Hace 1 mes - politica-y-sociedad

El país más joven del mundo está roto: vivir entre las ruinas, el caso de Sudan del Sur.

Por Uriel Manzo Diaz

El país más joven del mundo está roto: vivir entre las ruinas, el caso de Sudan del Sur.

La patria que nació cansada

Nadie esperaba que fuera fácil.
Pero nadie pensó que sería tan despiadado.

Cuando Sudán del Sur celebró su independencia en julio de 2011, la emoción desbordaba las calles de Juba, la capital improvisada de un nuevo país. Banderas hechas a mano, cánticos, lágrimas: el sur sudanés, después de décadas de guerras civiles, genocidios y desplazamientos, emergía como el país más joven del mundo.
Una página en blanco, decían. Un futuro por escribir.

Trece años después, la historia es otra.
Sudán del Sur está roto.
Roto por las ambiciones de líderes que olvidaron a su gente. Roto por el peso de las armas, el hambre, el miedo. Roto por un mundo que lo abandonó cuando dejó de ser noticia.

Esta no es una nota mas.
Es un intento, apenas, de mirar más allá del olvido.
De contar lo que pasa cuando un país entero envejece prematuramente, cuando la vida se convierte en mera resistencia, y cuando las promesas de la historia se estrellan contra el barro.

Cómo se llega a la ruina: historia breve de un fracaso anunciado

Sudán del Sur nació de una herida: la marginación y violencia sufridas a manos del norte sudanés, dominado por elites árabes musulmanas, mientras el sur, mayoritariamente cristiano y animista, era tratado como periferia de segunda clase.

El precio de esa independencia fue altísimo:

  • Dos guerras civiles brutales (1955-1972 y 1983-2005).

  • Millones de muertos.

  • Un sur devastado, sin infraestructura ni Estado real.

La independencia de 2011 no resolvió esos problemas.
Los trasladó, amplificados, a una nueva arena: la interna del propio sur.
Las divisiones étnicas —especialmente entre los Dinka y los Nuer—, que antes se escondían tras un enemigo común, emergieron con fuerza.
Y los líderes que prometieron construir una nación se atrincheraron en sus propios intereses, usando el poder como negocio y no como servicio.

En diciembre de 2013, apenas dos años después de la independencia, la guerra civil estalló.
No era una guerra de causas nobles. Era una guerra de traiciones, codicia y rencores.

El día a día en el país que no despega

Vivir en Sudán del Sur es como caminar sobre un campo minado sin final.
La rutina se construye entre incertidumbres: ¿Habrá comida mañana? ¿Será seguro ir al supermercado? ¿Podré encontrar agua potable?

  • Más de 9 millones de personas —el 75% de la población— necesitan asistencia humanitaria.

  • Cerca de 2,3 millones viven como refugiados en países vecinos.

  • Otros 2 millones son desplazados internos, sin hogar ni medios de subsistencia.

El hambre no es solo un fenómeno estacional. Es un estado permanente.
La violencia no es solo un riesgo eventual. Es una condición estructural.

Cuando el olvido mata más que las balas

Sudán del Sur no tiene la visibilidad mediática de otras crisis.
No hay grandes campañas internacionales. No hay cumbres urgentes ni movilizaciones masivas en redes sociales.

El mundo se cansó de Sudán del Sur porque es una tragedia larga, sin explosiones dramáticas, sin cambios rápidos.
Es una tragedia lenta, de cuerpos que se apagan como velas en medio de la oscuridad.

  • Menos fondos humanitarios.

  • Menos presión política.

  • Menos incentivos para la paz.

El resultado es que la vida en Sudán del Sur se ha vuelto residual, como si valiera menos que la vida en otras partes del mundo.

 Mujeres: las columnas que aún sostienen lo que queda

Mientras los hombres guerrean, muchas mujeres sudanesas sostienen la vida con sus manos.
Bajo el peso de la violencia, la pobreza y la desesperanza, las mujeres de Sudán del Sur son resistencia viva.

  • En campos de desplazados, organizan redes de cuidado comunitario.

  • Enseñan a los niños en aulas improvisadas hechas de ramas y lonas.

  • Mantienen pequeñas huertas para alimentar a decenas de personas.

Son historias mínimas, invisibles, pero heroicas.
Porque aquí, en el país más joven del mundo, ser mujer significa pelear cada día contra la extinción de la esperanza.

La vida suspendida: una reflexión sobre la existencia bajo la guerra

¿Qué es vivir cuando todo está roto?
¿Qué sentido tiene construir sueños en un país que no puede garantizar un futuro, unn¿ mañana?

En Sudán del Sur, la vida no sigue líneas normales. No hay proyectos a largo plazo. No hay certezas.
La vida se reduce a hoy: comer hoy, beber hoy, protegerse hoy.

Y sin embargo, aun allí, en medio del barro, el hambre y las armas, la gente ríe cuando puede.
Los niños juegan con pelotas hechas de trapos. Las mujeres cantan canciones de sus pueblos.
La vida insiste, aunque no tenga razones para hacerlo.

¿Qué nos dice esto a nosotros, que vivimos en sociedades de certezas?
Que la vida no es una promesa garantizada.
Que la dignidad humana no depende de la estabilidad económica o la seguridad política.
Que incluso en las ruinas, el ser humano busca, de alguna manera, seguir siendo humano.

¿Existe un mañana para Sudán del Sur?

La pregunta no es retórica.
Con elecciones programadas —otra vez postergadas—, con acuerdos de paz que se incumplen como rutina, con una economía dependiente del petróleo y un Estado frágil, el futuro de Sudán del Sur pende de un hilo.

Algunos factores que definirán el destino del país:

  • Integración real de grupos armados al proceso político.

  • Inversión internacional sostenida en infraestructura y educación.

  • Reconciliación étnica profunda, que no se logre sólo en papeles sino en la práctica diaria.

  • Compromiso político verdadero de las elites sudanesas, más allá del reparto de poder.

Hoy parece utópico. Pero pensar en Sudán del Sur solo como una tragedia sin remedio sería cometer el mismo error que el mundo ha cometido tantas veces: el error de resignarse.

El derecho a la esperanza

Sudán del Sur no es solo un Estado fallido.
Es un espejo incómodo: nos muestra lo que pasa cuando la política olvida su función más básica —proteger y dar sentido a la vida de las personas—.

No es demasiado tarde. No debería serlo.
Cada niño que juega entre el barro, cada mujer que cultiva una pequeña parcela de tierra, cada joven que todavía sueña con estudiar, es una prueba de que el país más joven del mundo no ha muerto todavía.

Está roto.
Sí.
Pero mientras haya quienes resistan, mientras haya quien se niegue a caer, Sudán del Sur todavía tiene derecho a su esperanza.

¿Deseas validar esta nota?

Al Validar estás certificando que lo publicado es información correcta, ayudándonos a luchar contra la desinformación.

Validado por 0 usuarios
Uriel Manzo Diaz

Uriel Manzo Diaz

Hola! Mi nombre es Uriel Manzo Diaz,
actualmente, estoy en proceso de profundizar mis conocimientos en relaciones internacionales y ciencias políticas, y planeo comenzar mis estudios en estos campos en 2026. Soy un apasionado por la política, la educación, la cultura, los libros y los temas internacionales.



LinkedinInstagram

Vistas totales: 15

Comentarios

¿Te Podemos ayudar?