan a encontrar un núcleo duro entre la ciudadanía desencantada con la política tradicional asociada a la ideología globalista. Una derecha que, además, parece haber estudiado el manual de la izquierda luego de la caída del Muro, al reinventarse con un relativamente mayor apego a la democracia y la república, con una decidida actitud políticamente incorrecta, “marketinera” y, fundamentalmente, con creciente adhesión entre los sectores jóvenes, generando un clima de revolución cultural y política frente al orden establecido, con el objetivo último de recuperar o reformar el engranaje occidental ante la erosión del mismo. 


Por último, es cuestión de mayor tiempo y análisis en los desarrollos del fenómeno para, en algún momento, determinar si la Nueva Derecha del siglo XXI articula una propuesta global, con consensos y mayor homogeneidad, que definitivamente la haga ocupar una posición hegemónica a nivel global. Esto último logró la izquierda en un ya notablemente desgastado período globalista que aún se encuentra vigente, pero podría comenzar a ceder lentamente ante el vigoroso avance de este nuevo fenómeno.

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Valentino Miceli Sarkissian

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