La bandera fiscal frente al desgaste político
El argumento del Ejecutivo fue simple: aprobar la ley universitaria significaba expandir el gasto y poner en riesgo la meta de equilibrio. El razonamiento fiscal es impecable, pero ignora el valor simbólico de la universidad pública, que en Argentina no es un servicio más, sino un derecho culturalmente arraigado. Al vetarla, Milei no solo contuvo un gasto: eligió confrontar con un actor históricamente legitimado y socialmente defendido.
Ese cálculo revela una lógica peligrosa: creer que el costo político es un problema secundario frente a la pureza del programa económico. Pero en un país donde la universidad condensa aspiraciones de movilidad social y legitimidad cultural, el veto suena menos a disciplina fiscal y más a un acto de intransigencia.
Una crisis de múltiples frentes
El contexto amplifica los efectos. El gobierno llega a esta pulseada con un capital político en retroceso:
Un tejido social golpeado por la inflación y la caída de ingresos.
Sindicatos, universidades y profesionales de la salud en estado de confrontación.
Gobernadores irritados por la reducción de transferencias.
Un Congreso fragmentado, donde Milei solo puede gobernar por decreto y veto.
El veto, entonces, no es una medida aislada: es una pieza más en un tablero donde la conflictividad escala y el margen de maniobra se achica.
Entre la consistencia y la viabilidad
La paradoja es brutal: Milei sostiene la coherencia de su plan económico, pero pierde aceleradamente capital político. El equilibrio fiscal aún no se traduce en una mejora visible en los bolsillos ni en expectativas de crecimiento. Y sin resultados tangibles, la narrativa del ajuste como camino a la prosperidad empieza a desgastarse.
La gobernabilidad, en este marco, se sostiene sobre pilares frágiles: la imagen del presidente como outsider incorruptible, la expectativa de una futura estabilización y la aprobación de un segmento del mercado que celebra la ortodoxia fiscal. Pero esa base se erosiona día a día frente a la falta de consensos, el bloqueo legislativo y una calle que amenaza con volverse ingobernable.
La señal ambivalente a los mercados
Para el mundo financiero, el veto se lee en dos claves. La primera, positiva: Milei ratifica su disposición a pagar costos políticos con tal de mantener la disciplina fiscal. La segunda, riesgosa: sin gobernabilidad mínima, la implementación de reformas profundas puede quedar truncada, y con ello la credibilidad del programa económico.
El caso universitario, en definitiva, es un espejo de la coyuntura argentina: un país exhausto, con pobreza creciente y un tejido social frágil, frente a un presidente que apuesta todo a un plan técnicamente consistente pero socialmente corrosivo. La consistencia fiscal sin política puede ser celebrada en Wall Street, pero en Buenos Aires se traduce en aislamiento y conflictividad.
La pregunta, entonces, no es si Milei es capaz de sostener el déficit cero. La verdadera incógnita es si la Argentina puede sostener, políticamente, el costo social de ese experimento.
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