En la política internacional no existe la amistad: existe la utilidad. Y lo que está saliendo a la luz con el tironeo entre Trump y Milei es justamente eso. El supuesto “apoyo incondicional” de Estados Unidos era, en realidad, un contrato tácito donde el precio era altísimo: cortar lazos estratégicos con China, alinearse sin reservas al juego de Washington y reordenar la política interna argentina al gusto de la superpotencia.
Hoy ese acuerdo está haciendo ruido. Muy fuerte. Y el enojo de Trump no surge por capricho personal, sino porque Milei habría desobedecido la cláusula más importante: tomar distancia total del gigante asiático. Para los yanquis, China no es un socio: es el enemigo sistémico que amenaza su hegemonía económica y militar. Cuando Argentina coquetea con los chinos, aunque sea para cuestiones comerciales básicas, eso en Washington se lee como deslealtad.
Y ahí está el punto: la presión de Estados Unidos no es simbólica. Es real. Es concreta. Se mide en créditos, préstamos, apoyo financiero y gestos diplomáticos que se entregan o se retiran según la obediencia del receptor. Y Milei, que en los discursos se vende como paladín de la libertad, termina atrapado en el peor lugar: depender de la billetera ajena sin poder fijar sus propias reglas.
La falsa épica de la “alianza natural”
El relato de la “alianza ideológica” entre Trump y Milei funcionó mientras las cámaras estaban prendidas: libertad, capitalismo heroico, lucha contra el socialismo imaginario. Pero detrás de esa escenografía hay intereses duros: rutas marítimas, energía, litio, bases militares, contratos tecnológicos y veto a cualquier acercamiento chino.
Si el presidente argentino no cumple esas condiciones, no hay glamour libertario que lo salve. Los yanquis no se casan con nadie. Y mucho menos con un país periférico que depende de créditos para sobrevivir. Lo que para Milei es “libertad”, para Estados Unidos es control geopolítico.
China: la excusa o el problema real
El vínculo con China no es una cuestión ideológica: es una necesidad. Argentina exporta alimentos, necesita inversión en infraestructura y depende de mercados que compren lo que producimos. China cumple esos tres roles. En cambio, Estados Unidos ofrece apoyo financiero condicionado y un rol subordinado en su tablero geopolítico.
Cuando Milei intenta jugar en ambos frentes, queda atrapado. Porque el mundo actual no permite neutralidades cómodas: o jugás con una potencia o con la otra. Y si elegís a Estados Unidos, China te cierra puertas. Si elegís a China, Estados Unidos te corta la luz financiera. Ése es el nivel del dilema.
La verdadera discusión: soberanía o dependencia
Este choque entre Milei y Trump expone algo que los gobiernos argentinos suelen maquillarse para no enfrentar:
no existe soberanía si tu economía depende de fondos externos, del visto bueno del Tesoro yanqui, o del humor de una Casa Blanca que cambia cada cuatro años.
Un país soberano negocia.
Un país dependiente obedece.
Y Argentina, lamentablemente, hace demasiado que vive en el segundo renglón.
Milei puede vociferar sobre la libertad todo lo que quiera, pero si necesita financiamiento externo para sostener su programa económico, inevitablemente queda bajo la tutela de quien presta la plata. Y en este caso, quien pone la plata exige que se rompa con China, que se acomode el gabinete, que se ordene el país según las prioridades estratégicas de Washington.
Eso no es alianza.
Eso no es amistad.
Eso es subordinación.
El desenlace: ¿romper con China o desafiar al imperio?
Si Milei decide mantener vínculos con China, el apoyo económico y político de Estados Unidos podría evaporarse. Si decide cortar con China para satisfacer a Trump, Argentina perdería uno de sus socios comerciales más importantes y quedaría atada a una relación desigual con Washington.
No hay salida fácil.
No hay neutralidad posible.
Pero sí hay algo claro: la política exterior no puede basarse en fanatismos ideológicos, sino en intereses nacionales. Y hasta ahora, el gobierno argentino parece más preocupado por satisfacer a las potencias que por defender su propio destino.


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