Intervención inédita del Tesoro de EE.UU. en Argentina
Por primera vez en la historia, el Tesoro de Estados Unidos intervino directamente en el mercado cambiario argentino, mediante una operación inédita de rescate financiero. El jueves 10 de octubre, a través de tres bancos internacionales –Santander, Citibank y JP Morgan–, Washington vendió dólares y compró pesos en la plaza local, marcando el inicio formal de un paquete de auxilio acordado con el gobierno de Javier Milei por US$20.000 millones. Este esquema de “swap” de divisas se instrumentó con recursos del Fondo de Estabilización Cambiaria de EE.UU.: el Tesoro de Scott Bessent convirtió DEG (Derechos Especiales de Giro) en la Reserva Federal por dólares, transfiriéndolos luego a cuentas de estos bancos para canalizarlos hacia sus filiales en Argentina y adquirir pesos –una maniobra sin antecedentes, según exfuncionarios del Banco Central. Finalmente, Estados Unidos compró directamente pesos argentinos y formalizó una línea de intercambio de monedas por US$20.000 millones con el Banco Central, un movimiento inusual con el objetivo declarado de estabilizar los turbulentos mercados financieros argentinos.
El efecto inicial de esta inyección externa fue alentador pero efímero. La intervención sorpresa trajo algo de calma: los bonos y acciones locales repuntaron hasta un 10%, y el tipo de cambio oficial retrocedió levemente (cerró ese día en $1.420, por debajo de $1.430 del día anterior). El propio presidente Milei celebró el acuerdo, agradeciendo al secretario Bessent y al presidente Trump por su “firme apoyo”, mientras su ministro Luis Caputo llegó a afirmar que fue “el día en que Argentina volvió a recuperar credibilidad internacional”. Sin embargo, la realidad se encargaría de poner en duda ese optimismo oficial en los días posteriores.
Mercado en llamas antes de las elecciones
La intervención estadounidense buscaba frenar una escalada cambiaria alimentada por la incertidumbre política y económica en la antesala de las elecciones legislativas de fin de mes. Pese a las ventas de dólares impulsadas por el Tesoro de EE.UU. en el mercado oficial, el peso argentino siguió bajo intensa presión: el dólar mayorista subió 3,4% el viernes 17 de octubre y las cotizaciones paralelas treparon hasta 5%, reflejo de las persistentes dolarizaciones de carteras por parte de ahorristas e inversores que buscan refugio ante la elección inminente. Operadores confirmaron que el Tesoro norteamericano volvió a comprar pesos ese miércoles, jueves y viernes, pero la intervención no fue suficiente para descomprimir la presión –los dólares financieros (contado con liquidación, MEP) cerraron por encima de 1.500 pesos, marcando nuevos máximos históricos.
La tensión cambiaria se hizo evidente en la plaza: durante buena parte de esas jornadas prácticamente no hubo oferta de dólares privados, lo que obligó a intervenciones oficiales de último minuto para evitar un descontrol mayor. “En los minutos finales apareció el Tesoro vendiendo, lo que permitió barrer posiciones compradoras y marcar un cierre mayorista en $1.450…”, describió un operador, señalando cómo la mano extranjera logró apenas contener la corrida ese día. Aun así, el sentimiento dolarizador dominó: “La intervención de Bessent ya no sirve para paliar el ánimo dolarizador del mercado”, admitió un analista financiero, advirtiendo que el apetito por dolarizarse superó incluso los intentos de estabilización de Washington. En paralelo, los bonos soberanos en dólares se hundieron ~3% y el riesgo país volvió a subir, reflejando la desconfianza persistente de los inversores sobre la solvencia argentina.
Detrás de esta voraz demanda de divisas subyace una economía en crisis crónica: inflación de tres dígitos, actividad estancada y reservas internacionales en mínimos críticos. El Banco Central perdía cientos de millones de dólares por día para sostener un tipo de cambio oficial ya de por sí depreciado (el dólar oficial rozó los $1.500, un récord), mientras las reservas brutas cayeron a ~US$41.000 millones, su nivel más bajo desde septiembre. Argentina arrastra además una deuda impaga monumental con el FMI (US$41.800 millones, la mayor del organismo) y repetidos rescates fallidos en el pasado que no lograron estabilizar la economía. Este cóctel explosivo de factores alimentó la sensación de que, aún con asistencia extranjera sin precedentes, el peso podría derrumbarse tras los comicios si no hay un rumbo claro.
Un salvataje geopolítico: EE.UU. mueve sus fichas
La magnitud del auxilio estadounidense no obedece solo a consideraciones económicas, sino también geopolíticas. Analistas interpretan la intervención de Washington como una apuesta estratégica: una muestra de confianza política en el gobierno liberal de Milei y, a la vez, un movimiento para desplazar la influencia de China en Argentina. No es un secreto que Beijing se había vuelto un sostén financiero alternativo para el país en los últimos años (existe un swap vigente con China por unos US$5.000 millones, y empresas chinas participan en sectores clave). De hecho, The Wall Street Journal reveló que en las negociaciones del nuevo acuerdo financiero con Milei, funcionarios de Trump exploraron mayor acceso de EE.UU. a recursos estratégicos argentinos –por ejemplo, la explotación de uranio– con el explícito objetivo de limitar el acceso de China a esos recursos. En otras palabras, el rescate viene acompañado de expectativas geopolíticas: alinear a Argentina con Occidente y cerrar la “puerta trasera” a la potencia asiática en el Cono Sur.
Un portavoz del Tesoro estadounidense lo expresó sin rodeos, justificando el apoyo a Buenos Aires en términos de la doctrina America First: “Estabilizar a la Argentina es ‘América Primero’”, afirmó, señalando que una Argentina fuerte y estable contribuye a un hemisferio occidental próspero, lo cual redunda en el interés estratégico de EE.UU. Esta declaración deja claro que Washington considera su ayuda como una inversión en la esfera de influencia occidental. En el trasfondo subyace la pugna global: si Argentina colapsa o cae en la órbita china, toda la región podría inclinarse hacia Oriente, algo inaceptable para la estrategia de Washington. El propio Bessent elogió públicamente a Milei por su postura internacional, calificándolo como un aliado decidido a “sacar a China de la Argentina”. La condicionalidad implícita es evidente, aunque el gobierno argentino niegue haber comprometido su política exterior: se espera que el país corresponda al salvataje tomando distancia de Beijing y abrazando la agenda geoeconómica de Estados Unidos.
Amenazas, condiciones y pérdida de soberanía
El carácter extraordinario de esta asistencia quedó subrayado por su injerencia política directa. En una escena casi sin precedentes, el presidente estadounidense Donald Trump condicionó abiertamente el apoyo financiero al resultado electoral argentino: amenazó con retirar la asistencia y “no ser generoso” con Argentina si Milei y su coalición no resultan vencedores en las urnas. “Si (Milei) pierde, no vamos a perder el tiempo ni el dinero de los contribuyentes estadounidenses” sentenció Trump durante un encuentro con el propio Milei, dejando entrever que para Washington el rescate está atado a que el país no “vire a la izquierda” tras las elecciones. Los presidentes norteamericanos rara vez intervienen tan abiertamente en los procesos democráticos de otros países; esta advertencia cruza una línea diplomática y supone una presión externa insólita sobre el electorado argentino.
La reacción doméstica fue inmediata. Incluso dirigentes opositores de distintos signos coincidieron en denunciar la subordinación implícita. El mensaje fue claro: la soberanía nacional quedaría supeditada a la voluntad de un gobierno extranjero si se aceptan tales términos, y es el propio pueblo quien debe rechazar esa tutela en las urnas. En suma, el episodio alimentó acusaciones de entrega de la soberanía y encendió el debate sobre hasta qué punto el país está disponiéndose a ceder autonomía a cambio de un alivio financiero temporario.
Tampoco en Estados Unidos pasó inadvertido este rescate sui generis. Las alarmas sonaron entre legisladores de la oposición demócrata, que cuestionan usar fondos públicos para salvar a un gobierno extranjero alineado con Trump. Un grupo de senadores introdujo incluso la “Ley de No Rescate a Argentina” para bloquear el uso del Fondo de Estabilización del Tesoro en esta asistencia. Figuras como Elizabeth Warren fustigaron el apoyo a Milei: “Es inexplicable que el presidente Trump esté apoyando a un gobierno extranjero... Trump prometió ‘América Primero’, pero le deja la cuenta a los estadounidenses”. Además, sectores del propio electorado republicano –por ejemplo, productores agrícolas de EE.UU.– ven con malos ojos cualquier beneficio a Argentina, un competidor en exportaciones de soja. Estas tensiones políticas internas en Washington hacen aún más precario el sustento prometido: la ayuda podría esfumarse si cambia el clima político en EE.UU. o si Milei deja de ser considerado “útil” para los intereses de la Casa Blanca.
El desembarco de Wall Street y el pedido de garantías
Mientras el gobierno argentino se aferra a este salvavidas externo, los verdaderos dueños del dinero exigen sus condiciones. En los últimos días, desembarcaron en Buenos Aires los emisarios de Wall Street para asegurarse de que sus préstamos estarán protegidos. Jamie Dimon, célebre CEO de JP Morgan Chase y considerado el banquero más poderoso del mundo, visitó Argentina y se reunió con el ministro Caputo para negociar los detalles de un nuevo préstamo de US$20.000 millones al país, préstamo que estaría respaldado por el Tesoro de EE.UU. JP Morgan es uno de los cuatro grandes bancos internacionales involucrados en esta negociación junto a Citibank, Goldman Sachs y Bank of America –todas entidades que, paralelamente, discuten con el secretario Bessent en Washington los términos del financiamiento de emergencia para Argentina.
La presencia de Dimon puso de manifiesto que los acreedores demandan garantías extraordinarias antes de seguir adelante. Según trascendió, estos bancos no confían en las endebles garantías locales y esperan que sea Washington quien asegure el repago: evalúan que el Tesoro estadounidense emita un bono especial o algún mecanismo que blinde la operación. En otras palabras, exigen que Estados Unidos ponga la cara (y la chequera), dada la poca confianza que inspira la capacidad de pago argentina en el circuito financiero. No por nada, mientras ocurrían estas reuniones, el Banco Central argentino aún debía intervenir con sus escasas reservas (vendió US$45 millones en un día) para mantener al dólar dentro de la banda establecida, y se percibía que sin la continua asistencia del Tesoro de EE.UU. el mercado cambiario se desbordaría. La visita de los capitanes de la banca global en busca de “seguridad” refuerza la imagen de un país que ha perdido el control de su destino financiero inmediato: ahora son los banqueros extranjeros y funcionarios de Washington quienes, en los hechos, marcan la pauta de cuánto vale el peso y a qué precio se financia Argentina.
Este escenario plantea serias preguntas sobre la soberanía económica. Si para evitar un colapso el gobierno debe suplicar auxilio a potencias extranjeras y aseguradoras de última instancia, aceptando sus cláusulas, ¿quién gobierna realmente la política económica? El tono triunfalista con que las autoridades anunciaron el swap y la llegada de fondos contrasta con la realidad de una tutela financiera: Argentina camina sobre una cuerda floja sostenida por intereses externos, donde un traspié político podría cortar esa cuerda de golpe.
Conclusión: riesgo compartido para Argentina y Occidente
La situación de Argentina en estos días críticos expone un peligro doble. Por un lado, el país enfrenta un riesgo económico enorme: se ha lanzado a un experimento de libre mercado radical bajo Milei, confiando en que esta vez “será diferente”, pero los resultados hasta ahora son el aumento de la pobreza y la impaciencia social ante un ajuste sin fin. Si el salvataje proporcionado por EE.UU. fracasa en estabilizar la economía –algo que muchos analistas y ciudadanos temen, dada la historia de promesas incumplidas–, Argentina podría verse abocada a una crisis aún más profunda. Un desplome pos-electoral del peso o un default el año próximo dejarían al país al borde del abismo, sin la red de seguridad del Tesoro norteamericano (que podría retirarse en cualquier momento, tal como advirtió Trump) y con la credibilidad hecha trizas. La sociedad argentina pagaría el precio más alto: más inflación, más recesión y posiblemente convulsión política si el “remedio” Milei no funciona y al mismo tiempo se han quemado los puentes con otros potenciales aliados.
Por otro lado, Estados Unidos y sus aliados occidentales también juegan con fuego. El gobierno de Trump ha apostado fuerte, involucrando dinero de los contribuyentes y capital político en apuntalar a un aliado ideológico en Buenos Aires. Si esa apuesta se malogra –por ejemplo, si la oposición gana impulso y revierte la apertura proestadounidense, o si pese a la ayuda la economía argentina colapsa–, el golpe geopolítico lo sentirá Washington. No solo habría dilapidado miles de millones en un rescate estéril, alimentando las críticas internas de “¿por qué salvar a Argentina?”, sino que perdería influencia justamente donde intentó reafirmarla. La narrativa de que “una Argentina fuerte y estable contribuye a un hemisferio próspero” se tornaría en su contrario: una Argentina inestable podría arrastrar a la región hacia esferas de influencia ajenas a Occidente, abriendo la puerta para que potencias como China llenen el vacío de poder y financiamiento. En suma, lo que hoy se presenta como un rescate audaz podría transformarse en un búmeran estratégico para Occidente si no logra sostener al país sudamericano.
En conclusión, los acontecimientos de las últimas semanas han dejado al desnudo la fragilidad extrema de la economía argentina y la apuesta riesgosa de EE.UU. en el Cono Sur. La tercera posición nacionalista nos lleva a reflexionar críticamente: Argentina necesita soluciones de fondo y soberanas, no parches condicionados que hipotecan el futuro. El salvataje en marcha, con toda su espectacularidad, ha encendido señales de alarma tanto en Buenos Aires como en Washington. La gravedad del momento es innegable –se juega el destino económico de la nación y, con él, la credibilidad de Occidente en la región–. Queda por ver si este rescate logrará evitar el abismo o si, por el contrario, terminaremos comprobando una vez más que ninguna intervención externa puede sustituir la reconstrucción autónoma y responsable de nuestro país.
Fuentes: Medios nacionales e internacionales (Buenos Aires Times, AP, Reuters, Infobae, Punto Biz, Ámbito Financiero, entre otros).


Comentarios