Hace tiempo que en nuestro país se comparte la sensación de que todo (absolutamente todo) es posible… y la mayoría de las veces, no en un buen sentido. No es ninguna novedad que Argentina atraviesa no solo un cambio de gobierno, sino también de época, marcada por discursos violentos, algunos de ellos ajenos a la idiosincrasia argentina, es decir, a nuestra manera de ser y de conducirnos como sociedad.
Aunque existe un consenso generalizado de que el estado actual de la política facilita una gran variedad de expresiones violentas, algunas de éstas no son producto de nuestros propios problemas como país, sino que forman parte de una subcultura extranjera que, poco a poco, se anima a dar sus primeros pasos para generar miedo en lugares que antes eran seguros. Lo que ocurrió este último fin de semana, cuando las autoridades de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires cancelaron una fiesta estudiantil por una amenaza proveniente de un grupo de estudiantes libertarios autodenominados “incels", va en esa dirección: en Argentina pueden pasar muchas cosas, pero este tipo de violencia al estilo “yankee”, importada junto con conceptos y costumbres ajenas, no… al menos hasta ahora.
Los incels (abreviación de involuntary celibates en inglés) son personas, generalmente hombres, que se autodenominan como célibes involuntarios. Es decir, personas que desean tener relaciones románticas o sexuales, pero no logran establecerlas, culpando a la sociedad y, principalmente, a las mujeres por su celibato no deseado. "Voy a ir a la fiesta de Exactas con una escopeta. Esto no es un chiste. Tengo una escopeta y la voy a usar en la fiesta de Exactas. Vayan si tienen huevos". La amenaza, que afortunadamente quedó solo en una declaración virtual, es material suficiente para preguntarse qué hace que un joven quiera llevar un arma a una reunión festiva y masacrar a sus compañeros por motivos partidarios, ideológicos o de género.
Una primera aproximación al fenómeno sugiere que este es uno más de los discursos de odio que actualmente buscan una revancha frente a las expresiones y políticas feministas de los últimos años. Sin embargo, resulta sorprendente, y hasta irrisorio, descubrir que el término "incel" nació, nada más y nada menos, de una mujer canadiense que en 1997 lanzó un sitio web llamado Alana's Involuntary Celibacy Project (o en español, Proyecto de Célibes Involuntarios de Alana). Este espacio tenía como objetivo incluir y apoyar a personas de cualquier género que experimentaran soledad y dificultades para encontrar pareja, algo que curiosamente se asemeja a las comunidades que, hoy en día, más de dos décadas después, se han formado alrededor de la gran oferta de psicólogos y gurús del amor en redes sociales, quienes ofrecen guías emocionales y espacios interactivos para reflexionar sobre las relaciones y el amor en el siglo XXI. Quizás esta mujer ya anticipó lo que vendría, quizás “la vió” venir… o tal vez, a pesar de nuestra tendencia a buscar el autoaislamiento como forma de supervivencia, aún necesitamos formar comunidades, incluso si estas incluyen expresiones individualistas en su interior.
Lo cierto es que, con el tiempo, lo que comenzó como un espacio comunitario de apoyo se transformó en una serie de grupos virtuales, donde proliferó un discurso abiertamente violento hacia las mujeres y el orden social resultante de políticas y nuevas narrativas de igualdad de género. Es ciertamente notable que un grupo, iniciado como un espacio de contención y solidaridad, haya migrado tan rápidamente hacia una postura de frustración que justifica y promueve la violencia extrema como una forma de justicia (¿o venganza?) para los oprimidos del nuevo orden, es decir, los fracasados del sistema. La impotencia, en todo el sentido de la palabra, parece explicar por qué un joven libertario de veintitantos años no tiene un mejor plan para el fin de semana que fantasear con la muerte de sus compañeros, en quienes identifica la causa de todos sus males.
La subcultura incel, de alcance global, utiliza como plataforma de difusión a los partidos de derecha y a espacios institucionalizados de carácter anarcocapitalista, también conocidos como la corriente del libertarianismo en Argentina. Sin embargo, a pesar de identificarse con dichos espacios, los incels no reivindican los valores de la meritocracia ni el papel activo del hombre en la búsqueda de sus triunfos personales, especialmente cuando se trata de explicar por qué no tienen éxito con las mujeres (o en general). Para ellos, su celibato es el resultado de la “hipergamia” social, una teoría que sugiere, por un lado, que las mujeres tienen elecciones superficiales con respecto a sus potenciales parejas y, por el otro, que siempre buscan parejas de un estatus superior, tanto en términos económicos, educacionales, culturales y sociales, dejando así a los hombres "promedio" o "inferiores" (es decir, ellos mismos) sin opciones románticas o sexuales.
Al considerar esta realidad como inmodificable, estos hombres no sólo adoptan una postura de inacción, sino que, además, se autoproclaman como víctimas del sistema, lo que progresivamente puede derivar en violencia contra el objeto de su deseo. Pero, incluso aceptando que esta teoría tenga algún fundamento sólido y que no derive en una simplificación y estereotipificación de las dinámicas complejas de las relaciones humanas, bajo los principios del libertarianismo no se podría culpar a las mujeres ni por elegir libremente con quién desean estar, ni por seleccionar al “mejor hombre” dentro de las lógicas de oferta y demanda en el mercado de las relaciones sexoafectivas. En todo caso, si para los incels la hipergamia conduce a una especie de división sociológica de “clases de hombres”, donde, por un lado, se encuentran los hombres exitosos y, por otro, los socialmente marginados, debería ser solo una cuestión esfuerzo personal que estos varones se vuelvan más deseados para ser elegidos, dentro de un marco competitivo, por las mujeres que tanto desean (y a las que tanto odian por no poder poseer). O, en palabras de nuestro presidente liberal-libertario: “conmigo van a tener que competir: van a tener que servir al prójimo con bienes de mejor calidad a mejor precio… o irán a la quiebra” (... o irán al celibato).
A medida que estos discursos comienzan a ganar terreno, alimentados por una gran frustración y deterioro de los lazos sociales, se vuelve crucial reflexionar sobre cómo es posible que esta nueva ola de violencia, con repetitivos guiños hacia el terrorismo doméstico, haya surgido desde corrientes ideológicas que, paradójicamente, promueven principios de no agresión, o que, curiosamente, iniciaron como espacios de contención y solidaridad de diferentes modos de vida y sentires. Quizás sería conveniente recordar la postura del teórico más influyente del liberalismo con respecto a los efectos del rencor, celos y resentimiento, no sólo en la esfera privada del hombre (o las relaciones económicas), sino en el ámbito público: “la envidia es el deseo de rebajar a nuestros competidores por el simple hecho de verlos degradados” (Smith, A. 1759/2009)... si lo dice el padre del liberalismo, debe ser cierto.
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