La mañana del 21 de abril de 2025 quedará grabada como una de esas fechas que atraviesan generaciones.
El papa Francisco, el primer latinoamericano, el primer jesuita, el papa de los pobres y de la misericordia, falleció a los 88 años en su residencia de la Domus Sanctae Marthae, en el corazón del Vaticano.
Su partida marca el fin de un pontificado, y el adiós a un líder mundial cuya voz supo, durante más de una década, interpelar a creyentes y no creyentes por igual.

Un argentino para el mundo
Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos, nacido en Flores, Buenos Aires, llevó al Vaticano la impronta de su tierra: la sencillez, la cercanía, la calle, el mate compartido, la mirada atenta al que sufre.
Aunque nunca volvió a pisar la Argentina como Papa —una ausencia que dejó heridas profundas en su pueblo—, Francisco siempre estuvo.
Estuvo en cada homilía donde pidió "tierra, techo y trabajo". Estuvo en sus llamados constantes a cuidar a los descartados del sistema.
Su argentinidad nunca necesitó de aviones ni ceremonias: estaba tatuada en su modo de ser.

El Papa de la misericordia
Si algo definió a Francisco fue su obsesión por la misericordia.
Desde su primera aparición en el balcón de San Pedro en 2013 —cuando pidió "recen por mí" inclinando la cabeza ante el mundo entero— hasta sus últimos mensajes, su pontificado fue un canto a la compasión y al perdón.
Apostó a una Iglesia más humilde, más abierta, menos preocupada por el poder y más obsesionada por curar heridas.
"No es lícito mirar a otro ser humano de arriba hacia abajo, salvo para ayudarlo a levantarse", solía repetir.
Y ese principio lo guió en cada gesto: al lavar los pies de refugiados, al abrazar enfermos, al arrodillarse ante víctimas de violencia.
Política, poder y conciencia
Francisco no esquivó la política. Entendió que el Evangelio también se juega en las estructuras del poder.
Habló sin miedo contra la corrupción, la explotación laboral, el nacionalismo extremo, la idolatría del dinero y la devastación ambiental.
Publicó Laudato si', un llamado urgente a cuidar la Tierra, que resonó en conferencias internacionales y forzó a líderes políticos a repensar su responsabilidad planetaria.
Mediador clave en conflictos internacionales, impulsor de acercamientos diplomáticos históricos —como el deshielo entre Cuba y Estados Unidos—, Francisco jugó en las grandes ligas, pero siempre desde la lógica del servicio y no de la dominación.
Momentos que ya son historia
Francisco deja estampas que serán estudiadas por siglos:
Su primer viaje a Lampedusa para denunciar la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo.
Su encuentro silencioso en Nagasaki, clamando contra el armamento nuclear.
Sus gestos hacia otras religiones, rezando junto a líderes musulmanes y judíos.
Su visita a Irak, desafiando la guerra y el terrorismo para abrazar a un pueblo herido.
¿Qué sigue?
La muerte de Francisco abre ahora un proceso de luto profundo en la Iglesia Católica y en millones de personas alrededor del mundo.
Se inicia el periodo de sede vacante: el camarlengo ha tomado las riendas administrativas y, en las próximas semanas, se convocará al Cónclave para elegir a su sucesor.
Pero más allá de las formalidades, queda la tarea titánica de no dejar que su legado se disuelva en homenajes vacíos.
El verdadero homenaje será seguir luchando por esa "Iglesia en salida" que él soñó.
Por esa humanidad más fraterna que tanto predicó, incluso cuando el cinismo y la indiferencia parecían ganar.
Un vacío inmenso
Francisco partió en Pascua, la fiesta de la vida nueva para los cristianos.
Tal vez no sea un detalle menor: incluso en su muerte, parece querer recordarnos que la última palabra nunca es la muerte, sino la esperanza.
Hoy el mundo entero lo llora.
Hoy los pobres del mundo han perdido a su voz más fuerte.
Hoy la Argentina ve partir a su hijo más universal.
Pero Francisco no se va.
Francisco queda.
En cada gesto, en cada abrazo dado al que nadie mira, en cada joven que se anime a hacer lío para cambiar el mundo.
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