A lo largo de la historia, se ha sostenido que las sociedades toman decisiones en base a razonamientos lógicos y racionales. Tanto Max Weber como Émile Durkheim argumentaban que la acción de los individuos era cada vez más racional, relegando las emociones, los valores, la fantasía y la religión a esferas personales o espirituales. Durante mucho tiempo, las emociones han ocupado un rol secundario en las ciencias sociales, considerándose desviaciones de la acción racional. Sin embargo, a mediados del siglo XX, la teoría social comenzó a reevaluar la importancia de lo afectivo en la vida social, generando un renovado interés en la relación entre emociones y política.
En la actualidad, la política está profundamente marcada por la pasión y la irracionalidad. La neurociencia sugiere que el 98% del pensamiento humano es inconsciente, lo que resalta el papel central de las emociones en la toma de decisiones. En su artículo para el libro "Emotions in Politics and Campaigning" de la Asociación Europea de Consultores Políticos, George Lakoff enfatiza que las emociones influyen en cómo procesamos la información política, ya que están intrínsecamente ligadas a nuestros valores e identidad. Al momento de votar, las personas no eligen en función de sus intereses materiales, sino en base a su identidad y a quienes perciben como afines (Haime, H. 2013, p. 30). La política involucra temas fundamentales para la identidad individual y colectiva, tales como la justicia, la igualdad y la pertenencia, lo que refuerza el impacto emocional en las decisiones políticas.
Los electores del siglo XXI han experimentado un cambio radical en su percepción de la política. Ya no se identifican necesariamente con las divisiones ideológicas tradicionales de izquierda y derecha, y muchos consideran la política como una actividad "sospechosa" y desvinculada de valores altruistas. En contraste con generaciones anteriores que veían la política como un espacio para la solidaridad y la lucha por ideales, los nuevos electores tienden a percibirla como una vía para la obtención de beneficios personales. Este cambio se explica, en parte, por el contexto en el que crecieron: una era de crisis ideológica que debilitó el comunismo, el machismo, el racismo y otra serie de mitos y valores que fueron determinantes en el pasado. Además, el impacto de la tecnología ha sido crucial, ya que los jóvenes actuales han incorporado el mundo digital como parte fundamental de su vida cotidiana, modificando su relación con la información y la política.
Si la política ha cambiado debido a la transformación de los electores y sus valores, cabe preguntarse cómo puede modernizarse para captar el interés de esta nueva sociedad. Aunque responder esta pregunta en su totalidad es un desafío, un aspecto clave de la solución radica en el papel de las redes sociales en la participación política.
Los nuevos electores mantienen una relación estrecha con la tecnología y las redes sociales, utilizándolas para informarse, debatir y conectar con otros votantes. Plataformas como Facebook, Twitter, Instagram y YouTube se han convertido en herramientas centrales para la discusión política, permitiendo la difusión de información y la formación de comunidades políticas en línea. La neurociencia también ha aportado a la comprensión de cómo las redes sociales moldean la opinión política. Marco Iacoboni (2009) en su libro; "Mirroring People: The Science of Empathy and How We Connect with Others", sostiene que las actitudes políticas se configuran en gran parte a través de la afinidad con otros individuos que comparten valores e ideas similares sobre la organización de la sociedad. Este fenómeno puede relacionarse con el concepto de "activación en cascada", que describe el proceso mediante el cual los usuarios amplifican contenidos con los que están de acuerdo, generando un efecto de refuerzo dentro de sus comunidades digitales (Gatica Mancilla, 2021, p. 16).
A pesar de que las redes sociales han democratizado el acceso a la información política, también presentan desafíos significativos. Si bien estas plataformas permiten la expresión de opiniones diversas, también pueden generar polarización, desinformación y discursos de odio. El anonimato y la falta de interacción física facilitan la difusión de mensajes agresivos y la deshumanización del adversario político. Como señala Gustave Le Bon en; "La Psicología de las Masas", la dinámica de los grupos puede llevar a la desaparición de la personalidad consciente y al predominio de reacciones emocionales e impulsivas. En este contexto, controlar las emociones y fomentar el debate racional en redes sociales representa un desafío considerable.
A modo de conclusión, el surgimiento de los nuevos electores, la influencia de la neurociencia en la política y el impacto de las redes sociales han transformado el escenario político contemporáneo. La transición de una política basada en la racionalidad a una política centrada en la emoción y la identidad exige nuevas estrategias de comunicación y participación. Si bien las redes sociales ofrecen oportunidades únicas para conectar con los electores y movilizar la opinión pública, también es necesario desarrollar mecanismos para mitigar la polarización y fomentar un debate político más informado y constructivo.
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