13/4/2025 - politica-y-sociedad

La guerra civil eslava. El principio como final.

Por Poder & Dinero

La guerra civil eslava. El principio como final.

José Jesús Sanmartín Pardo desde Alicante, España, para Poder & Dinero y FinGurú
En marzo de 2022 se alcanzó un principio de acuerdo entre delegados de Vladimir Putin y occidentales (con previo conocimiento y plena aquiescencia de la cúpula ucraniana) para derivar la ya fallida “blitzkrieg” rusa contra el Gobierno de Kiev en una salida airosa para las partes. Moscú recibiría garantías confidenciales acerca de la inviabilidad de una candidatura ucraniana para incorporarse en la OTAN en un tiempo estimable de tiempo. Ucrania tendría garantías acerca de la seguridad en sus fronteras y otras cuestiones. Se otorgaban otras ventajas y privilegios, sin excluir una colaboración in extenso de cara a un futuro despejado de conflictos. Otra previsión era un escenario de generosa inversión exterior para incentivar el desarrollo de las zonas en litigio y otros territorios igualmente sensibles. Esta previsión quedó lamentablemente sin confirmar ante el abrupto corte de esa vía paralela y discreta de negociación. Porque, hasta entonces, la voluntad de eslavos y occidentales era que la conclusión de las hostilidades se produciría en cuestión de semanas. Mientras tanto, las conversaciones de carácter político debían aparecer como la única fuente de acuerdo visible ante la sociedad internacional. Las tratativas secretas avanzaban a ritmo lento pero firme. Lo más difícil parecía ya superado cuando, súbitamente, una fuerza ajena a los negociadores gravitó con su poniente sombra. En un tiempo récord, lo conseguido se difuminó primero y se esfumó después. Todo desapareció por arte de birlibirloque. A las dos partes contendientes -en especial a una- les pareció insuficiente lo comprometido a su favor. Hoy sabemos lo que entonces ya se intuía: alguien aplicó técnicas de desinformación contra Moscú, engañando a varios líderes rusos. El objetivo era lograr que la invasión derivase en una guerra debilitadora en todo e indefinida en el tiempo para Rusia. Esa fuente tóxica no fue occidental y su pretensión continúa siendo ocupar espacio económico y geopolítico que Rusia no pueda sostener. Se suelen obviar, a veces ignorar, esos hechos cruciales. El Kremlin fue víctima de la desinformación para, en base a ella, autorizar la invasión de Ucrania. La información recibida por el Presidente ruso y su equipo no fue completa ni exacta.
La decisión se basó en una operación -deliberada, consciente y malévola- para implicar a la Federación Rusa en una guerra de ciclo largo donde quedase agotada su Economía, embarrancado su Ejército, consumida su sociedad y desprestigiado su régimen. Las mismas fuentes tóxicas continúan actuando para que la guerra prosiga; a toda costa. Cada día de conflicto armado arruina y perjudica a Rusia. El debilitamiento de la potencia euro-asiática interesa a varios actores, siempre atentos a la colonización económica. A Occidente no le conviene una Rusia debilitada y acosada por fuerzas hostiles, desde el exterior o desde el interior. La inestabilidad en Rusia sería una tragedia para todos nosotros; peor aún es el escenario de una Rusia fragmentada en estado de caos con señores de la guerra actuando por su cuenta durante años. La unidad territorial de Rusia es un activo geopolítico que Occidente debe apoyar de manera contundente. El Kremlin debe comprender que el bloque occidental no es su enemigo, y todos debemos actuar consecuentemente con ello.
En el caso de Ucrania, cabe decir otro tanto. No existe posibilidad ninguna de una paz duradera si el pueblo ucraniano vive otra humillación de dimensión histórica como la ocurrida en 2014. La conquista y ocupación de Crimea por Rusia continúa siendo un trauma nacional en Ucrania. Una sociedad puede conllevar una catástrofe así una vez por generación, pero no dos veces en una década. Ucrania debe recibir también garantías respecto a sus fronteras que, obviamente, son las correspondientes al menos al statu quo existente en enero de 2022. La comunidad internacional no puede asumir ni aceptar el quebrantamiento del Derecho Internacional; de rendirse ante ello, se firmará un cheque en blanco para la reproducción de “operaciones especiales” en prácticamente cualquier frontera en conflicto…o no. La guerra civil entre eslavos que existe desde entonces a una escala desaforada, ha sido una de las mayores tragedias europeas e internacionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Europa y todo Occidente necesitan a los pueblos eslavos por su extraordinaria -en verdad, sublime- contribución a la cultura, la moral, la religión, la familia y la Historia. Rusos y ucranianos, pero también los rusos blancos, los polacos, los checos, los eslovacos, los croatas, los serbios y las otras comunidades eslavas, componen una de las civilizaciones más excelsas de la Humanidad, con logros insuperables en ámbitos de excelencia.
Las tropelías cometidas mayormente por dictadores en determinadas etapas históricas también fueron aplicadas contra esos mismos pueblos eslavos, cuyo espíritu de sacrificio y resiliencia les hizo perseverar ante la sucesión de adversidades que les tocó padecer. Desde un planteamiento geopolítico, a partir de la primavera de 2022, las dinámicas operadas para mitigar el conflicto entre Rusia y Ucrania no han logrado plenamente su objetivo formal. La aplicación ambivalente de incentivos para la moderación de cuño kissingeriano, fue parcialmente estéril, parcialmente útil. Además de permitir un calculado tráfico mercantil en ámbitos protegidos frente a las sanciones, resulta evidente que crepitó el factor humano; la ausencia de estadistas de primer nivel es un hecho paradigmático. Falta un político intelectual capaz de implementar en la realidad la idea de equilibrio como fue diseñada por Kissinger; mas, sobre todo, se percibe en la sociedad internacional la orfandad de líderes resolutivos y con visión a largo plazo. Las circunstancias hacen y deshacen a los dirigentes. Lo que José Ortega y Gasset comprendió y razonó hace un siglo, persiste y resiste.
El formidable pensador español estuvo entre los escasos occidentales en captar el alma eslava en toda su hondura. Pero aquella fue otra época. La Europa de hoy necesita estadistas como lo fueron Charles de Gaulle o Winston Churchill; inteligencia y astucia, firmeza y elegancia. Todo ello presidido por una jerarquía de valores instituidos como superiores, aceptados por unos, asumidos por otros. La omisión de ese acervo ha gravitado perniciosamente contra propuestas y personas enfocadas a una resolución pacífica de la guerra dirigida a hundir a Rusia en una nueva Edad Media. El error (inmenso, colosal) de Moscú fue dejarse engatusar por los cantos de sirena e invadir Ucrania en 2022. El temor a un país hermano occidentalizado como atractor para una mayoría social rusa que pudiese sentirse vinculada a la “decadente” opulencia de la Unión Europea, no justificaba una “operación especial” revestida de guerra relámpago y degenerada en guerra general. Polonia y otras naciones eslavas constituyen parte leal del acervo comunitario europeo. ¿Qué amenaza generó Ucrania para que el leadership ruso activase la invasión militar en 2022? Kiev representa, junto a Bielorusia, el Estado hermano más próximo a Moscú. Su occidentalización completa y creciente es considerada como un riesgo existencial para la supervivencia del actual régimen ruso. Lo que ocurre en Varsovia o Zagreb produce interés en Rusia, pero lo que sucede en Kiev provoca también emulación.
El seguimiento en la Federación Rusa de una modernización acelerada inspirada en el “modelo” ucraniano podría socavar las bases sociales del statu quo ruso. Un “mal ejemplo” que alguien en Occidente -aquí sí- lanzó tocando furiosamente las campanas a rebato contra las cúpulas del Kremlin. Lo que debía haberse hecho de manera discreta, silente casi y sin jactancia ninguna, circunscribiendo el gradualismo del cambio estrictamente a Ucrania, se convirtió en un espectáculo de escarnio contra el Gobierno ruso. Ese acto de prepotencia se hizo a sabiendas de la humillación que los dirigentes rusos sufrirían. La estridencia de la campaña occidentalizadora sobre Ucrania fue percibida en Moscú como el comienzo de un proceso de deslegitimación contra el régimen putinista… inducido desde el exterior. Había que cortar por lo sano para salvar las prioridades, los intereses y los estatus. Esa fue la lectura hecha desde el poder y para el poder. Ucrania fue invadida. Cuando se ofrecieron garantías confidenciales por parte occidental, el cenáculo dirigente en el Kremlin aproximó posiciones. Sin embargo, como se expresó al principio, no pudieron resistirse a las sugerencias manipuladoras desde un contrapoder respecto a que el pueblo ruso no quedaría satisfecho con su Gobierno si no obtenían más, mucho más. Aquí se cerró el círculo de nuevo mediante una reiteración de errores que nadie parece haber sido capaz de subsanar.
Tanto Rusia como Ucrania necesitan una salida honorable de esta guerra civil. La solución no puede residir en la humillación de la otra parte, ni en el sacrificio de un bando a expensas de otro. Hasta ahora, todas las propuestas de resolución basan su diseño en comprar tiempo; y no demasiado en ocasiones. Apenas unos años antes de que vuelva a rebrotar la crisis, si se acaba aceptando la tentación de un cierre en falso. Ese cortoplacismo carece de sentido común y visión de conjunto, que aparecen como atributos mayores de un estadista. El pasado y el presente se abrazan en una inextricable fusión de conflictos. El solapamiento de una crisis tras otra, de un agravio sobre otro, produce la rigidez actual. Los dirigentes apenas tienen capacidad de maniobra para negociar; han prometido a los suyos que tras el sacrificio llegará la salvación. Ahora esos líderes quedan inermes ante el escenario de una detención de la guerra sin haber consolidado aún la parte necesaria para justificarla ante su pueblo. Una tregua quedará incompleta de no producirse -desde dentro de cada país- una renovación de una parte (decisiva) de las elites dirigentes en Moscú y Kiev. Los que asuman la gestión de la nueva etapa, deben ser personas capaces de continuar la negociación sin hipotecas nacionalistas. El contexto actual de negociaciones enfáticamente retóricas o tratativas públicamente mediáticas, expresan el fracaso de la diplomacia clásica. Los acuerdos en tanto resultado de una vocación de compromiso más allá del problema a superar, permanecen y fructifican.
El mundo -no sólo Occidente- se juega demasiado. Los mismos que desinformaron para activar una guerra entre vecinos y hermanos, ahora necesitan que ese conflicto se mantenga en estado larvado para asegurar su reinicio a medio o largo plazo. Si la guerra entre Rusia y Ucrania quedase como un conflicto latente de manera indefinida, Europa, el Mediterráneo y Oriente Medio serían los primeros espacios en sufrir una acuciante falta de estabilidad. La onda expansiva llegaría también a Estados Unidos, Canadá e Hispanoamérica; países éstos cuya prosperidad material (y, por tanto, su seguridad nacional) está umbilicalmente unida a la de sus aliados europeos. La Inteligencia Económica señala de manera incisiva que el aislacionismo en política exterior es la refutación de la racionalidad y la inteligencia; en todos los sentidos.
En una crisis de sistema como la vigente, la solución no puede ser un paquete de medidas inocuas. La homogeneidad tampoco resolverá los problemas de fondo, en verdad insondables. En un proceso de avance, lo primero es que las partes eviten zaherir el honor de los otros. Sean beligerantes, aliados o afines, la retórica ha de reflejar un estado de ánimo basado en lo constructivo, no en lo destructivo. A este respecto, un factor decisivo es la necesidad de no humillar ni humillarse, ni en público ni en privado. Las heridas morales están entre las realmente difíciles de curar. La sanación sólo llegará de un genuino intercambio de roles; porque hasta ahora los dirigentes ucranianos y rusos apenas han transmitido un mensaje de acogida a sus hermanos eslavos del “otro lado”. Si Lincoln hizo grandiosas sus alocuciones fue, en parte, por su demostrada habilidad para trascender las fronteras (territoriales, mentales, culturales, entre otras). El discurso de Gettysburg es el caso paladino en la materia. El Presidente norteamericano lo diseñó para que cada una de sus palabras repicasen sobre la conciencia, tocasen el espíritu y alcanzasen el alma, de las familias, de los soldados y de los paisanos de los dos bandos enfrentados en tan dramática conflagración. De progresar hacia un renacimiento del otro, el proceso de desescalada sí quedaría habilitado. La confusión entre un dirigente y “su” pueblo es un error tópico. Los ciudadanos pueden colegir que se pretende el aniquilamiento de su país o, cuando menos, una merma de espacio y, por tanto, de prestigio. Toda afección al honor lo es también a la racionalidad. Porque la reacción inmediata e inevitable es de naturaleza emocional. La petición de retirada de los actuales dirigentes no es una sugerencia prudente. Su continuidad o no dependerá de factores internos de visibilidad pública (o de factores externos de invisibilidad pública). Pero instar desde fuera (desde el exterior) la retirada de los que han sido líderes de la guerra en los países contendientes puede ser percibido como una humillación por parte de la sociedad local. Lo que se modifique en las estructuras gubernamentales de ambos países hermanos debe aparecer como resultado de un proceso decisional estrictamente interno.
Las zonas en litigio pueden quedar con un sistema de cogestión entre Rusia, Ucrania y Naciones Unidas, con la participación activa de la Unión Europea. Esos territorios deben convertirse en objeto de inversión preferente, creando allí un hinterland de prosperidad inigualable en Europa oriental. Las fórmulas de co-gestión entre rusos y ucranianos, creando comisiones mixtas con participación occidental, sería una fórmula aceptable para las partes. Lo que no puede asumirse es la comisión de errores tópicamente wilsonianos como la constitución de nuevos Estados; tampoco sería prudente crear espacios de co-soberanía.
Tanto para Rusia como para Ucrania ello comportaría severos problemas a medio plazo. En especial, la Federación Rusa tendría una mayor presión negativa al respecto, generándose tensiones internas cada vez mayores y peores. A medio plazo, la implosión. Esa opción debe descartarse de raíz porque causará daños terribles e irreparables, sobre todo contra Rusia. Aún más grave sería la promoción de una segmentación de territorios, acantonando población rusa en unos y población ucraniana en otros. Un proceso de balcanización entre comunidades fracasaría en las provincias ucranianas actualmente ocupadas por Rusia. El procedimiento adecuado de aproximación es mediante un enfoque técnico, de resolución de problemas donde las partes intervengan de común acuerdo, bajo el patrocinio occidental. El desarrollo empresarial y económico, junto a la inevitable riqueza que debería llegar, crearán condiciones para acuerdos más intensos.
Tal decurso quedará expedito conforme los intereses y los beneficios comunes resulten mayores que las desavenencias. La metodología aplicativa será el mayor desafío; de hacerse incorrectamente, los resultados emergerán como una magra sombra de un sueño hipostasiado. De ahí la pertinencia de vincular la existencia legítima de ambos Estados eslavos entre sí; lo positivo para uno también lo será para el otro. Ucrania puede ser el puente entre Rusia y Occidente. Al igual que Rusia ejercería un rol preponderante en la estabilización de sus esferas de influencia. Nos necesitamos y debemos colaborar; todos. Sin exclusiones. Por seguridad, por inteligencia, más allá de los factores económicos, políticos o sociales, igualmente relevantes. Porque Rusia también deberá ser beneficiada por la inversión occidental, no sólo Ucrania. El trato debe ser digno y respetuoso para los dos países. La marginación de uno es la pérdida del conjunto. El sabio Aristóteles asentó la solución como búsqueda constante de ese término medio conducente al equilibrio entre los opuestos. El respeto y la dignidad; he aquí el camino, he aquí el destino.
Prof. José J. Sanmartín, Universidad de Alicante. Advisory Council, Harvard Business Review. Presidente, Radix Intelligentia.

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