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La guerra no es contra el judío, el judío es una excusa. Es contra Occidente.

Por Maggie Urquiza

La guerra no es contra el judío, el judío es una excusa. Es contra Occidente.

Tras celebrar Rosh Hashaná y Yom Kippur, rabinos que históricamente han sido optimistas, dedicados a sembrar esperanza en las nuevas generaciones, a proyectar el futuro y a transmitir su legado, se muestran ahora abrumados, enojados y consternados ante lo que han denominado un “tsunami de desinformación”. En numerosos debates, quedaron descolocados por conceptos absurdos, como el término “judío nazi” que, ciertamente, desafían la lógica y la historia.

Las reflexiones del rabino se abocaron a cómo enfrentar la guerra comunicacional que hoy está perdida. Perdida por una sumatoria de variables sociales como: generación de jóvenes completamente a la deriva, sin propósitos claros, frustrados tanto personal, social como laboralmente. Una generación mentalmente débil que busca, a edad temprana o tardía, un motivo que justifique su paso por la Tierra. Este grupo tiene la necesidad imperiosa de perseguir causas, cualquiera sea, que les permita volcar todas sus frustraciones en un sólo target.

Sin embargo, el motivo de este avance anti-judio no es una cuestión meramente religiosa. Más bien, es un puente, una herramienta que se aprovecha para atacar los talones débiles de la sociedad y así avanzar en una conquista de poder sobre Occidente.

De la Guerra Fría al Choque Actual

Desde la Guerra Fría, donde la URSS y Occidente (liderado por EE. UU.) compitieron por influencia en el mundo árabe, pasando por la Guerra del Golfo (1991), la Guerra contra el Terror (2001 y 2003) y la Primavera Árabe, los movimientos que vemos hoy son un contraataque del mundo árabe contra Occidente para reconquistar todo el terreno arrebatado, tanto en lo económico como en lo político y social.

Europa, caracterizada y atravesada por la culpa social, fue un blanco fácil para el avance demográfico mediante la inmigración ilegal en masa. Estados Unidos, por su parte, con sus propios desequilibrios internos gestados en todos los frentes (políticos, económicos y sociales), fue también un blanco fácil para la manipulación en el plano social. La conjunción de factores a favor de un mundo árabe fue y es tal, que es una oportunidad histórica demasiado tentadora como para desaprovechar. Sobre todo cuando en el horizonte se divisa una victoria que reposiciona al mundo árabe como principal protagonista.

Objetivamente hablando, son pocos los países de Occidente que hoy el mundo árabe y Chino deberían derrotar para coronarse como nuevos líderes del siglo XXI: Israel, Argentina y Estados Unidos.

Para Europa y Oceanía, bastó con avanzar desde un aspecto demográfico, generando presiones políticas y sociales para manipular cualquier decisión política. El avance fue tal que el éxito del programa culminó con los líderes de cada país reconociendo el Estado Palestino. Una decisión que históricamente fue relegada, hoy es ponderada bajo fuerte presión interna, tanto política como social.

En lo que respecta a Rusia y China, si bien son aliados comerciales de países árabes, en momentos de guerras mundiales, Rusia generalmente tiende a volcarse a favor de Occidente, mientras que China puede favorecer al mundo árabe de forma indirecta.

En cuanto a Israel, éste no solo es el único país firmemente occidental en todo el hemisferio Este, sino que también es el único en una región de 57 países musulmanes, lo que en este contexto, lo convierte no solo en un país, sino en el bastión de los valores occidentales: democracia, liberalismo, innovación tecnológica. 

Tomar el aislamiento mediático a nivel mundial como un ataque sólo “por el hecho de ser judios”, es tener una visión muy simplista de la realidad global actual. El ataque forma parte de una estrategia integral para desarticular el mundo Occidental pieza por pieza, mundo el cual Israel forma parte.

Tomarlo como algo personal es un error.

Independientemente de la tragedia del 7 de Octubre, la respuesta defensiva de Israel no está en cuestionamiento en este artículo. No obstante, los invito a mirar más allá de una posición racional, lógica y emocional para analizar la situación actual desde otra óptica: La posición geográfica de Israel y su rol como aliado clave de Occidente lo convierten en un objetivo prioritario para quienes buscan desestabilizar el orden global liderado por Estados Unidos y sus aliados. La narrativa del “judío nazi” o las acusaciones descontextualizadas contra Israel no son meros errores históricos, son armas deliberadas en una guerra de percepciones, diseñadas para erosionar la legitimidad de Israel y, por extensión, de Occidente.

El avance del mundo árabe, apoyado en algunos casos por potencias como China, no se limita a lo demográfico o lo comunicacional. También se manifiesta en lo económico y tecnológico. Los países del Golfo, ricos en petróleo, han diversificado sus economías invirtiendo masivamente en tecnología, infraestructura y soft power global: desde la compra de medios de comunicación hasta el financiamiento de universidades occidentales. Esta influencia económica crea dependencias que debilitan la autonomía de decisión de los países occidentales, mientras que la narrativa antioccidental se amplifica en plataformas digitales, donde los algoritmos premian la polarización.

Captar Talento: La Hoja de Ruta de la Dependencia

Si bien estas potencias emergentes ya poseen capital y tecnología, enfrentan una escasez crítica de capital humano y conocimiento especializado para operar sus complejas aristas económicas. Por ello, en paralelo al avance demográfico, la estrategia para coronar su liderazgo global requiere captar talento occidental.

El objetivo es atraer profesionales para que se instalen y se desarrollen localmente, construyendo de manera "orgánica" el hub tecnológico necesario para tejer nuevos lazos de dependencia por parte de Occidente.

Para lograrlo, la oferta económica es inigualable: hoy, países como Qatar están atrayendo a empresas occidentales con la promesa de una propiedad extranjera del 100% y la repatriación total de ganancias dentro de sus zonas francas. Esta es una ventaja que casi ningún otro país puede ofrecer.

En este escenario, Argentina emerge como un caso peculiar. Su reciente alineación con valores occidentales, especialmente bajo liderazgos que defienden el libre mercado y una postura pro-Israel,la convierte en un objetivo inesperado. Sin embargo, su posición en el hemisferio sur, lejos del epicentro del conflicto, le otorga un rol simbólico y estratégico. Estados Unidos, por su parte, sigue siendo el pilar de Occidente pero sus divisiones internas (polarización política, crisis de confianza en las instituciones y una juventud desencantada) lo hacen vulnerable a la manipulación externa.

La guerra comunicacional no es solo un enfrentamiento de narrativas, sino una lucha por el liderazgo del futuro y la consolidación de nuevas potencias mundiales. Frente a un adversario que ya aprendió a explotar las debilidades internas de Occidente, la pregunta central no es, ni debe ser, “cómo responder a esta guerra de percepciones”, sino si Occidente aún conserva la voluntad y la visión para defender ni más ni menos que su único legado: la libertad.


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Maggie Urquiza

Maggie Urquiza

Mágali Urquiza estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como analista de biotecnología durante 11 años en RFT, Fingurú. Además, fue asesora para el desarrollo de terapia celular en Chile y fondos de Biotecnología en Boston y Cambridge. Mágali también fundó Leapcode Bio, una startup dedicada a la recolección de datos en pacientes neurológicos. En la actualidad, ocupa el cargo de Directora de la Unidad de Biotech en GB Consulting en Mendoza y, en sus momentos libres, contribuye como escritora para Biospace, una editorial estadounidense que se enfoca en empresas públicas de Bio.

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