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El presidente parece que al fin escuchó al pueblo; solo resta que no nos ilusione

Por Uriel Manzo Diaz

El presidente parece que al fin escuchó al pueblo; solo resta que no nos ilusione

La política tiene sus ironías: Roma no se construyó en un día, pero bien podría incendiarse antes de consolidarse. En la cadena nacional más reciente, Javier Milei exhibió un registro distinto: sobrio, contenido, incluso solemne. Por primera vez, vimos a un presidente sin arrebatos verbales, sin gritos de trinchera, sin el ritual de cerrar su intervención con aquel “¡Viva la libertad, carajo!” que tantas veces fue consigna de identidad, pero que en el ejercicio del poder se tornó gesto performático. Anoche, en cambio, emergió un Milei serio, casi institucional, que reconoció que los sacrificios exigidos a la sociedad no llegaron a los más vulnerables y que atacar a jubilados, personas con discapacidad, el sistema de salud y las universidades no constituye un camino viable ni legítimo.

Una transición discursiva

Ese viraje, aunque discursivo, no es menor. El presidente, que hasta hace poco cultivaba la épica del “ antisistema”, se presentó ahora como un estadista que escucha. Dio cuenta de errores, insinuó la necesidad de rectificaciones y, al menos en la superficie, aceptó la evidencia de que un gobierno que erosiona derechos básicos corre el riesgo de convertirse en su propio verdugo. La política argentina, con su historia de ciclos pendulares y líderes que se devoran a sí mismos, sabe que los discursos no bastan; sin embargo, el cambio de tono marca un gesto que puede leerse como maduración o como simple estrategia de supervivencia.

El cambio de tono no fue solo retórico: estuvo acompañado de anuncios concretos que buscan transmitir un mensaje de sensibilidad social. El presidente sostuvo que “los años más duros de afrontar fueron los primeros y por eso podemos afirmar… que pese a las turbulencias coyunturales, lo peor ya pasó”. Esa frase, pretende instalar la idea de un punto de inflexión: la etapa más dolorosa habría quedado atrás.

Los números reforzaron esa narrativa. Para 2026, Milei anunció aumentos reales por encima de la inflación proyectada en áreas tradicionalmente castigadas: jubilaciones (+5%), salud (+17%), educación (+8%) y pensiones por discapacidad (+5%)). En el mismo sentido, se destinarán 4,8 billones de pesos a las universidades nacionales, en un reconocimiento implícito a los paros y quejas que generaron los recortes en la comunidad académica y estudiantil.

También admitió la distancia entre el discurso oficial y la vida cotidiana de millones: “muchos aún no lo perciban en su realidad material”. Ese reconocimiento, aunque parcial, supone un quiebre con la narrativa de negación y confirma que la presión social y política ha dejado huella.

Entre la seriedad y la sospecha

El interrogante que subyace es si este Milei sobrio responde a una auténtica convicción o a la necesidad de descomprimir tras semanas en las que las denuncias por presunta corrupción —incluso involucrando a su círculo íntimo— y los escándalos de gestión encendieron alarmas. La narrativa del presidente como “outsider incorruptible” se erosiona cuando la sombra de las coimas toca a su hermana y pieza clave en su armado político. En ese sentido, el cambio de registro puede ser leído como una reacción defensiva: un intento de blindar la figura presidencial en medio del desgaste.

Milei definió el equilibrio fiscal como la “piedra angular de nuestro gobierno” . Lo no negociable es la austeridad: si los ingresos caen o los gastos superan lo previsto, advirtió, se ajustarán las partidas para sostener ese equilibrio. En términos prácticos, esa premisa puede garantizar coherencia y disciplina, pero también implica que cualquier shock externo —una suba de precios internacionales, una caída de exportaciones, una ola de demandas sociales— puede desencadenar nuevos recortes en los sectores mas sensibles.

La paradoja populista

En perspectiva comparada, lo de Milei recuerda a experiencias globales donde líderes que llegaron con un discurso rupturista —desde Bolsonaro en Brasil hasta Tsipras en Grecia— debieron mutar hacia una pragmática institucional cuando los costos de la radicalidad se volvieron insoportables. Ese tránsito revela una paradoja: los liderazgos populistas, que se legitiman desde la confrontación, a menudo necesitan el ropaje de la moderación para sobrevivir en el poder. Pero esa moderación, cuando se percibe forzada, puede ser vista como claudicación, y con ello perder la base que los llevó al gobierno.

Una Argentina en tensión

El presupuesto anunciado, con aumentos en áreas sensibles, apunta a mostrar sensibilidad social. No obstante, queda por verse si esas partidas resistirán la inflación y si se traducirán en mejoras concretas para jubilados, estudiantes y pacientes del sistema de salud público. La historia argentina enseña que los números son frágiles cuando la realidad económica se impone. El riesgo es que este discurso quede en la categoría de lo que Max Weber llamaba “ética de las intenciones” más que “ética de la responsabilidad”: buenas palabras sin eficacia práctica.

El dilema de la conducción

Quizás la cuestión más profunda que plantea este momento no es solo si Milei escuchó al pueblo, sino si está dispuesto a revisar quién conduce la política argentina y con quién elige rodearse. En contextos de alta conflictividad, el equipo de gobierno puede ser tanto un salvavidas como una carga letal. La concentración de poder en manos de familiares, la falta de cuadros con experiencia de gestión y el aislamiento internacional limitan la capacidad del Ejecutivo de sostener una gobernabilidad sólida.

En un mundo interdependiente, donde la geopolítica presiona desde múltiples frentes —la tensión en Ucrania, el pulso entre Estados Unidos y China, la crisis migratoria europea—, la Argentina no puede darse el lujo de un gobierno que se perciba errático, atrapado en disputas internas o en discursos grandilocuentes sin correlato material. El capital político que Milei aún conserva se diluirá rápidamente si no se traduce en resultados verificables.

¿En que quedamos?

El discurso de anoche puede ser interpretado como un punto de inflexión: el inicio de una gestión más seria, menos violenta y con sentido de institucionalidad. Pero también puede ser un simple artificio, un libreto leído por obligación ante la presión social y política. La historia argentina está plagada de líderes que prometieron rectificaciones y terminaron consumidos por las llamas de sus propias contradicciones.

Queda abierta la pregunta esencial: ¿asistimos al nacimiento de un Milei estadista o al enésimo capítulo de un liderazgo que improvisa según la coyuntura? Roma no se construyó en un día, pero Argentina tampoco tiene tiempo para incendiarse otra vez.

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Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



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