8/4/2025 - politica-y-sociedad

El precio de la tradición: La lucha contra la mutilación genital femenina.

Por Candela Jazmin Nuñez

El precio de la tradición: La lucha contra la mutilación genital femenina.

La llaman tradición, la disfrazan de rito de paso, pero en realidad es una forma brutal de violencia de género. Millones de niñas en el mundo son sometidas a una práctica que deja heridas imborrables en sus cuerpos y en sus vidas, una práctica llamada mutilación genital femenina.


No hay anestesia. No hay consentimiento. No hay opción. Solo una niña, muchas veces menor de diez años, inmovilizada a la fuerza mientras una cuchilla, una navaja o incluso un vidrio afilado marca su cuerpo para siempre. La mutilación genital femenina (MGF) no es una práctica del pasado ni una historia de horror aislada. Es una realidad que, hoy, sigue afectando a más de 200 millones de mujeres y niñas en todo el mundo, principalmente en países de África y Asia. En 2025,mas de 4.4 millones de niñas, unas 12.200 cada día están en riesgo de sufrir esta práctica.

¿Qué hay detrás de esta cruel costumbre? ¿Por qué sigue existiendo en pleno siglo XXI? ¿ Por qué esta práctica sigue siendo invisibilizada? Y lo más importante: ¿Cómo se puede erradicar sin que las víctimas se enfrenten a represalias dentro de sus propias comunidades?

¿Por qué se practica y cuáles son sus consecuencias?

“A día de hoy, más de 230 millones de niñas y mujeres han sido víctimas de esta práctica abominable” afirmó el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en un discurso donde la describió como “una de las manifestaciones más brutales de la desigualdad de género”

La mutilación genital femenina puede practicarse por diversas razones, siendo la más común la costumbre y la tradición, ya que se lleva a cabo como un rito de paso de la infancia a la adultez o como un requisito para que las mujeres sean consideradas "puras". Algunos la justifican bajo creencias estéticas e higiénicas, al considerar que los genitales externos femeninos son sucios o poco atractivos. La presión social también juega un papel clave, pues dentro de una comunidad se convierte en un elemento de conformidad social. Sin embargo, la razón más indignante es el control de la sexualidad femenina para reducir el deseo de las mujeres y evitar el sexo prematrimonial, ya que en estas regiones el valor de una niña está estrechamente ligado a esta practica, a su castidad y sumisión.

Pero cuando una comunidad practica la MGF, no hay vuelta atrás. Se les retira el capuchón del clítoris y las glándulas, los labios internos y les cosen la vulva. La vagina se cierra dejando solamente un orificio para dejar salir la orina y los flujos menstruales y se reabre para tener relaciones sexuales y para el parto. Esta práctica varía de un país a otro: desde versiones menos invasivas como el tipo 1 o tipo 2, practicadas en Sierra Leona, hasta formas extremas como el tipo 3, conocidas como infibulación, en países como Somalia y Sudan.

Sin embargo, independientemente del tipo, las consecuencias siguen siendo devastadoras. Las víctimas sufren graves daños físicos: hemorragias, retención urinaria e infecciones que pueden provocar la muerte. Más allá del daño físico, el trauma psicológico es inmenso, causando depresión, pérdida de confianza, sensación de incompletitud e incluso aislamiento social.


Las secuelas de por vida

Las víctimas de la mutilación genital femenina quedan marcadas de por vida, no solo con cicatrices visibles, sino con secuelas que las acompañan siempre. Muchas niñas sufren infecciones severas debido a la falta de higiene en el procedimiento, que suele realizarse con cuchillas oxidadas, vidrios rotos o navajas sin esterilizar. No hay anestesia ni cuidados médicos posteriores, solo dolor y miedo. Algunas enfrentan hemorragias incontrolables que pueden llevarlas a la muerte en cuestión de horas. Otras desarrollan complicaciones con el tiempo: dificultades para orinar, dolores crónicos, infecciones recurrentes y, en muchos casos, infertilidad. Para aquellas que sobreviven, el parto puede convertirse en una experiencia traumática y peligrosa, con un alto riesgo de muerte tanto para ellas como para sus bebés.

Pero más allá del daño físico, el impacto psicológico es devastador. Muchas niñas crecen con una sensación de incompletitud, con miedo y con un silencio impuesto que las persigue hasta la adultez. La depresión y la pérdida de confianza son comunes, al igual que el aislamiento social cuando las secuelas físicas las convierten en un "peso" para sus familias o futuros esposos.

Para muchas, la herida más profunda no es solo la física, sino la traición. Ya que además deben enfrentar la realidad de que quienes deberían protegerlas—sus madres, abuelas, tías—son quienes permiten y perpetúan esta práctica. No son extraños quienes las mutilan, sino sus propias familias, las mujeres de su comunidad, aquellas en quienes más confían. Son ellas quienes, convencidas de que hacen lo correcto, sujetan a sus hijas mientras son cortadas. Creen que es su deber, que sin la MGF, sus hijas no tendrán futuro, no serán respetadas, no encontrarán un esposo. Creen que están protegiéndolas.

Pero las niñas crecen, con una sensación de traición, de incomprensión, de miedo. Muchas jamás hablan de lo que les hicieron. Aprenden a callar, porque cuestionar la tradición significa desafiar a su propia familia, a su cultura, a todo lo que las rodea.


"Me sujetaron y ella cortó esta parte de mi cuerpo. Yo no sabía por qué. Este fue el primer trauma en mi vida: no sabía qué mal había hecho a estas personas mayores, a quienes amaba, para que ella estuvieran encima de mí, abriéndome las piernas para lastimarme. Psicológicamente fue como una crisis nerviosa para mí"

Sobreviviente de la MGF en Kenia.

¿Dónde se practica?

La mutilación genital femenina se concentra en alrededor de 30 países, principalmente en África, Oriente Medio y Asia meridional. Entre las naciones con las tasas más altas se encuentran Somalia, Guinea, Mali, Egipto y Sudán, donde más del 80% de las mujeres han sido sometidas a esta práctica.

Pero el problema no se limita a las comunidades donde se originó. La mutilación también ocurre en la diáspora, es decir, entre poblaciones emigrantes que viven en Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda. En países como el Reino Unido, Francia o Estados Unidos, se han registrado casos de niñas llevadas a sus países de origen durante las vacaciones escolares para ser mutiladas, en lo que se conoce como vacaciones de corte (cutting season).

Y a pesar de ser ilegal en muchos países, la tradición persiste y ha sido llevada a la clandestinidad. En regiones como Egipto y Sudán se practica en secreto en hogares o mismo ha llevado a que las familias trasladen a sus hijas a zonas rurales o a países vecinos donde la legislación es más permisiva o la vigilancia menos estricta. Pero lo más preocupante es la medicalización de esta práctica en el cual algunos profesionales de la medicina alientan a los padres a llevar a sus hijas a clínicas bajo el pretexto que es "más sanitario" y menos nocivo para la salud, reduciendo así los riesgos. Sin embargo, organizaciones como la ONU y la OMS han condenado esta práctica, señalando que no existe una forma segura de mutilación genital femenina. Aunque se realice en un hospital, sigue siendo una violación de los derechos humanos y una agresión irreversible contra las niñas y mujeres.

“No hay mutilación moderna y no moderna, porque tanto en un centro como en una casa se le hace daño a la mujer

Nicole Ndongala, directora de Karibu.


El desafío global de erradicar la mutilación genital femenina:

No hay manera de ocultar la realidad de lo que se les hace a estas mujeres y niñas: se viola su integridad corporal, su salud y su seguridad. La MGF no solo desfigura físicamente a una mujer, sino que también la despoja de sus derechos fundamentales. Limita su acceso a la educación, reduce su autonomía y la convierte en una persona más "casadera" al hacerla más sumisa y silenciosa.

Acabar con esta practica es un reto complejo, porque implica desafiar creencias profundamente arraigadas en las sociedades que la practican. Sin embargo el cambio esta ocurriendo. Mientras en la actualidad, afecta al 65% de las niñas y mujeres, en comparación con el 80% en el año 2000 aun sigue siendo una cifra escalofriante. En los últimos años, la concientización y las campañas educativas han logrado que más mujeres rechacen esta tradición.

Muchas supervivientes han alzado la voz, contando sus historias y alertando sobre las consecuencias físicas y emocionales de la mutilación. Gracias a este esfuerzo, cada vez más madres están decidiendo no someter a sus hijas a este sufrimiento, lo que ha llevado a una reducción en las cifras en algunas regiones. En Somalia, por ejemplo, la tasa de MGF ha descendido del 98% al 65% en las últimas décadas.


“Solía preguntarle a mi madre por qué me había hecho esto. La interrogaba sobre por qué me expuso a tanto sufrimiento. Me prometí que no mutilaría a mi hija

Abida Dawud, superviviente de la mutilación genital femenina

Pero la lucha no ha terminado. La mutilación de niñas no tiene nada de honorable. Ningún elemento cultural justifica la negación y violacion de derechos humanos de las infancias.

La MGF no es solo un problema de salud pública, es una cuestión de derechos humanos. Es una forma de violencia de género que debe erradicarse desde la raíz, con educación, leyes y el empoderamiento de las mujeres y niñas en sus propias comunidades.

Porque la tradición no puede seguir costando vidas.



¿Deseas validar esta nota?

Al Validar estás certificando que lo publicado es información correcta, ayudándonos a luchar contra la desinformación.

Validado por 0 usuarios
Candela Jazmin Nuñez

Candela Jazmin Nuñez

Vistas totales: 34

Comentarios

¿Te Podemos ayudar?