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Juventud y Política: Entre la Apatía y la Oportunidad de Construir Ciudadanía

Por Alvarez Romero Juan Ignacio

Juventud y Política: Entre la Apatía y la Oportunidad de Construir Ciudadanía

¿Puede sostenerse una democracia donde los ciudadanos perdieron la esperanza en sus instituciones?.

Esta pregunta, que nació en el marco de un proceso de selección para una beca, todavía me sigue resonando. Porque, más allá de ser un disparador, toca una fibra sensible de las democracias latinoamericanas: la creciente apatía -o, como algunos la denominan, descreimiento- frente a la política y su instituciones.

La discusión sobre la apatía política no es nueva en la Argentina. De hecho, a comienzos del siglo XX, la Ley Sáenz Peña (1912) estableció el voto secreto, universal y obligatorio con el objetivo de combatir la indiferencia ciudadana que ponía en riesgo la legitimidad del sistema. Es decir, la apatía política ya era percibida entonces como una amenaza concreta a la democracia. Más de un siglo después, nos encontramos frente a un fenómeno similar, aunque bajo formas distintas: la participación se debilita, no por falta de interés total en la política, sino por la sensación de que las instituciones no cumplen sus promesas.

Un estudio reciente de Chequeado reveló que la participación en los comicios provinciales argentinos cayó 19 puntos respecto del promedio histórico. En la provincia de Santa Fe, por ejemplo, solo el 52% del padrón acudió a votar en las últimas elecciones.
Estas cifras reflejan claramente un problema estructural: la distancia cada vez mayor entre ciudadanía y política institucional.

Sin embargo, reducir el fenómeno a "apatía" quizá no sea del todo exacto. Durante mi participación en una beca, varios jóvenes sostuvieron que lo que existe no es apatía política, sino descreimiento.

En otras palabras, los ciudadanos no han dejado de interesarse por los asuntos públicos; lo que ocurre es que han perdido la esperanza en que sus instituciones puedan resolverlos.
La diferencia es crucial: la apatía supone indiferencia, mientras que el descreimiento es una desilusión activa.

Quien descree, alguna vez creyó. Y esa perdida de fe es tal vez más peligrosa que la indiferencia, porque implica frustración y distancia emocional frente al sistema democrático.

Este fenómeno no es exclusivo de Argentina. En Perú, durante un conservatorio con jóvenes reciente, surgió una pregunta que sintetiza este estado de animo: "¿Cómo mantenemos viva la esperanza cuando las instituciones nos fallan?".

Se trata de un interrogante que trasciende fronteras, porque expresa el desafío de sostener la confianza ciudadana en contextos donde los mecanismos tradicionales de representación parecen agotados.

Ahora bien, si la crisis es de confianza, ¿cómo se reconstruye?

Una posible respuesta está en la participación ciudadana más allá de las urnas. Los jóvenes, en particular, han encontrado en el activismo social, el voluntariado y los espacios comunitarios formas de incidencia que rebasan a la política tradicional.

Esta tendencia demuestra que no se trata de un rechazo absoluto a la política, sino de una búsqueda de nuevas vías para transformar la realidad.

La democracia, sin embargo, necesita algo más que votos y participación ocasional. Necesita esperanza.

Una democracia sin esperanza es un edificio vacío: puede mantenerse en pie formalmente, pero pierde su esencia vital.

Aquí aparece el gran desafío de nuestra época: repensar los vínculos entre instituciones y ciudadanía, no solo en términos de eficiencia, sino también de legitimidad y confianza.

En mi caso, la participación no fue un concepto abstracto, sino un camino real: A lo largo de mi recorrido, tuve el privilegio de integrar espacios estudiantiles, participar en programas como el Parlamento Juvenil del MERCOSUR, Parlamento Municipal Juvenil o la beca "Youth 4 Democracy". Programas que fomentan la democracia desde la voz de los jóvenes.

Esto, no solo me abrió puertas al conocimiento, sino que también me permitió comprender la importancia de transformar la participación juvenil en una práctica sostenida y con impacto.

Todas estas experiencias me demostraron que, aun en medio de la apatía, siempre hay oportunidades para construir ciudadanía.

Pero..¿Es posible revertir el descreimiento?

La historia demuestra que sí.

Así como en el siglo pasado el voto obligatorio ayudó a enfrentar la apatía ciudadana, hoy el desafío es construir instituciones creíbles, transparentes y cercanas.

Una democracia solo se sostiene cuando las personas sienten que vale la pena participar y creer en ella. Y esa credibilidad empieza en lo cotidiano: un ministro de educación que trabaja a media cuadra de un colegio debería, al menos, pisarlo.

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Alvarez Romero Juan Ignacio

Alvarez Romero Juan Ignacio

Soy Juan, actualmente curso primer año de la carrera de abogacía en la Universidad Nacional de La Rioja. Tengo 18 años y soy de la provincia de La Rioja.

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