Desde el año 2008 el bitcoin, la criptomoneda más conocida y difundida del mundo, ha generado adeptos y detractores. En ambos extremos con planteos tan fundamentalistas como que se trata de la mejor alternativa de inversión, pues su valor superaría el millón de dólares por unidad, mientras que por el otro que se trata de un esquema fraudulento y sin fundamentos proyectando un valor a futuro de cero.
Es curioso que quienes sostienen posturas tan opuestas sean, en muchos casos, avezados analistas e inversores del mundo de las finanzas que administran patrimonios y carteras de varios billones de dólares.
Analizando cuales son los principales argumentos que esgrimen cada parte observamos que por el lado de los anti bitcoin se destacan:
- que no tiene ningún respaldo,
- que no producen nada,
- que cumple con todas los preceptos de la teoría de los más tontos.
Tal vez, en este último punto podemos resumir todas las posturas.
En finanzas la teoría del más tonto plantea que, en ocasiones, las personas hacen malas inversiones, por ejemplo comprando un activo sobrevaluado, a la espera de que otro inversor piense que pueda valer más. Bill Gates ha recurrido en varias ocasiones a esta explicación al referirse a las criptomonedas.
Por el otro lado, los fanáticos del bitcoin sostienen,
- que frente a un mundo en el que los bancos centrales de los países emiten discrecionalmente sus monedas nada puede asegurar que la oferta de dinero mantenga una correcta relación con la demanda del mismo, en pocas palabras, que el dinero soberano mantenga su poder adquisitivo en el tiempo.
- que bitcoin resuelve esta circunstancia, incontrolable por los inversores pues su lógica de emisión está preestablecida, en consecuencia jamás podrían existir más unidades que las previstas, en este caso 21 millones.
- que cualquiera puede ser autoridad de registro, es decir que con solo correr un programa en un procesador, podemos convertirnos en mineros, es decir en emisores y verificadores de las operaciones que se realizan en esta criptomoneda.
Si lo viéramos desde un punto de vista absolutamente abstracto, es decir en un laboratorio de economía, bitcoin cumpliría con lo que cualquier unidad de cuenta o reserva de valor podría pretender, es decir previsibilidad en su emisión. Si a eso se agrega la aceptación por parte de compradores y vendedores, el futuro estaría asegurado.
Sin embargo, existen otros factores, tal vez más importantes, a tener en cuenta que son las cuestiones geopolíticas y de soberanía, particularmente de la monetaria.
Sin dudas desde un punto de vista fáctico uno de los principales estandartes que tiene una nación se encuentra en el valor de su dinero, la estabilidad en su paridad con las monedas más utilizadas del mundo y la demanda local e internacional que genera. Banderas, escarapelas, himnos o desfiles conmemorativos conservan un valor simbólico, sin embargo, a la hora de demostrar nuestro compromiso con un Estado la primera variable que deberíamos tener en cuenta es la aceptación por parte de sus habitantes de su propia moneda.
Ningún país que tenga su propia moneda soberana perdería o compartiría ese atributo con cualquier otra cosa que le compita, más aún si ésta es aceptada por la comunidad.
La pandemia, el halving, la inflación internacional y la invasión de Ucrania.
En los últimos tres años cuatro sucesos se han combinado para darle el tan ansiado impulso al bitcoin. Hechos de semejante impacto que de haberse cumplido los pronósticos de los más fundamentalistas de la criptomoneda hubieran carecido de imaginación para conjugarlos en el más deseado de sus sueños.
Por un lado, la pandemia que multiplicó al comercio online y a las ventas transnacionales. Los sistemas de procesamientos de pagos, los regímenes tributarios de los distintos países y las regulaciones bancarias, presentaron un escenario ideal para que audaces comerciantes se acercaran a los medios de pagos cripto para sortear las limitaciones que plantean los antiguos modelos.
El halving del bitcoin, que es una variable del programo de minería de la criptomoneda, redujo la velocidad de emisión de esta serie finita de códigos a la mitad, es decir que se necesitaría el doble de recursos, capacidad de procesamiento y energía para seguir generando la misma cantidad de unidades.
Todo esto en un contexto en el que la expansión monetaria descomunal que hubo durante los años de la pandemia, cuando la mayoría de los principales países del mundo impulsaron el consumo con subsidios e incentivos fiscales, llega para cobrar el costo de semejante desajuste técnico entre producto bruto y circulante. Actualmente el mundo se debate entre inflación y estanflación, poco se habla de crecimiento y mucho de pérdida de poder de compra del dinero.
Y como si todo esto fuera poco, la invasión de Rusia a Ucrania. Las sanciones internacionales durísimas, en términos de economía y finanzas, congelando fondos del país, sus principales empresas públicas y privadas y retirándolos del sistema de transferencias internacionales, entre otras tantas hicieron de las monedas armas de guerra.
En síntesis, oportunidades comerciales y de mercado internacional, incentivos algorítmicos previstos por el software del bitcoin, inflación en las principales monedas del mundo y la utilización de los sistemas de pagos intencionales como armas de guerra daban el marco ideal para que cualquier cosa que pudiera resolver funcionalidad para las transacciones, aceptación por parte de la comunidad internacional, reglas claras de emisión que vuelvan previsible su valor a futuro e independencia en la autoridad de registro y gobernanza sería el producto del siglo o más el de la nueva era.
Y ¿qué está pasando?
La caída en el valor del bitcoin durante los últimos meses han puesto en dudas los fundamentales de quienes más lo apoyan.
El bitcoin, a pesar de cumplir con todas las leyes lógicas de la economía de mercado, escasez, previsibilidad en cuanto a su cantidad total, liquidez, seguridad en su almacenamiento y transferencia y alcance global, no ha convencido, al menos por ahora, para que convierta en una alternativa anticíclica, es decir que frente a procesos inflacionarios sirva de protección para quienes conservar su poder de compra al menos.
Todo lo contrario, hasta ahora ha seguido la suerte de los mercados tradicionales acompañando subas y bajas de las acciones de la bolsa americana, incluso acentuando las caídas frente a las otras alternativas más tradicionales.
Con sus catorce años el bitcoin ha vuelto ricos a decenas de miles de jóvenes y pobres a cientos de miles de adultos y mayores. Por ahora el mundo sigue apostando al dólar que a pesar de ser el principal responsable de los avatares de las finanzas internacionales sigue concentrando la confianza de la mayoría de los inversores del mundo que lo consideran reserva de valor y refugio.
Tal vez este sea el verdadero desafío, algo que todavía no esta ocurriendo.
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