Miramos a nuestro alrededor, nos miramos a nosotros, miramos a nuestras mascotas, a la paloma a través de la ventana. Las formas de vida actuales son el resultado de innumerables combinaciones genéticas, surgidas al azar a lo largo de millones de años. La selección natural, al favorecer las más ventajosas, modeló los organismos que vemos hoy en día.
Eso lo sabemos, desde aquella clase del secundario donde la profe nos enseñó las teorías de Darwin. Pero yendo más allá, metiéndonos en las profundidades, buscando los hilos que movieron la evolución, el cómo y el por qué, si indagamos lo suficiente descubriremos que todos estos cambios fueron producto de mutaciones, entre ellas las duplicaciones de genes y su supervivencia en el genoma.
¿Pero cómo funciona todo esto? Los primeros organismos que habitaron la Tierra no fueron como los que conocemos, eran organismos unicelulares que surgieron a partir de las condiciones extremas de la antigua Tierra, plagada de tormentas eléctricas, con baja concentración de oxígeno, alta temperatura y una atmósfera rica en metano e hidrógeno. Fueron estas condiciones extremas las que dieron el primer escenario a la evolución.
La duplicación de genes fue uno de los tantos mecanismos por los cuales los primeros organismos obtuvieron variantes génicas. Fueron muchas las fuentes de variabilidad, como las mutaciones espontáneas, que introducían cambios puntuales en el ADN. La reorganización de estos segmentos mutados permitió distintas combinaciones que luego podían ser heredadas a la descendencia. Dentro de la duplicación, un gen duplicado representaba una de las tantas materias primas de la evolución y lo hacía de tres posibles formas:
En primer lugar podría ocurrir una evolución concentrada, donde el gen duplicado y el original mantenían sus similitudes en el genoma asegurando que no se perdiera ninguna información importante del genoma primitivo. Podía ocurrir también que una de estas nuevas copias perdiera su función al acumular mutaciones a lo largo del tiempo, proceso llamado pseudoganización, que permitió la acumulación de variantes en el genoma. Por último, otro destino del gen duplicado podía ser la adquisición de una nueva función distinta a la original, lo que provoca que el genoma pudiera complejizarse poco a poco, este proceso se conoció como neofuncionalización.
El conjunto de estos procesos acompañados de la fuerte mano de la selección natural tallaron el arduo camino de la evolución, donde solo los más adaptados dejaron su linaje en la historia permitiéndonos disfrutar de la enorme variedad de organismos que habitan la Tierra, incluidos nosotros. Somos todos parte de un proceso común, de una carrera evolutiva plagada de obstáculos. Somos la evidencia de que la vida se abre camino donde sea y como sea, de manera eterna. La evolución sigue, y para todos. Por eso, ¿Cómo será la humanidad del futuro?
Por Lu Ronner, alumna de la Lic. en Biotecnología de UADE
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