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El espejismo del dólar: Argentina entre la ortodoxia ideológica y la dependencia externa.

Por Mila Zurbriggen Schaller

El espejismo del dólar: Argentina entre la ortodoxia ideológica y la dependencia externa.

Por Mila Zurbriggen – Analista política


Un modelo que confunde estabilidad con sometimiento

El fracaso del préstamo de USD 20.000 millones con Estados Unidos no fue un accidente diplomático ni un malentendido financiero: fue la confirmación de un modelo económico construido sobre una ilusión.
El gobierno de Javier Milei apostó a que la disciplina fiscal extrema y la retórica promercado serían suficientes para atraer financiamiento externo y restablecer la confianza global.
Pero la economía internacional no responde a consignas ideológicas: responde a fundamentos macroeconómicos sólidos, a previsibilidad institucional y a políticas de desarrollo sostenido.

El problema no fue que Estados Unidos dijera “no”; el problema es que Argentina creyó que con sumisión ideológica alcanzaba para recibir un “sí”.


El préstamo que se esfumó: la ingenuidad del alineamiento automático

El intento de obtener un crédito extraordinario de Washington fue presentado como la gran jugada estratégica: una salida alternativa al FMI y un gesto de confianza de Occidente hacia el nuevo orden económico argentino.
Nada de eso sucedió.

En los hechos, el Tesoro norteamericano nunca tuvo la intención real de liberar esos fondos.
Las negociaciones se dilataron, las condiciones se endurecieron y, finalmente, el respaldo se evaporó cuando el riesgo político argentino se tornó inocultable.

El error fue creer que la geopolítica funciona como el mercado financiero: que la afinidad ideológica se traduce automáticamente en flujo de capital.
Estados Unidos no presta por simpatía doctrinaria; presta por conveniencia estratégica.
Y un país en recesión, con desequilibrios estructurales y sin poder regional, no es un socio, es un costo.


Una economía de laboratorio: el fetiche del equilibrio fiscal

El programa económico oficial se presenta como una refundación moral de la economía argentina, pero en realidad es una arquitectura tecnocrática sin anclaje productivo ni social.

El gobierno celebra un superávit primario que, según datos del propio Ministerio de Economía, se explica en gran parte por:

  • postergación de pagos a proveedores,

  • licuación de jubilaciones y salarios reales,

  • y paralización de la obra pública.

Es decir: un equilibrio contable a costa del colapso económico.

Mientras el PBI se contrae más del 2 % interanual y el consumo cae en todos los rubros, el “orden fiscal” se sostiene en una economía que se apaga para cuadrar números.
No hay superávit genuino sin crecimiento, y no hay crecimiento posible en un entorno de recesión inducida y restricción monetaria absoluta.


El dólar intervenido: una ortodoxia de papel

Uno de los pilares discursivos del gobierno es la libertad cambiaria.
Sin embargo, la política real contradice ese dogma: el Banco Central mantiene el tipo de cambio oficial artificialmente bajo para anclar expectativas de inflación.

Esa intervención constante —con ventas de reservas y controles encubiertos— reproduce el mismo esquema que la administración anterior decía combatir.
El dólar está “pisado” y eso genera tres distorsiones:

  1. atraso cambiario,

  2. pérdida de competitividad exportadora,

  3. brecha creciente con los dólares financieros.

Cada dólar barato es una promesa de crisis futura.
El atraso cambiario es la anestesia que precede a la devaluación.
La historia argentina lo ha demostrado: ningún gobierno puede sostener un tipo de cambio congelado sin respaldo real de reservas.


Relaciones bilaterales: de la afinidad ideológica al aislamiento económico

El alineamiento automático con Washington trajo más costos que beneficios.
En nombre de la “libertad occidental”, Argentina debilitó sus lazos con China y Brasil, sus dos principales socios comerciales, y se aisló de los mecanismos de cooperación regional (Mercosur, CAF, BRICS).

Mientras tanto, el prometido flujo de inversiones estadounidenses jamás llegó.
El gobierno confundió política exterior con marketing ideológico: creyó que la cercanía con el trumpismo era una garantía de prosperidad, cuando en realidad fue una trampa de dependencia.

Estados Unidos respeta a los países que negocian en condiciones de fuerza, no a los que suplican crédito.
El resultado es una Argentina sin aliados sólidos, sin crédito regional y sin plan B.


El error de fondo: financiarización sin producción

El plan económico argentino actual reproduce un viejo esquema de financiarización periférica:
atraer capitales de corto plazo, ofrecer tasas en pesos atadas al dólar, y utilizar esos flujos para sostener artificialmente la moneda y el gasto corriente.

Es la lógica de la bicicleta financiera: el dinero entra buscando ganancia rápida y sale apenas huele riesgo.
No genera empleo, no impulsa exportaciones, no fortalece la estructura productiva.
Solo alimenta la volatilidad.

En términos estructurales, esto equivale a sustituir política industrial por ingeniería financiera.
Un país no se estabiliza con swaps y bonos, se estabiliza con diversificación exportadora, productividad y acumulación de reservas genuinas.


Un Estado ausente y una sociedad exhausta

Mientras se busca agradar a los inversores, la economía real se desangra.
La inflación mensual baja por contracción, no por ordenamiento de precios relativos.
El empleo formal cae, el poder adquisitivo se derrumba y la pobreza ya supera el 50 % acercándonos cada día mas a lo que podría terminar en un estallido social.

El modelo niega la economía política: creer que se puede ajustar sin consecuencias sociales es una ficción tecnocrática.
El Estado no puede ausentarse de la inversión pública, del crédito productivo ni del arbitraje macroeconómico.
Si el Estado desaparece, no emerge el mercado; emerge la anarquía de los precios.


Conclusión: soberanía o espejismo

El fracaso del préstamo con Estados Unidos no es una anécdota: es un espejo.
Refleja la inconsistencia de un modelo que pretende independencia nacional mientras se arrodilla ante la especulación internacional.
Refleja un gobierno que predica la libertad de mercado mientras interviene el tipo de cambio para maquillar estabilidad.
Y refleja, sobre todo, un país que sigue creyendo que el crédito ajeno puede reemplazar al desarrollo propio.

Argentina no necesita obediencia externa, necesita inteligencia interna.
No necesita discursos libertarios, necesita instituciones serias y una economía real que produzca, exporte y sostenga su moneda.
Mientras el plan económico siga respondiendo al humor de los mercados y no a las necesidades de la nación, el futuro no será liberal ni popular: será, simplemente, insostenible.


✍️ Por Mila Zurbriggen
Analista política

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